Repensar Madrid
La monta?a rusa electoral de 2015 ofrece la oportunidad de lanzar nuevos proyectos que aprovechen el talento reunido y la principal fortaleza que posee la ciudad: una vida social y cultural vibrante
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Madrid no es una ciudad cualquiera. Su desarrollo se ha visto marcado, desde que Felipe II decidi¨® ubicar en este paraje mesetario su corte de forma estable en 1561, por su condici¨®n de capital. Pensar en Madrid significa pues, hasta cierto punto, pensar en el Estado y en la articulaci¨®n territorial de todo el pa¨ªs. A lo largo de su historia se han sucedido proyectos muy diversos para la urbe, siempre al comp¨¢s de los distintos reg¨ªmenes y ministerios, de administraciones a menudo contrapuestas y de una sociedad civil cada vez m¨¢s compleja. Lo que ocurre en Madrid afecta, de un modo u otro, al conjunto de Espa?a, y su falta de rumbo dice mucho de la desorientaci¨®n general que nos amilana.
La capitalidad madrile?a escondi¨® durante decenios una gran contradicci¨®n. Implicaba, por un lado, la voluntad de mandar, tambi¨¦n la de acoger a las ¨¦lites perif¨¦ricas y a gentes que aspiraban a mejorar sus vidas, a hacer carrera en torno a los c¨ªrculos gubernamentales. Pero, por otro, chocaba con una falta cr¨®nica de envergadura y pulso econ¨®mico, pues en la jerarqu¨ªa urbana espa?ola su posici¨®n ten¨ªa que afrontar el desaf¨ªo de otra gran ciudad, pareja en poblaci¨®n y mucho m¨¢s din¨¢mica en cuanto a su empuje industrial y cultural: Barcelona. El caso de Madrid se situaba a medio camino entre los de Londres o Par¨ªs, que dominaban sus respectivos panoramas nacionales, muy por delante de Manchester o Marsella; y el de Roma, peque?a y acomplejada frente a la potencia de Mil¨¢n.
En realidad, la capital ha generado los m¨²ltiples recelos que despierta el poder sin tener la fuerza necesaria para imponerse. Su debilidad ha sido la de un Estado incapaz de cumplir, hasta hace medio siglo, muchas de sus funciones, desde la recaudaci¨®n fiscal hasta el sostenimiento de infraestructuras y comunicaciones. Pero, a la vez, ha sufrido vituperios sin cuento: Madrid era, para sus numerosos cr¨ªticos y en especial para los nacionalistas subestatales, una especie de par¨¢sito burocr¨¢tico e improductivo, el foco de un centralismo insufrible y uniformizador que desecaba las posibilidades de una Espa?a heterog¨¦nea. Estas viejas im¨¢genes, no siempre justificadas, pueden ya considerarse obsoletas, por el crecimiento de un Estado m¨¢s eficaz, mucho m¨¢s grande y al mismo tiempo muy descentralizado, con una capital al fin moderna. Sin embargo, los t¨®picos subsisten, sostenidos por pol¨ªticas centralistas como la que hace confluir en sus estaciones todos los trenes de alta velocidad.
La imagen de la capital como una especie de par¨¢sito burocr¨¢tico ha quedado obsoleta
Desde comienzos del siglo XX, cabr¨ªa hablar de seis o siete etapas en la evoluci¨®n de Madrid. La primera combin¨® su car¨¢cter de escenario ceremonial ¡ªde la parafernalia mon¨¢rquica, militar y parlamentaria¡ª con las bases de un crecimiento notable, alimentado por un flujo migratorio que encontraba empleo en la construcci¨®n y en su incipiente industria de consumo. La Gran V¨ªa, ese modesto Broadway que retrat¨® de forma magistral Edward Baker, simboliza este periodo. Tras ¨¦l vendr¨ªan ¡ªaupados sobre lomos de una clase media emergente y de trabajadores organizados en sindicatos socialistas, tan diferentes del anarcosindicalismo barcelon¨¦s¡ª la fiesta republicana y el posterior conflicto de clases que describi¨® Santos Juli¨¢. Un Madrid convulso que en la Guerra Civil se convirti¨® en emblema de la resistencia antifascista, del No Pasar¨¢n; y que fue aplastado por una dictadura que lo consideraba sospechoso. Como ha contado Zira Box, los vencedores trataron de ahormar la capital de acuerdo con su vocaci¨®n imperialista, de edificios escurialenses y formas fascistizadas. La esperanza de progreso qued¨® enterrada en soflamas grandilocuentes, represi¨®n y hambre de posguerra.
A partir de las d¨¦cadas de 1950 y 1960, el feo desarrollismo llen¨® los suburbios improvisados de inmigrantes sin fin, en un despegue especulativo que hizo de la capital un polo industrial y de servicios comparable al barcelon¨¦s y que apenas ha dejado de acelerarse desde entonces, para disgusto de los catalanistas radicales, dispuestos a rebelarse antes que a aceptar la primac¨ªa, no s¨®lo pol¨ªtica sino tambi¨¦n econ¨®mica, madrile?a. El Madrid de finales de los a?os setenta y comienzos de los ochenta, agitado por una Transici¨®n nada pac¨ªfica, trat¨® de refundarse como la capital cultural de una democracia que no quer¨ªa mirar atr¨¢s. Alentada desde la alcald¨ªa por un carism¨¢tico profesor socialista, la movida procuraba ocultar una crisis que aunaba paro, drogas e inseguridad. A la capital del Estado aut¨®nomo se le puso adem¨¢s el sombrero de una tercera administraci¨®n ¡ªla comunidad aut¨®noma, algo as¨ª como un distrito federal ampliado y no reconocido como tal¡ª para regir una zona metropolitana desbordada. Desde entonces, la izquierda socialdem¨®crata, que promovi¨® la Barcelona ol¨ªmpica o la Sevilla iberoamericana, no ha encontrado un proyecto ambicioso para Madrid.
A partir de 1960, el feo desarrollismo llen¨® los suburbios improvisados de inmigrantes sin fin
La hegemon¨ªa pol¨ªtica del Partido Popular ¡ªinstalada en el Ayuntamiento desde 1991; en la autonom¨ªa, desde 1995¡ª ha sido tan abrumadora que, en realidad, ha alumbrado varios planes contradictorios. Poco se parec¨ªan el municipio castizo y provinciano de Jos¨¦ Mar¨ªa ?lvarez del Manzano y sus ac¨®litos gremiales a los sue?os de grandeza de Alberto Ruiz-Gallard¨®n, implantados primero desde la Comunidad y luego desde el Consistorio, que sus excavadoras terminaron por hundir en una deuda gigantesca que llevar¨¢ generaciones saldar. Los Juegos Ol¨ªmpicos habr¨ªan puesto la guinda a estas desmesuradas operaciones. Sin embargo, los gui?os cosmopolitas convivieron con un neoespa?olismo antip¨¢tico, al modo aznariano, que sembraba las plazas de inmensas banderas y conmemoraba las glorias patrias. Al mismo tiempo, Madrid ha servido de moneda de cambio para pol¨ªticos que viajan del Gobierno estatal a sus instituciones, y viceversa. Un patr¨®n agotado.
Ahora sabemos que este dominio conservador conllevaba un proteico entramado de corrupci¨®n. Con la excusa de privatizar y liberalizar, los medios afines se han enriquecido a la sombra de Esperanza Aguirre y de sus hombres de confianza. Uno ha entrado en la misma c¨¢rcel que hab¨ªa inaugurado como consejero, y el otro preside a¨²n la Comunidad. Su mandato infl¨® el seudoliberalismo clientelista y paralegal que representan el descontrol de Caja Madrid, la propaganda televisiva o los castillos en el aire de Eurovegas.
La herencia popular deja servicios p¨²blicos bajo m¨ªnimos pero con una econom¨ªa l¨ªder
La herencia popular deja servicios p¨²blicos bajo m¨ªnimos: en la Comunidad, la salud a medio gas, el rescate de la ense?anza privada a cargo del contribuyente y el estrangulamiento de las universidades; en la alcald¨ªa, tan tolerante con el ruido, mediocridad y mucha basura sin recoger. La suma de todos¡ los desprop¨®sitos. Eso s¨ª, la econom¨ªa capitalina se ha diversificado y, a pesar de todo, acumula n¨²cleos financieros y empresariales, de conocimiento e innovaci¨®n que han dejado atr¨¢s a sus rivales y que le han permitido, por vez primera, encabezar con claridad la red urbana espa?ola.
La monta?a rusa electoral de 2015 ofrece la oportunidad de repensar Madrid. Los nuevos proyectos deber¨ªan aprovechar el talento reunido y cimentarse en la principal fortaleza que posee: una vida social y cultural vibrante, que pese a los golpes de la recesi¨®n mantiene un buen tono. Los madrile?os han sido capaces de asimilar oleadas migratorias procedentes no ya del resto de Espa?a sino de decenas de pa¨ªses; de presumir de tolerancia hacia su poblaci¨®n multicultural, sin responder con ataques xen¨®fobos a atentados horrendos; y hacia la comunidad homosexual, que ha convertido un barrio degradado como Chueca en un modelo internacional. Las mareas en defensa de la sanidad y de la educaci¨®n p¨²blicas han frenado su deterioro, mientras los indignados del 15-M, contra todo pron¨®stico, daban una lecci¨®n de civismo. En la Puerta del Sol, bajo los balcones del palacio aguirrista, no hablaban de algaradas violentas sino de representaci¨®n democr¨¢tica.
Algunas de las propuestas de reforma del panorama pol¨ªtico nacional han nacido en Madrid; otras se han aclimatado de inmediato. Sus energ¨ªas pueden crear una centralidad distinta, con una fuerza centr¨ªpeta basada no en la imposici¨®n sino en el atractivo de una ciudad que sea a la vez una capital abierta y un espacio c¨ªvico habitable para sus vecinos.
Javier Moreno Luz¨®n es catedr¨¢tico de Historia en la Universidad Complutense de Madrid.
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