Queremos tanto a Cuba
La sociedad cubana ya no es monol¨ªtica, como lo fue en los a?os 70 u 80
?Uno. Hace cuatro a?os, recib¨ª la llamada telef¨®nica de un desconocido que me preguntaba si estar¨ªa dispuesto a saludar al comandante William G¨¢lvez, uno de los legendarios compa?eros de Fidel Castro en el desembarco del Granma, a quien no hab¨ªa vuelto a ver desde 1961 durante mi visita a la isla de Pinos a comienzos de la revoluci¨®n. Le dije que con mucho gusto ¡ªera mi primer contacto con alguien perteneciente a los c¨ªrculos cercanos al poder tras la ruptura de los intelectuales de izquierda con el castrismo a ra¨ªz del caso Padilla¡ª, y lo cit¨¦ en el caf¨¦ Glacier en la plaza de Marraquech. Nos reconocimos enseguida pese al lapso transcurrido y evocamos recuerdos comunes de nuestro encuentro: el hotel playero abandonado precipitadamente por sus due?os a la ca¨ªda del dictador Batista y el baile de los soldados con muchachas isle?as al ritmo de un danz¨®n cuya letra hab¨ªamos memorizado los dos.
Despu¨¦s de una charla de unos minutos, el comandante, hoy jubilado y consagrado al estudio de la historia de la revoluci¨®n, fue directamente al grano: ?qu¨¦ ten¨ªa yo contra Cuba? No era un vendido al imperialismo como otros y defend¨ªa causas justas. ?Por qu¨¦ mis reticencias hacia los cubanos? Ahora, me dijo, no se persegu¨ªa a los homosexuales como err¨®neamente se hizo en los a?os sesenta y setenta y las religiones africanas volv¨ªan por sus fueros y gozaban de entera libertad. Le repuse que no ten¨ªa nada contra Cuba, al rev¨¦s. Que una cosa era Cuba y otra el sistema que se perpetuaba en el poder; que la Cuba que viv¨ª permanec¨ªa siempre en mi memoria y la echaba de menos pero mis desacuerdos con el r¨¦gimen eran profundos y no pod¨ªa resumirlos en una charla de caf¨¦. Luego pasamos lista a los conocidos a los que pod¨ªa trasmitir mis saludos ¡ªle dije que s¨ª a Ant¨®n Arrufat y no a Fern¨¢ndez Retamar¡ª y nos despedimos amistosamente.
Dos. Releer hoy las p¨¢ginas de mi reportaje Pueblo en marcha, publicado primero en el diario Revoluci¨®n dirigido entonces por Carlos Franqui y luego como libro en Par¨ªs, me retrotrae a la ¨¦poca de mi ef¨ªmero fervor revolucionario. Su esquema repite el de Campos de N¨ªjar, con la diferencia de que la denuncia de la miseria entonces reinante en el sur de Espa?a ha sido sustituida con el elogio de los cambios sociales introducidos en la isla por la revoluci¨®n.
A medio plazo, la relaci¨®n con Estados Unidos introducir¨¢ un cambio en la isla
?Literatura de propaganda? S¨ª y no, porque solo subraya los aspectos positivos aportados por aquella y omite cuanto no cuadra con ellos, pero mi entusiasmo de 1961 era tan sincero como el de decenas y decenas de millares de alfabetizadores de las Brigadas Conrado Ben¨ªtez o de Patria o muerte, y resultaba imposible viniendo de un pa¨ªs bajo la f¨¦rula de Franco no dejarse ganar por ¨¦l. ?Ilusiones, utopismo? La experiencia de lo ocurrido despu¨¦s induce a responder con la afirmaci¨®n. Mas los sentimientos de igualdad y fraternidad vividos entonces por una juventud dispuesta a sacrificar su vida por ellos y que no pod¨ªa prever el anquilosamiento burocr¨¢tico y policial que se erig¨ªa en sistema en raz¨®n de monopolio de poder conforme al modelo sovi¨¦tico merecen con todo el respeto. Como nos ense?a la historia del siglo XX, la literatura no puede convertirse en arma de combate sin dejar de ser lo que es: una creaci¨®n que sin cesar se renueva, se pone en tela de juicio y duda de s¨ª misma consciente de que no debe vender respuestas sino formular nuevas preguntas. Quienes hayan vivido las circunstancias de una ruptura revolucionaria, ya sea la de Espa?a en 1936, ya la de Cuba a la ca¨ªda de Batista, no pod¨ªan haber dejado de abrazar una causa que parec¨ªa entonces admirable y justa, pero solo los arribistas u obcecados por la ideolog¨ªa mantienen ese estado de ¨¢nimo, en vez de despedirse dolorosamente de ¨¦l y de advertir que un nuevo y ominoso periodo hist¨®rico acaba de comenzar. Sobre la raz¨®n indemne de la ilusi¨®n marchita escribi¨® un hermoso poema Luis Cernuda.
Tres. ¡°Acento isle?o dulce a los o¨ªdos, c¨¢lida inmediatez con los habaneros con quienes te cruzas en la calle¡¡±. ?C¨®mo las vivencias de entonces pudieron ser reemplazadas por la pesadilla que pronto se abatir¨ªa sobre mis colegas cubanos: acoso, c¨¢rcel, marginaci¨®n, exilio? Mientras hablaba con el comandante William G¨¢lvez pensaba en Virgilio Pi?era, Walterio Carbonell, Calvert Casey, Reinaldo Arenas, Cabrera Infante, toda una generaci¨®n inicialmente simpatizante con la revoluci¨®n y que soportar¨ªa luego el peso de un sistema que trunc¨® sus destinos y asfixi¨® sus vidas. La realidad cruel de los campos de trabajo de la UMAP (Unidades Militares de Ayuda a la Producci¨®n) a los que fueron a parar decenas de miles de homosexuales, el terror vivido por los intelectuales durante el grotesco e infame proceso a Padilla ?pod¨ªan borrarse de un plumazo y con ellos la amargura y frustraci¨®n de quienes, atra¨ªdos por el se?uelo de una sociedad m¨¢s justa, verific¨¢bamos que hab¨ªamos auspiciado un totalitarismo calcado del de la hoy difunta Uni¨®n Sovi¨¦tica?
La previsible llegada de millones de turistas y? el contacto a trav¨¦s de las redes sociales con el resto del mundo crear¨¢n poco a poco una situaci¨®n nueva e irreversible
Cuatro. Las negociaciones entre Obama y Ra¨²l Castro con miras al restablecimiento de las relaciones diplom¨¢ticas entre Cuba y EE UU ?van a introducir un cambio real en el interior de la isla? Yo creo que, a medio plazo, s¨ª. La sociedad cubana ya no es monol¨ªtica como lo fue en los a?os setenta y ochenta del pasado siglo. La valiente labor de los defensores de los derechos humanos ha abierto en su seno peque?os espacios de libertad, y las modestas medidas de apertura econ¨®mica y de concesi¨®n de pasaportes para viajar al exterior son tambi¨¦n otro paso en el camino hacia una sociedad civil que anhela librarse de la camisa de fuerza que a¨²n la sujeta.
La previsible llegada de millones de turistas norteamericanos y europeos y el contacto a trav¨¦s de las redes sociales con el resto del mundo crear¨¢n poco a poco, como la Espa?a de los a?os sesenta, una situaci¨®n nueva e irreversible. El r¨¦gimen de Franco no cay¨® por la lucha de la oposici¨®n sino que se derrumb¨® de resultas de su propio anacronismo. Lo que parec¨ªa atado y bien atado se desat¨®. En la fase actual, en la que la excusa de achacar todos los males al imperialismo yanqui ha dejado de funcionar, quienes combaten en el interior de la isla por una sociedad abierta y plural deben exigir una serie de medidas irrenunciables como las que reclama la periodista y bloguera Yoani S¨¢nchez, cuyos art¨ªculos sigo con vivo inter¨¦s: liberaci¨®n de todos los presos pol¨ªticos, fin de las trabas a las redes sociales, libertad de opini¨®n y asociaci¨®n¡ Los que compartimos desde afuera las aspiraciones de millones de cubanos por una vida mejor y m¨¢s digna debemos mantener nuestras esperanzas y solidaridad con ellos en el nuevo periodo de mutaciones y cambios generacionales que se avecinan.
Juan Goytisolo es escritor
Tu suscripci¨®n se est¨¢ usando en otro dispositivo
?Quieres a?adir otro usuario a tu suscripci¨®n?
Si contin¨²as leyendo en este dispositivo, no se podr¨¢ leer en el otro.
FlechaTu suscripci¨®n se est¨¢ usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PA?S desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripci¨®n a la modalidad Premium, as¨ª podr¨¢s a?adir otro usuario. Cada uno acceder¨¢ con su propia cuenta de email, lo que os permitir¨¢ personalizar vuestra experiencia en EL PA?S.
En el caso de no saber qui¨¦n est¨¢ usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contrase?a aqu¨ª.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrar¨¢ en tu dispositivo y en el de la otra persona que est¨¢ usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aqu¨ª los t¨¦rminos y condiciones de la suscripci¨®n digital.