No disparen al economista
Cuando las cosas se ponen mal, los miembros de la profesi¨®n reciben bofetadas por la supuesta inutilidad de sus an¨¢lisis. Se confunde el reto de prevenir y solventar problemas con la obligaci¨®n de saber lo que va a venir
En algunas escenas de las primeras pel¨ªculas tipo westernen el cine mudo, se suced¨ªan las disputas e insonoros tiroteos en la cantina y se pod¨ªa apreciar un c¨¢rtel con el mensaje: ¡°No disparen al pianista¡±. La convulsi¨®n propia de una crisis de las dimensiones de la que hemos vivido y a¨²n sufrimos ha otorgado un lugar central al debate econ¨®mico, pero en muchos casos demasiados disparos van en la direcci¨®n incorrecta. Los economistas son ahora tanto o m¨¢s necesarios que antes y merecen reproches, pero no pueden ocupar la centralidad que muchos quieren asignarles en la diana del desahogo.
Lejos est¨¢n estas l¨ªneas de ser un alegato de defensa de una profesi¨®n que necesita de la cr¨ªtica para avanzar. Y mucha autocr¨ªtica. De hecho, se han identificado muchas veces comportamientos denunciables en los que la investigaci¨®n econ¨®mica se ha puesto al servicio de intereses oscuros y ha obviado el inter¨¦s social que se le presupone como ciencia. Se ha echado tambi¨¦n de menos un c¨®digo ¨¦tico claro y apelable.
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?ltimamente se prodigan en Espa?a (tambi¨¦n suele ocurrir en otros pa¨ªses) an¨¢lisis sobre el grado de responsabilidad y acierto de los economistas y sobre su contribuci¨®n social. Muchos de ellos con valoraciones no siempre justificadas, desde mi punto de vista. Todo ello coincide, ir¨®nicamente, con un momento en el que cunde entre los partidos pol¨ªticos la elecci¨®n de economistas de prestigio acad¨¦mico (con cierta variabilidad en lo que podr¨ªa entenderse como prestigio) o de la industria para la elaboraci¨®n de programas electorales, como figuras llamadas a otorgar credibilidad. No es que esto sea completamente nuevo, pero est¨¢ adquiriendo un protagonismo inusitado estos d¨ªas. No siempre fue as¨ª en el pasado. Teniendo en cuenta el grado de exposici¨®n p¨²blica y la elevada probabilidad de que las propuestas de unos y otros sean fagocitadas por los intereses muchas veces menos edificantes de la pol¨ªtica, me permito felicitar a todos ellos por colocarse en primera l¨ªnea. Como a otros intelectuales de diversos ¨¢mbitos que antes y ahora tambi¨¦n arriman el hombro para tratar de reorientar algo en lo que alguna vez creyeron. Tarea inc¨®moda y meritoria.
Precisamente es en el terreno de la pol¨ªtica donde resulta complicado lanzar las cr¨ªticas a la profesi¨®n en pa¨ªses como Espa?a. Se crean comit¨¦s, consejos asesores y entidades supervisoras en los que los economistas suelen estar presentes, con supuesto car¨¢cter orientador y/o auditor, pero con poca repercusi¨®n pr¨¢ctica final. Tambi¨¦n es frecuente que algunos colegas reconocidos internacionalmente por sus contribuciones nunca hayan sido considerados para liderar alguna de estas instituciones en su propio pa¨ªs. Son figuras inc¨®modas.
En todas las disciplinas ha habido heterodoxos que han contribuido a cambiar el mundo
Luego, cuando vienen mal dadas, los miembros m¨¢s destacados de la profesi¨®n (al menos desde el punto de vista acad¨¦mico) son muchas veces los primeros en recibir las bofetadas por la supuesta inutilidad de sus an¨¢lisis. Lo que conduce a una segunda reflexi¨®n: ?qu¨¦ se debe esperar de la ciencia econ¨®mica y qu¨¦ podemos entender por ¡°prestigio¡±? Se puede esperar lo que cada uno quiera, pero lo que no cabe es fijar la expectativa en que los economistas son una suerte de pronosticadores, de adivinos. Se confunde la necesidad de dotar de herramientas para prevenir y solventar problemas con la obligaci¨®n de saber lo que va a venir. ?Deber¨ªan haber advertido los economistas la inminencia de una crisis financiera? En parte s¨ª, aunque esto es m¨¢s complicado de lo que podr¨ªa pensarse. De hecho, algunos economistas reconocidos internacionalmente previnieron gran parte de lo que se ven¨ªa encima ¡ªincluso en foros relevantes como Jackson Hole¡ª, pero sus cr¨ªticas fueron rechazadas por una poderosa e interesada maquinaria. Sea como fuere, un economista no es un brujo en torno a una bola de cristal. De modo equivalente, un m¨¦dico no puede muchas veces prevenir una epidemia ni anticipar d¨®nde y cu¨¢ndo ocurrir¨¢ la pr¨®xima, pero ofrece herramientas y m¨¦todos para su soluci¨®n.
El prestigio y la reputaci¨®n en la investigaci¨®n m¨¦dica y biol¨®gica procede de la ciencia y ese deber¨ªa tambi¨¦n ser el caso de la econom¨ªa. Las epidemias y las crisis econ¨®micas tienen graves consecuencias sociales y son precisas referencias. Lo que ocurre es que con la econom¨ªa estamos hablando de una ciencia social y eso da mucho juego para confundir opini¨®n y ciencia, para el intrusismo, oportunismo e, incluso, el populismo.
El escenario pol¨ªtico actual en Espa?a es, en parte, una muestra de este tipo de desconcierto. En cualquier ciencia, el prestigio viene de los resultados probados y publicados, reconocidos por los pares al m¨¢s alto nivel internacional. No se trata de un mecanismo elitista que excluye ideas y propuestas nuevas ¡ªuna de las cr¨ªticas f¨¢ciles de estos d¨ªas entre economistas antisistema autodenominados como ¡°heterodoxos¡±¡ª sino una garant¨ªa (imperfecta pero bastante acertada) de que los criterios de identificaci¨®n y robustez que son exigibles a una propuesta cient¨ªfica se cumplen, contribuyendo a avanzar. En todas las disciplinas siempre ha habido heterodoxos que han contribuido a cambiar el mundo, pero casi siempre ha sido desde la excelencia y el m¨¦todo cient¨ªfico. En todo caso, el prestigio es dif¨ªcilmente definible.
En los par¨¢metros relacionados con la ciencia, ha sido tradicionalmente bastante poco respetado en Espa?a. Al margen de esa dimensi¨®n intelectual, cabe otorgar enorme prestigio econ¨®mico a las familias que administran recursos escasos eficientemente, al profesional al frente de la empresa que progresa o al emprendedor que tiene ¨¦xito con un nuevo proyecto, hayan estudiado econom¨ªa o no. Tambi¨¦n otorgar¨ªa prestigio al divulgador que acerca la econom¨ªa a un p¨²blico m¨¢s amplio que el acad¨¦mico. Pero en el terreno de la divulgaci¨®n restar¨ªa todo el valor posible al que s¨®lo cuenta lo que la gente quiere o¨ªr, al que azuza y para el que palabras como identificaci¨®n o endogeneidad no significan nada, al que confunde continua e interesadamente causalidad con casualidad.
Restar¨ªa valor al que
solo cuenta lo que la gente quiere o¨ªr
La educaci¨®n sobre econom¨ªa deviene fundamental para prevenir los problemas, para separar el grano de la paja. Los economistas acad¨¦micos actuales tenemos tambi¨¦n mucho la culpa de una inadecuada divulgaci¨®n. Hace un tiempo, algunos colegas de la antigua escuela sol¨ªan reprochar ¡ªno sin cierta raz¨®n¡ª que est¨¢ muy bien eso del ejercicio acad¨¦mico orientado a la publicaci¨®n en revistas de prestigio internacional, pero que mucho de lo que ahora se investiga es como la luz de un flexo: demasiado enfocado y especializado, ajeno al entorno. Esto recuerda la vieja broma de aquel pastor, que asombrado por la destreza de un economista para evaluar a ojo cu¨¢ntas ovejas hay en su reba?o, le ofrece elegir una de ellas como regalo. El economista, agradecido, escoge al perro ante el estupor del pastor. Debe aceptarse como positiva la cr¨ªtica de que muchas de las pol¨ªticas actuales ¡ªentre ellas la monetaria¡ª se han basado en una creencia excesiva en ciertos modelos, necesariamente parciales, de forma obcecada. La econom¨ªa mejorar¨¢ como ciencia en la medida en que la sociedad se lo exija, pero tambi¨¦n cuando la cr¨ªtica proceda da una mayor educaci¨®n econ¨®mica y financiera, que comience en nuestros colegios. En la mayor parte de los pa¨ªses han sido las crisis y otros tristes acontecimientos los que han generado un cierto acervo de conocimiento. La experiencia, as¨ª, determina que un alem¨¢n sepa tanto de inflaci¨®n o austeridad como un espa?ol de solidaridad y supervivencia.
La cr¨ªtica que me resulta m¨¢s dif¨ªcil de aceptar es aquella de que la ciencia econ¨®mica es arrogante y no bebe de otras fuentes. Se me antoja complicado pensar en algo m¨¢s multidisciplinar que la econom¨ªa. Muchos de los mejores economistas son matem¨¢ticos o soci¨®logos. La historia, la estad¨ªstica, el derecho, la sociolog¨ªa, la psicolog¨ªa y hasta la filosof¨ªa son fundamentales para entender la econom¨ªa moderna.
No hay que disparar al economista. Ya nos batimos muchas veces a duelo entre nosotros en la profesi¨®n. La econom¨ªa precisa de muchas cosas para mejorar, entre otras un c¨®digo de conducta que separe el inter¨¦s cient¨ªfico del mercantil, un mayor respeto por el m¨¦todo cient¨ªfico y un orden reputacional m¨¢s objetivo. Pero ahora, m¨¢s que nunca, los economistas son necesarios.
Santiago Carb¨® Valverde es catedr¨¢tico de Econom¨ªa de la Bangor University e investigador de Funcas y CUNEF.
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