La revoluci¨®n era el matiz
Los nuevos usos de la televisi¨®n y de las redes sociales someten a los pol¨ªticos a una sobreexposici¨®n que termina dejando en un segundo plano al mensaje. As¨ª, el que solo dice la verdad aburre
La revoluci¨®n no ser¨¢ televisada¡±, dice el estribillo de una famosa canci¨®n, que fue una pieza de culto en Estados Unidos, en 1971. Gil Scott-Heron, el autor, nos cuenta, con una prosa cantada muy de la ¨¦poca, una suerte de combativo fresco sociopol¨ªtico, que termina con la conclusi¨®n de que la revoluci¨®n no ser¨¢ televisada porque ser¨¢ en directo, es decir, suceder¨¢ de verdad, en las calles, y no en las pantallas de los televisores.
En 1971 la realidad acontec¨ªa en el mundo f¨ªsico, y en el siglo XXI parece que sucede justamente lo contrario, la realidad, para existir, necesita aparecer en una pantalla. Hoy la revoluci¨®n de Scott-Heron tendr¨ªa que ser televisada y puesta en un link para que los internautas pudieran participar desde su habitaci¨®n.
Aquella revoluci¨®n, desde luego, no contemplaba hordas de campesinos armados, pretend¨ªa remover la conciencia de los ciudadanos, hacerles ver que con otro sistema econ¨®mico y pol¨ªtico podr¨ªan vivir mejor, pretend¨ªa invitarlos, para decirlo con la ret¨®rica de la ¨¦poca, a cambiar el mundo, a tomar el relevo del gobierno de los viejos que se hab¨ªan instalado en el poder.
Otros art¨ªculos del autor
Aquella revoluci¨®n ten¨ªa que suceder en la calle, no en la pantalla, precisamente como lo hab¨ªan hecho, dos a?os antes, Julian Beck y Judith Malina, los creadores del Living Theatre, un experimento teatral que hoy ya nadie recuerda, pero que arroja luz sobre el espacio donde han sido arrinconados la pol¨ªtica y los pol¨ªticos, sobre todo los europeos, que hoy se deben a la pantalla, al link, a la consigna viral, y se mueven en un terreno estrictamente acotado por la normativa de la Uni¨®n Europea.
El pol¨ªtico espa?ol de este siglo, sea del signo que sea, trabaja en un espacio claustrof¨®bico, sus propuestas econ¨®micas o sobre la inmigraci¨®n, por poner dos temas calientes, deben ajustarse a los lineamientos europeos y, si no se ajustan, deben modificarse o suprimirse y reconvertirse en otra criatura. Si todos los pol¨ªticos espa?oles tienen que pasar por el mismo aro, ?qu¨¦ clase de revoluci¨®n vamos a televisar?
En su libro La invenci¨®n del para¨ªso, el escritor colombiano Carlos Gran¨¦s analiza la gesta de Julian Beck y Judith Malina, los art¨ªfices del Living Theatre, un combativo proyecto teatral que, efectivamente, revolucion¨® las conciencias de la juventud estadounidense en los a?os sesenta. Beck y Malina eran dos artistas que cre¨ªan que el arte era capaz de transformar a la sociedad, en sus obras teatrales se empe?aban en aniquilar la barrera que hay entre el actor y su p¨²blico, ellos y su compa?¨ªa bajaban al patio de butacas, a veces desnudos, a interactuar con los espectadores, que primero se asombraban y despu¨¦s terminaban actuando con los actores, recitando las l¨ªneas de activismo pol¨ªtico que escrib¨ªa Julian Beck en las giras de la compa?¨ªa, durante los trayectos entre una ciudad y otra, ¡°no necesitamos gobiernos, necesitamos una simple administraci¨®n¡±, ¡°el prop¨®sito del gobierno es proteger el dinero¡±, consignas propias de aquella ¨¦poca que iban envueltas en la teor¨ªa de que si el sexo fluyera con m¨¢s naturalidad, la sociedad y, sobre todo, los que mandan, ser¨ªan menos neur¨®ticos. Nada nuevo en realidad, nada que no hayan dicho los hippies un mont¨®n de veces. Pero el grupo de Beck dec¨ªa esto en una obra de teatro, pretend¨ªan cambiar el estado de las cosas desde el escenario, y lo hicieron con una energ¨ªa tal que puso en guardia al gobierno y durante toda su vida ¨²til el Living Theatre fue acosado por Hacienda y la polic¨ªa, en cada ciudad en la que se presentaba, hasta que lleg¨® el d¨ªa en que tuvieron que refugiarse en Brasil.
Estamos en la era del c¨¢lculo c¨ªnico en el pol¨ªtico y de la abulia en el ciudadano
Las cosas han cambiado radicalmente desde entonces, hoy los artistas no quieren hacer la revoluci¨®n, quieren ganar dinero para poder dedicarse tranquilamente a lo suyo. Vivir en una sociedad m¨¢s igualitaria, acabar con la corrupci¨®n y los abusos de poder, procurar la felicidad de los ciudadanos era, grosso modo, lo que reclamaba Julian Beck y lo que deber¨ªa buscar cualquier pol¨ªtico decente. Pero en el siglo XXI ya no estamos para ese tipo de revoluciones, estamos en otra era, la era del c¨¢lculo c¨ªnico en el pol¨ªtico y de la abulia en el ciudadano, que no hace m¨¢s que mirar asombrado como lo despluman. Cada vez se acepta con m¨¢s naturalidad que el candidato, al ser elegido por el pueblo, no solo no cumpla las promesas con las que convenci¨® a sus votantes, sino que haga precisamente lo contrario, aquello que prometi¨® no hacer. El pol¨ªtico va de pueblo en pueblo convenciendo a sus votantes, hace esa tradicional pol¨ªtica de cercan¨ªa pero siempre vigilado por el ojo electr¨®nico que va a colocarlo en las pantallas, y a catapultar los momentos brillantes de su discurso en la Red. Ya no se puede decir una tonter¨ªa en Jaramillo Quemado (Burgos) sin que se entere, inmediatamente, todo el pa¨ªs, hay que decir permanentemente frases sonoras, con gancho, con el objetivo de llenar todas las pantallas que requiere el pol¨ªtico para lograr, no que su mensaje cale, ?cu¨¢l mensaje?, sino una presencia medi¨¢tica importante. Llenar ese espacio no es f¨¢cil, pero tampoco se exige que lo que se dice sea verdad, basta con un apunte, con una ambig¨¹edad dicha de manera convincente, con un proyecto m¨¢s o menos vago, que se ajuste a los gustos y a las necesidades de la mayor¨ªa y, sobre todo, que pueda reajustarse en caso de que as¨ª lo indiquen las encuestas. La sobre exposici¨®n del pol¨ªtico exige a su equipo una gran capacidad de invenci¨®n, hay que estar inventando permanentemente frases convincentes, no importa que no se ajusten a la realidad, y la suma de estas frases inventivas, una tras otra, conforman un discurso que pertenece, m¨¢s bien, al territorio de la ficci¨®n, porque en la ¨¦poca de la revoluci¨®n televisada, el pol¨ªtico que solo dice la verdad pierde raiting, aburre y no interesa. Los pol¨ªticos son as¨ª, ya se sabe, dicen una cosa y despu¨¦s hacen otra, es parte del oficio pero ?y nosotros? Si todos los pol¨ªticos usan los mismos trucos y tienen las mismas ma?as, si todos, al final, est¨¢n acotados por la normativa de la Uni¨®n Europea, ?por qu¨¦ votamos a uno y no a otro?, ?por las peque?as diferencias? ?por el matiz? En eso ha quedado la revoluci¨®n: en el matiz.
Jordi Soler es escritor.
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