Religi¨®n y educaci¨®n: el ¡®BOE¡¯ ofende
Las ideas que se publicitar¨¢n en las escuelas van contra muchos ciudadanos
Somos polvo de estrellas; los elementos m¨¢s pesados que forman parte de nuestro cuerpo (como el ox¨ªgeno, el carbono, el f¨®sforo, el calcio o el hierro) se cocinaron en el interior de estrellas, que luego, al estallar, desparramaron por el universo lo que en nuestro planeta ser¨ªa caldo de cultivo de toda la vida terrestre. Aunque subsisten a¨²n importantes inc¨®gnitas, es posible reconstruir las l¨ªneas generales de los procesos que condujeron a que surgiese la vida en la Tierra, incluyendo nuestra especie, Homo sapiens.Todav¨ªa se nos resisten explicaciones a numerosos fen¨®menos, pero no es arriesgado aventurar que seremos capaces de dar con ellas. Sin embargo, debemos aceptar que parecen existir l¨ªmites al conocimiento cient¨ªfico, el principal, si no el ¨²nico, explicar por qu¨¦ existe el universo y por qu¨¦ las leyes cient¨ªficas que descubrimos tienen la forma que tienen. Pero emparentados como estamos con toda la vida que existe en la Tierra, y sabiendo de los l¨ªmites de ¡°comprensi¨®n¡± de otras especies, no deber¨ªan sorprendernos los de nuestra mente.
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La ciencia consiste en investigar los fen¨®menos que se dan en la naturaleza y establecer para ellos sistemas con capacidad predictiva. No siempre los puntos de partida de esos sistemas resultan comprensibles a nuestros cerebros (la f¨ªsica cu¨¢ntica es pr¨®diga en ejemplos en este sentido), pero nuestra grandeza es que somos capaces de identificarlos. Muy diferente es lo que sucede con la religi¨®n, que para subsanar el problema de cu¨¢l es el origen del universo introducen una causa, un Dios, cuya propia causa no se plantean explicar. S¨¦ bien que existen y han existido magn¨ªficos cient¨ªficos creyentes. ¡°Fe y ciencia son compatibles¡±, se oye con frecuencia. No nos confundamos, ni demos de esta manera a la religi¨®n un estatus comparable al de la ciencia, pues ambas responden a principios muy diferentes: una se basa en aceptar creencias que jam¨¢s han sido demostradas, mientras que la otra rechaza aquello que no se puede comprobar-refutar. El que, no obstante, puedan aparecer ambas en un mismo individuo no es sino muestra de que el cerebro humano es capaz de tolerar experiencias muy diferentes.
No es dif¨ªcil, por supuesto, comprender a aquellos que aceptan credos religiosos. El temor, la angustia ante lo desconocido, a una muerte sin futuro, el ansia de encontrar cobijo en creencias esperanzadoras (algunas acompa?adas de valores ¨¦ticos admirables), y el calor de la compa?¨ªa de otros que nos reafirman en esas creencias, en esa fe, es comprensible y, en ese sentido. respetable. No importa que se originasen en un pasado m¨¢s ignorante de la humanidad.
Pero el respeto que acabo de mencionar desaparece cuando los que no participamos de tales creencias no somos respetados. Y esto es lo que, en mi opini¨®n, sucedi¨® en el Bolet¨ªn Oficial del Estado (BOE) del 24 de febrero de 2015, con la publicaci¨®n de una resoluci¨®n relativa a los curr¨ªculos de la ense?anza de la Religi¨®n Cat¨®lica en la Educaci¨®n Primaria y la Educaci¨®n Secundaria Obligatoria y Bachillerato. No me refiero a los contenidos concretos de los programas de esas asignaturas, que no comparto, ni al hecho de que se permita en la escuela p¨²blica de un Estado laico el adoctrinamiento en favor de una serie de creencias, algunas de las cuales pueden plantear en el futuro a los alumnos problemas de coherencia ¡ªy por tanto frustraci¨®n¡ª con resultados cient¨ªficos establecidos. La existencia de esas ense?anzas se acoge al Concordato firmado en 1979 entre el Estado espa?ol y el del Vaticano, y por tanto es legal. No debe sorprender que un Gobierno del Partido Popular permita estas resoluciones; lo que s¨ª debe sorprender es que el PSOE no impugnase el Concordato cuando gobernaba (un diputado socialista, Mario Bedera, manifest¨® hace poco que a pesar de tener claro lo que la militancia de su partido pensaba al respecto, le pudo m¨¢s ¡°la lealtad institucional¡± cuando eran Gobierno; habr¨ªa que recordar a nuestros representantes pol¨ªticos aquella sentencia latina que dice ¡°Amicus Plato sed magis amica¡±, esto es, ¡°Plat¨®n es mi amigo, pero la verdad me es m¨¢s querida¡±).
El ¡®BOE¡¯ es una publicaci¨®n oficial que debe respetar a todos los espa?oles
Cuando hablo de falta de respecto, a lo que me refiero es a los contenidos del Anexo I que acompa?a a esas resoluciones. Cito algunos pasajes de ¨¦l: ¡°Si la persona no se queda en el primer impacto o simplemente constataci¨®n de su existencia, tiene que reconocer que las cosas, los animales y el ser humano no se dan el ser a s¨ª mismos. Luego Otro los hace ser, los llama a la vida y se la mantiene. Por ello, la realidad en cuanto tal es signo de Dios, habla de Su existencia¡±; ¡°el ser humano pretende apropiarse del don de Dios prescindiendo de ?l. En esto consiste el pecado. Este rechazo de Dios tiene como consecuencia en el ser humano la imposibilidad de ser feliz¡±.
Tengo entendido que existen normas que justifican que se publiquen estos fundamentos que acompa?an a los programas de las asignaturas de Religi¨®n ahora presentadas. Tales normas deber¨ªan modificarse. El BOE es una publicaci¨®n oficial que debe ser respetuosa con todos los espa?oles, sean cuales sean sus creencias (siempre que se atengan a las leyes vigentes), y no debe utilizarse para hacer publicidad de manifestaciones que puedan ofender a otros (todo el citado anexo es un dogm¨¢tico texto publicitario de las opiniones de la Conferencia Episcopal Espa?ola). Cuando, por ejemplo, se afirma que el ¡°rechazo de Dios tiene como consecuencia en el ser humano la imposibilidad de ser feliz¡±, a m¨ª ¡ªy estoy seguro que a muchos otros¡ª se me est¨¢ ofendiendo, al sostenerse que no puedo llegar a ser realmente feliz al margen de la religi¨®n (cat¨®lica). Reclamo, con orgullo, mi dignidad de persona que trata de comportarse ¨¦ticamente, ser compasivo y justo, sin necesidad de esperar la aprobaci¨®n y el premio de un Padre Celestial. Si se mantiene, como si fueran axiomas ineludibles, que ¡°la realidad de las cosas y los seres vivientes¡± imponen la existencia de un Dios, ¡°que ha creado al ser humano para que sea feliz en relaci¨®n a ?l¡±, se est¨¢ ofendiendo a mis creencias (y a mi inteligencia). No objeto, repito, a que otros crean lo que yo rechazo, pero exijo que no se utilicen instrumentos p¨²blicos como medio para publicitar ideas que no comparten y que pueden resultar ofensivas a muchos espa?oles.
Como bien saben quienes reclaman el derecho que les otorga el vigente Concordato, lo que est¨¢ en juego es importante. Recordemos algo que dijo en su autobiograf¨ªa Charles Darwin, el cient¨ªfico que recorri¨® un largo y doloroso camino para desprenderse de las creencias religiosas de su infancia y juventud: ¡°No debemos pasar por alto la probabilidad de que la introducci¨®n constante de la creencia en Dios en las mentes de los ni?os produzca ese efecto tan fuerte, y tal vez, heredado en su cerebro cuando todav¨ªa no est¨¢ plenamente desarrollado, de modo que deshacerse de su creencia en Dios les resultar¨ªa tan dif¨ªcil como para un mono desprenderse de su temor y odio instintivos a las serpientes¡±. De lo que se trata, en otras palabras, es de ganar el futuro.
Jos¨¦ Manuel S¨¢nchez Ron es miembro de la Real Academia Espa?ola y catedr¨¢tico de Historia de la Ciencia en la Universidad Aut¨®noma de Madrid.
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