La devastaci¨®n de los bienes p¨²blicos
Desde que lleg¨® la crisis, todo es destrucci¨®n, acelerada a partir del actual Gobierno. No hay voluntad de reforma, no hay planes de mayor eficiencia y rendimiento, ni de mejor distribuci¨®n y empleo de recursos

Venimos de un Estado pobre, menesteroso, por no decir miserable, m¨¢s que endeudado, en permanente bancarrota desde la guerra de la independencia hasta la guerra de Cuba. En medio, guerras civiles entre liberales y carlistas y, despu¨¦s, los continuados desastres de la guerra de Marruecos, que prolongaron la situaci¨®n de quiebra hasta bien entrado el siglo XX, cuando ¡°pacificado¡± el protectorado marroqu¨ª, una en¨¦sima rebeli¨®n militar, con su secuela en forma de revoluci¨®n obrera y campesina, arras¨® de nuevo al Estado dejando aquella espantosa ruina que fue la herencia recibida por quienes penamos la suerte de nacer en los a?os del hambre.
Es un t¨®pico de nuestra historia atribuir la floraci¨®n de naciones, venidas a la existencia en la coyuntura de aquel fin de siglo, a una debilidad cong¨¦nita del Estado espa?ol. ?Debilidad, se podr¨ªa preguntar, o m¨¢s bien ausencia? Cuando Ortega public¨® su apelaci¨®n a la Rep¨²blica, varios a?os despu¨¦s de que Aza?a lanzara la suya, cerr¨® su memorable art¨ªculo con un ¡°?Espa?oles, no ten¨¦is Estado, reconstruidlo!¡±. El Estado espa?ol de los a?os veinte del siglo pasado se hab¨ªa convertido en una especie de sociedad de socorros mutuos, hab¨ªa escrito tambi¨¦n nuestro m¨¢s ocurrente fil¨®sofo. Ocurrencia genial en este caso, porque en efecto todo el aparato del Estado no daba m¨¢s que para sostener a aquella sociedad que en otra ocasi¨®n el mismo Ortega calific¨® como vieja Espa?a.
El caso es que, entre el servicio de la deuda contra¨ªda para alimentar un ej¨¦rcito en permanente derrota, lami¨¦ndose sus heridas en el exterior con sus recurrentes rebeliones en el interior, el Estado espa?ol careci¨® de recursos, no ya para crear naci¨®n, sino para edificar centros escolares, construir institutos de ense?anza media, financiar centros superiores de investigaci¨®n cient¨ªfica, levantar hospitales, extender ambulatorios, abonar pensiones, desarrollar servicios. La ense?anza primaria y media se abandon¨® en los centros urbanos a manos de la pl¨¦yade de ¨®rdenes y congregaciones religiosas que acudieron a Espa?a como a panal de rica miel cuando comprobaron que el Estado no dedicaba ni un c¨¦ntimo al cap¨ªtulo de salarios a maestros, y dejaba pasar d¨¦cadas sin construir ni un solo instituto. En los hospitales de beneficencia se hacinaban los pobres, y los ambulatorios de la mal llamada Seguridad Social eran lugares sucios y malolientes, donde un m¨¦dico mal pagado recib¨ªa al paciente sin dejar que se sentara, apestando a tabaco y recetando cualquier cosa en un minuto, despu¨¦s de echarle una mirada de abajo arriba en la que se concentraba la mezcla de desprecio y hast¨ªo que le provocaba aquella hora en que despachaba a una cincuentena de pacientes.
Si se mira al ¨¢mbito de la ciencia: reducci¨®n de presupuestos, supresi¨®n de equipos y programas
Ese fue el Estado que heredamos: nada de extra?o que, cuando llegamos a la edad de la raz¨®n pol¨ªtica, quisi¨¦ramos ser como los franceses. Parecer¨¢ una tonter¨ªa, pero aquel querer ser como actu¨® al modo de espoleta, movilizando energ¨ªas y recursos, despertando voluntades y agudizando inteligencias para acabar de una buena vez con el lamento y poner manos a la obra: en pocos a?os dejamos de querer ser como y emprendimos la tarea de ser como. En resumen: un Estado democr¨¢tico al modo de Europa, con un potente sistema de salud, educaci¨®n primaria universal y gratuita, institutos para ense?anza media, universidad en expansi¨®n, centros de investigaci¨®n, pensiones. El espa?ol era por fin como los europeos un Estado sostenido en el compromiso keynesiano, en bienes p¨²blicos que amortiguan las desigualdades sociales inherentes al sistema capitalista.
Y de pronto, la pol¨ªtica elaborada para hacer frente a la primera gran crisis del capital del siglo XXI rompe, contra los intereses de la mayor¨ªa, el pacto que sirvi¨® de base a nuestro actual Estado social. Las listas de espera en la sanidad p¨²blica se alargan hasta el punto de sumar cientos de miles los pacientes que ven pasar meses y hasta a?os sin posibilidad de realizar una consulta, someterse a un an¨¢lisis o sufrir una operaci¨®n. Y si se mira al ¨¢mbito de la ciencia, el paisaje comienza a ser el de un territorio desertado, producto de una terapia de choque: dr¨¢stica reducci¨®n de presupuestos, supresi¨®n de programas, cierre de equipos, investigadores a la calle. La majadera provocaci¨®n de Miguel de Unamuno cuando de su pluma sali¨® ¡°que inventen ellos¡± no es nada comparado con el perverso designio que anima al Gobierno de esquilmar la producci¨®n cient¨ªfica en Espa?a.
Aunque la propaganda pol¨ªtica se cebe en desprestigiar a los funcionarios como individuos que una vez conquistada su plaza se echan a sestear, es lo cierto que en la historia de la Universidad y de los centros superiores de investigaci¨®n de Espa?a nunca se hab¨ªa publicado, debatido o celebrado simposios como en los ¨²ltimos 30 a?os. Nunca tantos espa?oles han participado en tantos proyectos internacionales de investigaci¨®n o han ganado una plaza docente en universidades extranjeras. Pero nunca tampoco han vivido tantos investigadores, con decenas de art¨ªculos publicados en las mejores revistas de su especialidad, tan en precario, como becarios hasta cumplidos los 40 a?os, o haciendo ya las maletas. Y el panorama no es muy diferente si se mira a la educaci¨®n primaria y media: miles de profesores que hab¨ªan concursado con ¨¦xito en oposiciones para plazas docentes y que solo pudieron ocuparlas de forma interina se han encontrado con el despido mientras se expanden los colegios concertados.
El mensaje es: si quieres un m¨¦dico, hazte un seguro; si necesitas un buen colegio, p¨¢gatelo
Tan reci¨¦n construido como era nuestro Estado social, con apenas 30 a?os de vida, y ya se empe?an desde los Gobiernos en provocar su irreversible ruina, reduciendo presupuestos en sanidad, educaci¨®n y ciencia, paralizando inversiones, expulsando a interinos, amortizando plazas de jubilados (10 por uno es nuestro precio), externalizando ¡ª?qu¨¦ negocio!¡ª servicios, congelando salarios. Y como la pol¨ªtica de destrucci¨®n de bienes p¨²blicos por las bravas, entreg¨¢ndoselos a precio de saldo a intereses privados, ha tropezado con fuertes resistencias en la calle, se ha sustituido por un deterioro programado: que nos hartemos de esperar tres, seis, nueve meses en una lista y vayamos adonde tendr¨ªamos que haber ido desde el principio, a la cl¨ªnica privada; que la gente se espante al ver que sus hijos van a una clase donde los alumnos comienzan a ser multitud y los maestros parecen cansados.
Lo vamos a sentir, a llorar m¨¢s bien, porque nunca hemos disfrutado en Espa?a de bienes p¨²blicos en tanta cantidad y de tan alta calidad como los construidos desde la Transici¨®n a la democracia hasta 2008. Pero desde que nos golpe¨® la crisis, todo es destrucci¨®n, acelerada a partir del retorno del Partido Popular al poder. Destrucci¨®n, no reforma, no planes en busca de mayor eficiencia, no mejora en la distribuci¨®n y empleo de recursos, no propuestas para alcanzar mayores rendimientos, no pol¨ªticas de personal que premien m¨¦ritos y penalicen ausencias inexcusables. Reformar para qu¨¦, si se ahorra m¨¢s y se acaba antes sacudi¨¦ndonos todo este peso de encima: esa es la pol¨ªtica; y este el resultado: una amenazante devastaci¨®n de bienes p¨²blicos que pone fin al periodo de mayor cohesi¨®n social vivido por la sociedad espa?ola desde que existe como sujeto pol¨ªtico, o sea, desde la Constituci¨®n de C¨¢diz.
Lo que vendr¨¢ despu¨¦s, una vez culminada la operaci¨®n, ya se puede imaginar: los bienes y servicios p¨²blicos emerger¨¢n de su ruina como propiedades privadas cuyo acceso por los ciudadanos estar¨¢ en funci¨®n de su diferente poder adquisitivo. No era bastante la agresi¨®n que las clases medias, en sus distintos niveles, han sufrido con la bajada de salarios nominales y reales, la masiva p¨¦rdida de empleos, los ERE y dem¨¢s artefactos de liquidaci¨®n de derechos laborales, que no contentos con todo eso, se aplican a dar la ¨²ltima pu?alada: si necesitas ir al m¨¦dico, hazte un seguro privado; si est¨¢s dotado para la ciencia, vete al extranjero; si quieres para tus hijos un colegio con un profesorado joven y motivado, p¨¢gatelo de tu bolsillo. Esto es el mercado, so idiotas, nos dicen los que pretenden protegernos de la devastaci¨®n que ellos mismos provocan en los bienes p¨²blicos. Y en esas estamos, con un mercado creciente y un Estado menguante, en trance de reducirse otra vez a sociedad de socorros mutuos.
?Santos Juli¨¢ es historiador.
Tu suscripci¨®n se est¨¢ usando en otro dispositivo
?Quieres a?adir otro usuario a tu suscripci¨®n?
Si contin¨²as leyendo en este dispositivo, no se podr¨¢ leer en el otro.
FlechaTu suscripci¨®n se est¨¢ usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PA?S desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripci¨®n a la modalidad Premium, as¨ª podr¨¢s a?adir otro usuario. Cada uno acceder¨¢ con su propia cuenta de email, lo que os permitir¨¢ personalizar vuestra experiencia en EL PA?S.
?Tienes una suscripci¨®n de empresa? Accede aqu¨ª para contratar m¨¢s cuentas.
En el caso de no saber qui¨¦n est¨¢ usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contrase?a aqu¨ª.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrar¨¢ en tu dispositivo y en el de la otra persona que est¨¢ usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aqu¨ª los t¨¦rminos y condiciones de la suscripci¨®n digital.