Por una cultura de pacto
El bipartidismo imperfecto que ha predominado durante m¨¢s de tres d¨¦cadas tiene ante s¨ª una prueba decisiva, que exigir¨¢ en todo caso una postura m¨¢s pactista, Gobiernos de coalici¨®n y fomentar la colaboraci¨®n mutua
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Si hay algo que caracteriza la evoluci¨®n del clima pol¨ªtico en la Espa?a de los ¨²ltimos meses es su inusitado dinamismo. Las encuestas se suceden mostrando el asentamiento de lo que a todas luces parece ya un tetrapartito.Cuatro partidos oscilan en su intento por ocupar las l¨ªneas de cabeza, el Partido Popular, el PSOE, Podemos y Ciudadanos. El orden que muestran en las preferencias de los votantes depende de la encuesta y del momento en el que se sondea la intenci¨®n de voto, pero no cabe duda de que cualquiera de ellos acabar¨¢ recibiendo un n¨²mero de votos importante. Con ello est¨¢ a punto de confirmarse la previsi¨®n de que el bipartidismo imperfecto, que hasta ahora ven¨ªa caracterizando al modelo de partidos m¨¢s cristalizado de la democracia, tiene ante s¨ª una prueba decisiva.
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Dos reflexiones se suscitan de inmediato. Primero: nuestro sistema de partidos comienza a parecerse m¨¢s al que predomina en nuestro entorno europeo, acusadamente fragmentado y con no pocos Gobiernos de coalici¨®n. En segundo lugar, que esta nueva organizaci¨®n m¨¢s fragmentada del sistema de partidos suscita la necesidad de acceder a una cultura pol¨ªtica m¨¢s pactista, a hacer concesiones rec¨ªprocas y, en general, a fomentar la colaboraci¨®n mutua. No ser¨¢ un empe?o f¨¢cil, ya que venimos de un modelo de relaciones interpartidistas marcado por la crispaci¨®n y la acentuaci¨®n ret¨®rica de la descalificaci¨®n global del adversario.
El escenario que as¨ª se anticipa no es, en todo caso, algo nuevo en Espa?a. Fue el que configur¨® el Congreso de los Diputados a comienzos de la Transici¨®n, cuando inauguramos el ciclo con un modelo m¨¢s pluripartidista, y no ha sido excepcional en algunas autonom¨ªas (Catalu?a, Pa¨ªs Vasco, Galicia, Cantabria, Arag¨®n, Extremadura¡) ni en muchos municipios. Aunque tambi¨¦n sea cierto que siempre hemos tenido Gobiernos monocolor en el ¨¢mbito estatal, y esto es lo que ahora parece que va a quebrarse; en particular, el sistema por medio del cual el partido m¨¢s votado era sostenido en el Parlamento gracias a acuerdos puntuales con los partidos nacionalistas. Todo da a entender que este tipo de acuerdos ya no van a ser posibles, porque no sumen la mayor¨ªa suficiente y por la propia deriva soberanista de los principales partidos nacionalistas catalanes. El modelo ser¨¢, casi con total probabilidad, el de un Gobierno de coalici¨®n o el de un Gobierno en minor¨ªa apoyado por uno o m¨¢s de los nuevos partidos emergentes o los ya establecidos entre s¨ª.
?Cu¨¢les son las consecuencias inmediatas de la m¨¢s que probable nueva situaci¨®n del sistema de partidos en Espa?a? A este respecto creemos que es importante distinguir entre aquello que podemos calificar como la ¡°gobernabilidad ordinaria¡± ¡ªes decir, la consecuci¨®n de mayor¨ªas espec¨ªficas para gobernar un Ayuntamiento, una comunidad aut¨®noma o el propio Estado¡ª y el consenso necesario para emprender algunas de las m¨¢s amplias reformas que requiere el pa¨ªs.
Venimos de un modelo marcado por la crispaci¨®n y la descalificaci¨®n global del adversario
A la vista de la naturaleza de los nuevos partidos, de su orden program¨¢tico y su pr¨¢ctica pol¨ªtica, no hay razones para pensar que puedan poner en cuesti¨®n la gobernabilidad. El fantasma de la inestabilidad pol¨ªtica es m¨¢s aparente que real. Es muy posible, como ocurre cuando damos el salto al multipartidismo, que surjan problemas para conseguir mayor¨ªas en unos u otros ¨¢mbitos, pero a grandes rasgos no parece que el tr¨¢nsito desde el sistema bipartidista a otro m¨¢s multipartidista vaya a ser necesariamente traum¨¢tico.
Por otra parte, este nuevo orden partidista est¨¢ consiguiendo relegitimar el sistema pol¨ªtico espa?ol, permitiendo que sectores de la poblaci¨®n que hasta ahora no se sent¨ªan representados por los partidos tradicionales hayan encontrado un veh¨ªculo para volver a integrarse en ¨¦l. Este es el gran m¨¦rito de Podemos, que poco a poco ha ido transformando lo que parec¨ªa una cr¨ªtica primaria y populista del orden de la Transici¨®n en una opci¨®n pol¨ªtica con perfecta capacidad para integrarse en el sistema, proponi¨¦ndose regenerarlo desde dentro. Y no hay que olvidar tampoco que Espa?a es ahora mismo uno de los pocos pa¨ªses europeos donde no han aflorado partidos de car¨¢cter xen¨®fobo o antieuropeos de extrema derecha.
Otra cosa ser¨¢ la conformaci¨®n de las mayor¨ªas necesarias para emprender algunas de las reformas que exige la nueva situaci¨®n pol¨ªtica, como la del modelo territorial del Estado, la regeneraci¨®n y revitalizaci¨®n de la democracia y la adopci¨®n de medidas sociales que permitan suturar la fractura social creada por la crisis econ¨®mica. Algunas de estas reformas exigir¨¢n reformas constitucionales puntuales y para ello se requerir¨¢ un amplio consenso.
Es verdad que tal consenso no se da all¨ª donde, en principio, es imprescindible: en Catalu?a. La decisi¨®n de CiU y ERC de convocar elecciones ¡°plebiscitarias¡± les excluye como posibles partes de todo acuerdo pol¨ªtico dentro del espacio nacional m¨¢s amplio. Su apuesta sigue siendo la misma: lo ¨²nico que habr¨ªa que acordar con ellos es la forma en la que proceder a la independencia, lo que en principio cierra todos los canales para la soluci¨®n de conflictos. Y, sin embargo, no habr¨¢ soluci¨®n para el problema territorial si no conseguimos extender la cultura de pactos y entendimiento tambi¨¦n a partidos que, como ven¨ªa siendo el caso de CiU, hasta ahora eran imprescindibles para la gobernabilidad del pa¨ªs.
La concurrencia de nuevos partidos est¨¢ contribuyendo a revitalizar la democracia
La consecuencia de las reflexiones anteriores parece evidente. El cambio que se anticipa para nuestro sistema de partidos no tiene por qu¨¦ interpretarse como una amenaza; puede verse tambi¨¦n como la apertura de nuevas oportunidades para la vida pol¨ªtica espa?ola. En particular, porque, aunque no est¨¢ garantizado, deber¨ªa empujar hacia la consecuci¨®n de una cultura de pactos, que es el medio imprescindible para la soluci¨®n de la mayor¨ªa de los problemas pol¨ªticos y sociales en democracia.
El gran activo del per¨ªodo que ahora parece llegar a su t¨¦rmino ha residido en la estabilidad pol¨ªtica garantizada por el juego competitivo entre los dos grandes partidos; una estabilidad que escond¨ªa, eso s¨ª, un uso partidario de las instituciones y todo un conjunto de pr¨¢cticas que los ha distanciado de buena parte de sus habituales votantes. La nueva competencia pol¨ªtica les obligar¨¢ a rehacerse o, si no, a afrontar un relativo declive. Tanto ellos como los nuevos partidos est¨¢n llamados por igual a contribuir a la gobernabilidad y a restaurar entre todos la confianza en la pol¨ªtica, el bien m¨¢s escaso de estos ¨²ltimos a?os en nuestro pa¨ªs.
Fernando Vallesp¨ªn, catedr¨¢tico de Ciencia Pol¨ªtica, y Jos¨¦ Luis Garc¨ªa Delgado, catedr¨¢tico de Econom¨ªa, en representaci¨®n del C¨ªrculo C¨ªvico de Opini¨®n, del que son socios fundadores.
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