Del desprecio al experimento
Los partidos buscan cerebros en caladeros ajenos a la pol¨ªtica profesional a los que ofrecer un cartel electoral. Piensan que con intelectuales como reclamo incrementar¨¢n sus expectativas de voto
Aunque han pasado muchos a?os, no quedan muy lejos todav¨ªa aquellos d¨ªas en que los socialistas llegaron, por vez primera en solitario, al poder en Espa?a. Si, por error, alguien felicitaba a uno de ellos y se felicitaba de que al fin el Gobierno estuviera en manos de unos pol¨ªticos muy diferentes a lo hasta entonces conocido, la respuesta no se hac¨ªa esperar: ojo, no te confundas, yo no soy un pol¨ªtico. Los nuevos ministros no quer¨ªan ser identificados como pol¨ªticos. Se comprende, pues, que una exmagistrada designada por un reci¨¦n creado partido pol¨ªtico como candidata a la alcald¨ªa de Madrid, afirmara en su primera declaraci¨®n tras aceptar la nominaci¨®n que a ella la pol¨ªtica no le gusta.
Y es que definitivamente ni los pol¨ªticos ni la pol¨ªtica gozan de buen predicamento, no solo en Espa?a ni por razones coyunturales. En un programa de radio animado por Matthew Flinders hace unos a?os en Reino Unido, se preguntaba por la calle a ciudadanos elegidos al azar qu¨¦ les suger¨ªa la voz politician. Las respuestas fueron: Corrupt, rubbish, garbage, useless, liar, crook, waster, no muy diferentes de las que se les podr¨ªa ocurrir no ya a la gente que va por la calle en cualquier ciudad de Espa?a, sino a quienes escriben columnas y disponen de tribunas en los peri¨®dicos e incluso a algunos de los candidatos a ocupar, por elecci¨®n, un cargo p¨²blico: pol¨ªtico ha llegado a ser, en castellano, igual a corrupto, basura, in¨²til, mentiroso, ladr¨®n, despilfarrador, mismamente como en ingl¨¦s.
Otros art¨ªculos del autor
Buena parte en el origen y esmerado cultivo del desprecio hacia el y lo pol¨ªtico corresponde a la nueva especie de sujetos con vocaci¨®n p¨²blica que en las primeras d¨¦cadas de Estado liberal se llamaron escritores p¨²blicos y luego, cuando la masa mostr¨® por vez primera su feo rostro en la calle, se identificaron como intelectuales. Aun en tiempo de los escritores p¨²blicos, con sus amplias avenidas para transitar del teatro, la novela, el peri¨®dico o la tribuna de los ateneos al Parlamento y a la presidencia del Consejo de Ministros, el respeto hacia la vocaci¨®n pol¨ªtica era como un reflejo de la alta estima que el escritor recib¨ªa del escaso p¨²blico lector. Fue la aparici¨®n de las masas como nuevo sujeto de la pol¨ªtica y la correlativa universalizaci¨®n del sufragio masculino lo que especializ¨® al pol¨ªtico como un profesional del poder, separ¨¢ndolo definitivamente del escritor, tambi¨¦n profesionalizado a medida que se multiplicaban sus lectores y se erig¨ªa a s¨ª mismo como voz de los que no tienen voz, conciencia de una multitud sin conciencia.
Fue entonces, con la simult¨¢nea profesionalizaci¨®n del escritor y del pol¨ªtico, cuando la veda de los pol¨ªticos qued¨® abierta para los escritores convertidos ya en intelectuales. Contra los pol¨ªticos fue el t¨ªtulo de uno de los primeros manifiestos firmado por una pl¨¦yade de escritores que presum¨ªan de no ser ¡°unos desconocidos¡±, aunque lamentaban ser ignorados ¡°en el mundo pol¨ªtico¡±. Alejados y desde?osos de la pol¨ªtica, aquellos firmantes se alzaban como jueces de este ¡°linaje de ambici¨®n que concita el rencor torvo y airado de todo un pueblo¡±. Alguien tan habitualmente comedido y eutrap¨¦lico como don Manuel Bartolom¨¦ Coss¨ªo ¡ªpor no hablar de los Baroja, Azor¨ªn, Unamuno y dem¨¢s ralea del 98¡ª pensaba y escrib¨ªa que los diputados, senadores y ministros no estaban para resolver problemas sino ¡°para hacer discursos, dar y tomar destinos, mendigar plazas de alquilones en las grandes compa?¨ªas industriales y no tratar otra rendici¨®n que la suya¡±.
Parec¨ªa que la democracia hab¨ªa puesto fin a la relaci¨®n esquizofr¨¦nica entre escritores y pol¨ªticos
O sea, que la cosa viene de lejos, desde que los pol¨ªticos necesitaron a?adir a sus dotes oratorias la habilidad para solicitar y la astucia para obtener el voto de la masa como ¨²nica v¨ªa que les condujera al esca?o en el Parlamento y de all¨ª a alg¨²n sill¨®n en el Gobierno. Ah¨ª radica el origen del vilipendio: en la democracia entendida como arte para alcanzar el poder enga?ando, mintiendo o embaucando a gentes colecticias, como se dec¨ªa anta?o. Por eso, las nuevas formas de corrupci¨®n pol¨ªtica y por eso la querencia de los intelectuales a asumir el papel de predicadores de la regeneraci¨®n nacional evocando, y llamando, a los cirujanos de hierro, los hombres fuertes, los caudillos de masas, que no tienen que recurrir al enga?o ni a la mentira, sino solo proclamar las verdades como pu?os, para hacerse seguir de unas multitudes ignorantes del destino que deben dar a su voto.
Parec¨ªa que el asentamiento de la democracia durante la segunda mitad del siglo XX como ¨²nico horizonte de la pol¨ªtica hubiera puesto fin a esta relaci¨®n algo esquizofr¨¦nica entre intelectuales y pol¨ªticos: ni avenidas de doble direcci¨®n como en el romanticismo, ni desprecio coloreado por la nostalgia de fuertes liderazgos como en la larga fase de ascenso de los nacionalismos, sino divisi¨®n del trabajo: los pol¨ªticos haciendo pol¨ªtica, los intelectuales hablando y escribiendo desde su observatorio cr¨ªtico, como teoriz¨® Raymond Aron, o clavando de vez en cuando el aguij¨®n como t¨¢banos modernos, como los defini¨® Todorov. As¨ª transcurrieron las tres primeras d¨¦cadas de la reciente democracia espa?ola, punteada por intermitentes salidas a escena de intelectuales con alg¨²n manifiesto de apoyo a, o de protesta contra las diversas opciones que concurr¨ªan en el mercado electoral. Entre las ¨²ltimas, aquella sonrojante patochada de la ceja, de la que no faltan algunos que todav¨ªa alivian su rubor redoblando el desprecio al mismo pol¨ªtico que en aquella ocasi¨®n celebraron.
Con la corrupci¨®n y la crisis la confianza en los representantes p¨²blicos ha ca¨ªdo al abismo
El caso es que, con la crisis y la corrupci¨®n, la confianza en los pol¨ªticos hab¨ªa ca¨ªdo a tales abismos que la nueva generaci¨®n de l¨ªderes de los partidos no ha tenido mejor ocurrencia que echar las redes en caladeros ajenos a la pol¨ªtica profesional por ver si en las aguas revueltas del mundo intelectual encontraban la cuerda que les sacara del hoyo. No se trata de una nueva edici¨®n de la cl¨¢sica figura del compa?ero de viaje, tan vigente todav¨ªa, aunque ya no acompa?ando a los partidos que promet¨ªan la emancipaci¨®n social a trav¨¦s de la dictadura del proletariado, sino a aquellos otros que propagan la religi¨®n de la identidad nacional, de la que Salvador Giner fue en otros tiempos clarividente profeta. De lo que se trata ahora es de asegurar el voto al partido por cara interpuesta, como es el caso en Podemos; de taponar las v¨ªas de agua por la que se perd¨ªan votos a chorros, como ocurr¨ªa en el PSOE; de echar una mano en la elaboraci¨®n de los arbitrios necesarios para salir de la crisis y cambiar de modelo econ¨®mico, como promete Ciudadanos; o de recitar una oda en entierro anunciado, como es el temor en Izquierda Unida.
Si la f¨®rmula tiene ¨¦xito estar¨ªamos tal vez en el comienzo de una gran revoluci¨®n en las pr¨¢cticas pol¨ªticas: la transformaci¨®n de los partidos en una especie de headhunters, organizaciones especializadas en la b¨²squeda de cerebros a los que ofrecer un puesto de candidato en elecciones, o de ministros de Econom¨ªa o Hacienda in pectore, de manera que adem¨¢s de a este o a aquel partido se votar¨¢ a tal o cual escritor, profesional o artista que aparezca en los primeros puestos de unas listas que, por si acaso, seguir¨¢n cerradas y bloqueadas. ?Anuncio del fin del pol¨ªtico profesional como actor ¨²nico en el ¨¢mbito de la pol¨ªtica? ?Porosidad de las fronteras que desde la generalizaci¨®n del sufragio separaban n¨ªtidamente el campo del poder del campo intelectual? Es pronto para aventurar una respuesta, pero una cosa es clara: los y las intelectuales est¨¢n ah¨ª, con sus caras subidas a los carteles electorales, porque los dirigentes pol¨ªticos de la nueva generaci¨®n piensan que con ellos y ellas como reclamo incrementar¨¢n sus expectativas de voto, en el mejor de los casos, o evitar¨¢n la p¨¦rdida, en el peor. Depender¨¢ de la adecuaci¨®n de los resultados a las expectativas que el experimento se marchite como flor de un d¨ªa o, puestos a fabular, se consolide como prometedor inicio de una nueva relaci¨®n entre el poder y la raz¨®n en la sociedad democr¨¢tica de masa.
Santos Juli¨¢ es historiador.
Tu suscripci¨®n se est¨¢ usando en otro dispositivo
?Quieres a?adir otro usuario a tu suscripci¨®n?
Si contin¨²as leyendo en este dispositivo, no se podr¨¢ leer en el otro.
FlechaTu suscripci¨®n se est¨¢ usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PA?S desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripci¨®n a la modalidad Premium, as¨ª podr¨¢s a?adir otro usuario. Cada uno acceder¨¢ con su propia cuenta de email, lo que os permitir¨¢ personalizar vuestra experiencia en EL PA?S.
En el caso de no saber qui¨¦n est¨¢ usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contrase?a aqu¨ª.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrar¨¢ en tu dispositivo y en el de la otra persona que est¨¢ usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aqu¨ª los t¨¦rminos y condiciones de la suscripci¨®n digital.