Maneras de contar
Lo que buscan quienes pretenden monopolizar el relato de los hechos no es la verdad hist¨®rica, sino la legitimidad moral, y por eso se presentan como v¨ªctimas. Es uno de los recursos del discurso nacionalista
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There must be
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Seg¨²n dec¨ªa Jim Thompson, el narrador que colabor¨® con S. Kubrik en el guion de Senderos de gloria (entre otras) y cuyas novelas dieron lugar a varias pel¨ªculas memorables, hay 32 formas de contar una historia. Pero ¡ªa?ad¨ªa Thompson¡ª ¡°hay una sola trama¡±. Quer¨ªa decir algo tan sencillo ¡ªpero hoy tan pol¨ªticamente incorrecto¡ª como que las cosas no son de 32 maneras, sino s¨®lo de una, aunque haya diferentes modos de relatarlas, es decir, diferentes perspectivas sobre lo ocurrido: tantas, al menos, como intereses involucrados en los hechos en cuesti¨®n. Esta diversidad no es de suyo preocupante, y en muchos sentidos podr¨ªa considerarse ¡°enriquecedora¡±, ya que el a?adir puntos de vista variados puede completar la visi¨®n que nos hacemos de lo que nos pasa. El conflicto comienza cuando nos encontramos con dos (o m¨¢s) relatos, perspectivas o puntos de vista que son incompatibles entre s¨ª, porque eso significa ¡ªsi admitimos la inc¨®moda tesis de Thompson¡ª que al menos uno de ellos es falso. Cuando dos relatos o perspectivas son incompatibles es porque no son relatos de los mismos hechos o perspectivas acerca de las mismas cosas,o sea que quienes los relatan de estas maneras inconmensurables no est¨¢n hablando de una sola y la misma trama, sino que creen vivir en mundos radicalmente divergentes.
Hitler contaba la historia del pueblo alem¨¢n como v¨ªctimas del complot sionista internacional
Existe una (vieja y desprestigiada) manera de dirimir esta cuesti¨®n: acudir al relato de los historiadores, el ¨²nico que podemos suponer ¡°desinteresado¡± o cuyo ¨²nico inter¨¦s es esclarecer la verdad sobre los hechos. Pero nadie quiere o¨ªr hablar de un punto de vista ¡°desinteresado¡± u ¡°objetivo¡±. Y no s¨®lo porque hemos visto que los diferentes poderes en liza disponen de sus respectivos equipos de ¡°historiadores desinteresados¡± al servicio de sus intereses, sino sobre todo porque el tipo de conocimiento que suministra la historiograf¨ªa, por aspirar a la objetividad, nunca es definitivo (siempre est¨¢ abierto a nuevas investigaciones) y nunca equivale a un juicio moral, y por ello no satisface las expectativas pol¨ªticas de quienes esperan una ¨²ltima palabra inamovible y obligatoria, que adem¨¢s determine con claridad qui¨¦nes fueron los buenos y qui¨¦nes los malos.
El n¨²cleo duro de este conflicto parece encontrarse en ese dictum infinitamente repetido seg¨²n el cual ¡°la historia la escriben siempre los vencedores¡±, que naturalmente presupone que, al hacerlo, los vencedores falsean los hechos para establecer como definitiva una verdad oficial seg¨²n la cual ellos fueron los buenos, y los derrotados los malos. Debido al prestigio adquirido por ese dictum, nadie quiere adoptar el punto de vista del vencedor, por temor a que ello convierta inmediatamente su relato en sospechoso de falsificaci¨®n. Pero esto no significa, ni por asomo, que el relato de los vencedores se complete o se contraste con el de los derrotados (algo que, al menos, tendr¨ªa cierto inter¨¦s narratol¨®gico). Puesto que lo que buscan quienes pretenden monopolizar el relato de los hechos no es la verdad hist¨®rica, sino la legitimidad moral, la realidad es exactamente la contraria de la enunciada en esa f¨®rmula repetitiva, es decir, que todo el mundo se empe?a en contar la historia desde la perspectiva de las v¨ªctimas, que ha quedado incomprensiblemente libre de toda sospecha (incluso Hitler contaba la historia del pueblo alem¨¢n y de la raza aria como v¨ªctimas del complot sionista internacional, y Franco estuvo 40 a?os haci¨¦ndose la v¨ªctima de la conspiraci¨®n judeo-mas¨®nica). Naturalmente que todos los que participan en un conflicto falsean la historia para presentarse como ¡°los buenos¡±, pero la forma de hacerlo consiste justamente en aparecer como v¨ªctimas, porque s¨®lo as¨ª la victoria que pretenden ser¨¢ no solamente consecuencia de su predominio material sobre el enemigo, sino de su superioridad moral.
Hay quien est¨¢ convencido de que en Espa?a la libertad de expresi¨®n est¨¢ amenazada
El discurso nacionalista es, no por casualidad, un ejemplo privilegiado de esta estrategia narrativa. En Espa?a hemos visto, por ejemplo, c¨®mo el nacionalismo catal¨¢n ha construido en unos pocos a?os una narraci¨®n en la cual Catalu?a aparece como v¨ªctima de una historia de expolio y avasallamiento que ha durado siglos. Si esta historieta hubiera sido impuesta mediante la violencia a todos los s¨²bditos por un dictador despiadado en un pa¨ªs remoto, nos parecer¨ªa veros¨ªmil que muchos de ellos hubiesen acabado crey¨¦ndosela. Sin embargo, ha ocurrido en un pa¨ªs democr¨¢tico, pol¨ªticamente pluralista, miembro del Consejo de Seguridad de la ONU, y no obstante un buen n¨²mero de catalanes letrados se ha enganchado a esta f¨¢bula con manifiesto entusiasmo. Y si escuchamos con atenci¨®n la historia del terrorismo de ETA que narra el nacionalismo vasco, tenemos bastantes posibilidades de que los asesinos se conviertan en patriotas (o sea, abertzales), ciertamente equivocados, pero patriotas al fin, que habr¨ªan sido, no menos que los asesinados, v¨ªctimas de un conflicto pol¨ªtico no resuelto con el Estado espa?ol. Y si quienes no son nacionalistas se niegan a aceptar ese relato, es decir, si rechazan desempe?ar el papel de verdugos que falsifican la historia para justificar el saqueo, sencillamente tendr¨¢n que admitir que no viven en el mismo pa¨ªs (espa?ol, vasco o catal¨¢n), puesto que su relato es incompatible con el del nacionalismo.
Pero no son estos los ¨²nicos victimismos que producen relatos incompatibles. El d¨ªa en que escribo estas l¨ªneas los sondeos demosc¨®picos sit¨²an en cabeza a una formaci¨®n cuyos votantes, que no son analfabetos indocumentados, que se benefician de la cobertura sanitaria y educativa del Estado social de derecho y de los favores de pertenecer a la Uni¨®n Europea, est¨¢n convencidos, de buena fe y sin admitir un ¨¢pice de hipocres¨ªa, de cosas como que en Espa?a (a diferencia de lo que ocurre en Venezuela) hay presos pol¨ªticos y la libertad de expresi¨®n est¨¢ amenazada; que la formaci¨®n a la que apoyan ¡ªcuyos dirigentes entraron en pol¨ªtica al grito de ¡°?Les vamos a echar!¡±¡ª es objeto de una conspiraci¨®n para ¡°tumbarles¡± de la que forman parte todos los medios de comunicaci¨®n nacionales y algunos locales, capitaneada por el grupo PRISA y financiada por el capitalismo internacional, del cual son lacayos los dos grandes partidos estatales, que en realidad no son dos sino uno solo; que estas mismas fuentes tambi¨¦n sufragan a Ciudadanos, que es un partido de extrema derecha franquista surgido directamente de la Falange Espa?ola y de las JONS y alimentado por conocidos intelectuales fascistas; y que para presentarse a las elecciones no es necesario ning¨²n programa definido de actuaci¨®n, sino solamente tener muy claro aquello que se rechaza (que es todo lo ajeno), y que una vez en el poder ya se ir¨¢ construyendo la alternativa sobre la marcha (y esto, por cierto, no les parece un fraude). D¨ªgase como se quiera, pero el caso es que quienes cuentan estos cuentos (que son m¨¢s del 20% de los electores, seg¨²n los sondeos) no viven en el mismo pa¨ªs que quienes sabemos que todas esas aserciones son falsas. Y si esto abona la idea de que hay muchas maneras de contar una historia, no permite ya asegurar que haya una sola trama, como quer¨ªa Thompson.
Los soci¨®logos electorales son optimistas: esta campa?a electoral ¡ªla m¨¢s larga y devastadora de las recientes¡ª no es una guerra civil, dicen, y despu¨¦s de las generales los supervivientes pactar¨¢n entre ellos para garantizar la gobernabilidad. Un augurio que a la vez nos tranquiliza y nos desazona, porque quiere decir que todos esos relatos no son m¨¢s que ficciones propagand¨ªsticas y que sus patrocinadores lo saben perfectamente (lo que les permitir¨¢ llegar a acuerdos con quienes sostienen relatos incompatibles una vez que sus votos ya no peligren). La ¨²nica posibilidad de que, a finales de este a?o, sigamos todos viviendo en el mismo pa¨ªs, es que consideremos leg¨ªtimos el derecho a mentir para obtener votos y la obligaci¨®n de hacer como que nos creemos las mentiras para darlos. Porque la otra posibilidad, es decir, la de que todos los narradores y todo su p¨²blico crean firmemente lo que dicen y escuchan, significar¨ªa que en 2016 el pa¨ªs ser¨¢ ingobernable (a¨²n hoy no vemos muy clara la gobernabilidad en Andaluc¨ªa, y no estamos seguros de que lo que ha hecho Artur Mas en Catalu?a haya sido exactamente ¡°gobernar¡±). Lo sabremos por Navidad. Si es que vivimos para entonces, y no nos hemos muerto de risa o de hast¨ªo.
Jose Luis Pardo es fil¨®sofo.
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