?Importa ser naci¨®n?
Un Estado plurinacional, pluriling¨¹¨ªstico y multicultural no es nada raro; es lo normal. El camino de Europa, que es tambi¨¦n el de la emergente civilizaci¨®n mundial, potencia la uni¨®n pol¨ªtica, no la divisi¨®n.
El Estado comienza cuando el hombre se afana por evadirse de la sociedad nativa dentro de la cual la sangre lo ha inscrito. Y quien dice la sangre dice tambi¨¦n cualquier otro principio natural; por ejemplo, el idioma¡..el Estado consiste en la mezcla de sangres y lenguas. Es superaci¨®n de toda sociedad natural. Es mestizo y pluriling¨¹e. J. Ortega y Gasset, La rebeli¨®n de las masas
Una vez m¨¢s, en Espa?a, pero tambi¨¦n en otros pa¨ªses (europeos o no), grupos de ciudadanos que sienten afinidades ling¨¹¨ªsticas o ¨¦tnicas afirman que son una naci¨®n, lo que les dar¨ªa derecho a autodeterminarse y, eventualmente, a articularse como un Estado propio. Es algo que ha ocurrido repetidamente en el pasado. Pero en los albores del siglo XXI, y con un mundo globalizado y en una Europa unida, ?tiene sentido ese argumento? Dicho de otro modo, ?importa hoy ser naci¨®n?
Hagamos un poco de teor¨ªa.
A la hora de pensar el Estado moderno, todos hemos interiorizado un h¨¢bito (una rutina) de pensamiento seg¨²n el cual all¨ª donde hay una lengua, hay una naci¨®n, y all¨ª donde hay una naci¨®n, hay (o debe haber) un Estado: lengua=naci¨®n=Estado. Pero ojo, tambi¨¦n viceversa: Estado=naci¨®n=lengua. As¨ª, cuando se dice que disponer de una lengua propia otorga a una comunidad el derecho a tener Estado, se argumenta desde la naci¨®n hacia el Estado, de abajo a arriba. Pero cuando un Estado o un dictador trata de imponer una sola lengua porque es una sola naci¨®n, la l¨®gica funciona igual.
L¨®gicas que reproducen espec¨ªficas experiencias hist¨®ricas europeas: la francesa y la alemana. Como es sabido, Francia construye la naci¨®n desde el Estado imponiendo el franc¨¦s contra ¡°provincialismos¡± y patois, mientras que Alemania era ya naci¨®n a comienzos del XIX ¡ªv¨¦anse los Discursos a la naci¨®n alemana de Fichte¡ª, mucho antes de la unificaci¨®n de Bismarck. Pero, parad¨®jicamente, el resultado fue el mismo: el demos, el pueblo que sustenta al Estado, es culturalmente homog¨¦neo. Porque el Estado hace a la naci¨®n, o porque la naci¨®n se dota de un Estado; en todo caso a cada Estado, su cultura, y viceversa. Herder lo dec¨ªa con lenguaje m¨¢s problem¨¢tico: a cada pueblo (Volk), su lengua y su esp¨ªritu (su Geist), y, por supuesto, a cada Volkgeist, su Estado.
Pues bien, ?podemos hoy organizar el mundo con ese esquema, como pretendi¨® el presidente Wilson hace ahora un siglo? ?Toda naci¨®n tiene derecho a ¡°su¡± Estado? Me temo que no, hasta el punto de que alg¨²n inteligente soci¨®logo (Charles Tilly) ha considerado esta idea como el primero de los ¡°postulados malignos¡± de la ciencia social.
Si Espa?a es compuesta, Catalu?a lo es mucho m¨¢s. El catalanismo se niega a ver su diversidad
Y tras la teor¨ªa tratemos de objetivar el problema.
En el mundo hay algo menos de 7.000 lenguas, unas 5.000 etnias y algo menos de 200 Estados (datos bastante fiables, pero es igual, aceptemos un margen de error del 20%). Ello significa que la media de lenguas por Estado es nada menos que 35, media que encubre una tremenda dispersi¨®n. El continente m¨¢s normalizado, es decir, con una media de lenguas por pa¨ªs menor, es, con gran diferencia, Europa (4,6 lenguas por Estado). Pero se estima que en el mundo hay s¨®lo 25 Estados ling¨¹¨ªsticamente homog¨¦neos y en la mayor¨ªa se hablan, no ya varias, sino docenas e incluso centenares de lenguas. Vivir en un Estado ling¨¹¨ªsticamente homog¨¦neo tiene una probabilidad aproximada de 1 sobre 10. En el panorama internacional, Espa?a es una excepci¨®n, s¨ª¡ pero de monoling¨¹ismo.
Y aunque los datos sobre la composici¨®n ¨¦tnica de los Estados son m¨¢s dif¨ªciles de estimar (pues el concepto de ¡°naci¨®n¡± es muy complejo), los resultados son similares. El profesor Isajiw, de la Universidad de Toronto, ha calculado que de un total de 189 Estados analizados, 150 incluyen cuatro o m¨¢s grupos ¨¦tnicos, y solo dos pa¨ªses (Islandia y Jap¨®n) listan un solo grupo. Y conclu¨ªa asegurando que ¡°pr¨¢cticamente todas las naciones-Estado son m¨¢s o menos multi¨¦tnicas¡±. Existen m¨¢s relaciones ¡°internacionales¡± dentro de los Estados que entre ellos, se ha podido afirmar. De modo que, de nuevo, ser un Estado plurinacional no es nada raro; es lo normal.
Y por si fuera poca la globalizaci¨®n, que mueve capitales y mercanc¨ªas, mueve tambi¨¦n personas, lenguas, religiones, y culturas. Se estima en no menos de 200 millones los emigrantes en todo el mundo, de modo que son m¨¢s del 20% en Par¨ªs, el 30% en Londres, el 40% en Nueva York y m¨¢s del 50% en Toronto, Vancouver o Miami. Hay colegios de Madrid y Barcelona con m¨¢s de 40 minor¨ªas ling¨¹¨ªsticas, pero son m¨¢s de 200 en las escuelas de Nueva York. Los territorios y los espacios sociales son, cada vez m¨¢s, multiculturales, nos guste o no.
Hay que pensar en unir ciudadanos, no naciones e inventar nacionalismos h¨ªbridos
?Qu¨¦ conclusiones podemos sacar de todo ello? Muchas, pero me limitar¨¦ a dos.
La primera es que si tener una lengua y ser naci¨®n diera derecho a un Estado, solo podr¨ªa hacerse de tres (malos) modos: bien normalizando culturalmente las poblaciones existentes dentro de los actuales Estados para homogeneizarlas a una pauta nacional, algo hoy ¨¦ticamente inaceptable (ser¨ªa ¡°espa?olizar¡± o ¡°catalanizar¡±, que es lo mismo); bien mediante procesos de ¡°limpieza ¨¦tnica¡±, expulsando la poblaci¨®n que no acepta su normalizaci¨®n, algo menos aceptable a¨²n (pero lo hemos sufrido en el Pa¨ªs Vasco); y en todo caso, multiplicando el n¨²mero de Estados para ajustarlos al n¨²mero de naciones, de modo que tendr¨ªamos no ya cientos, sino probablemente miles, lo que har¨ªa el mundo pol¨ªticamente inmanejable ¡ªy ya lo es con los Estados existentes¡ª. Es decir, la pretensi¨®n de que ser naci¨®n da derechos no es generalizable, no es viable pol¨ªticamente, y por tanto, solo puede obtenerse como privilegio.
La segunda conclusi¨®n es que, como apuntaba Ortega (y como sustentan los datos anteriores), no parece haber alternativa a la separaci¨®n entre la lealtad a un Estado (el llamado por Habermas ¡°patriotismo constitucional¡±) y la identidad ¨¦tnica o ling¨¹¨ªstica, no hay alternativa a la separaci¨®n entre las fronteras pol¨ªticas y las fronteras culturales, oblig¨¢ndonos a pensar en nacionalismos posnacionalistas (como es, por ejemplo, el americano), basados en demos pluriculturales y pluriling¨¹¨ªsticos. Lo que no es sencillo, desde luego.
Hasta el momento, en Occidente hemos construido democracias asentadas sobre poblaciones culturalmente homog¨¦neas, pero los Estados modernos unen ciudadanos, no naciones, y tenemos que inventar nacionalismos posnacionalistas o quiz¨¢s internacionalistas, en todo caso compuestos e h¨ªbridos. Hacia arriba, y eso es la Uni¨®n Europea: l'Europe n'est plus qu'une nation compos¨¦e de plusieurs, dec¨ªa Montesquieu. Y de modo similar Espa?a es una naci¨®n de naciones, que es lo que viene a decir el art¨ªculo 2 de la Constituci¨®n (¡°la naci¨®n espa?ola¡± la ¡°integran¡± ¡°nacionalidades¡± y regiones). En todo caso las nacionalidades, como vemos a diario, se pueden compatibilizar y articular en cascada, como mu?ecas rusas. Y se puede ser del Ampurd¨¢n, catal¨¢n, espa?ol y europeo, en cantidades variables, pues las identidades no son excluyentes m¨¢s que si as¨ª se decide.
Pero cuidado, y aqu¨ª viene la confusi¨®n: si Espa?a es compuesta, que lo es, Catalu?a lo es mucho m¨¢s. Tambi¨¦n Catalu?a es una naci¨®n de naciones, y tiene a Espa?a metida tan dentro como Catalu?a est¨¢ metida dentro de Espa?a. El catalanismo percibe con nitidez la diversidad de Espa?a, pero se niega a ver la suya propia pidiendo un respeto que, al parecer, no est¨¢ dispuesto a otorgar.
Pues este cuchillo corta por los dos lados. Si implica que los Estados deben renunciar a la pretensi¨®n decimon¨®nica de construir naciones culturales normalizando sus poblaciones (seg¨²n el modelo franc¨¦s), las naciones deben tambi¨¦n renunciar a la pretensi¨®n decimon¨®nica de transformarse en Estados (siguiendo el modelo alem¨¢n). El mundo (y la UE) ser¨ªa un gallinero si los miles de etnias o naciones existentes reclamaran su Estado. El camino de Europa, que es tambi¨¦n el camino de la emergente civilizaci¨®n mundial, potencia la uni¨®n pol¨ªtica, no la divisi¨®n. Pues si no se puede ser catal¨¢n y espa?ol al tiempo, ?se puede ser catal¨¢n y europeo?
Emilio Lamo de Espinosa es catedr¨¢tico de Sociolog¨ªa (UCM).
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