Indefensos ante la manipulaci¨®n
¡®El mundo de ayer¡¯, de Stefan Zweig, es una lecci¨®n magistral de c¨®mo los totalitarismos del siglo pasado, al provocar la demolici¨®n del v¨ªnculo entre palabra y verdad, consiguieron de paso extirpar el esp¨ªritu a los hombres
Hace a?os, estando en R¨ªo de Janeiro, me empe?¨¦ en visitar Petr¨®polis, una ciudad situada en la sierra de Orgaos, a 60 kil¨®metros de la capital carioca. Ten¨ªa curiosidad por ver la ciudad que alberg¨® la corte estival de los emperadores de Brasil, dado que siempre resulta una sorpresa ser informado de que Brasil tuvo emperadores, aunque por escaso tiempo, en el siglo XIX. Petr¨®polis es agradable, con un clima seco que contrasta con el de R¨ªo. Su principal patrimonio es, precisamente, el Museo Imperial. Sin embargo, tiene otro peque?o museo cuyo contenido tiene una importancia simb¨®lica mucho mayor que el que recuerda la pompa extravagante de los fugaces emperadores. Me refiero al dedicado a Stefan Zweig, en la casa donde el escritor austriaco y su mujer Lotte se suicidaron el 22 de febrero de 1942.
Otros art¨ªculos del autor
En este peque?o museo advert¨ª, por primera vez, que no hab¨ªa una fotograf¨ªa, sino dos, sobre aquella muerte. En la que yo conoc¨ªa hasta entonces los cad¨¢veres de Stefan y Lotte se mostraban, separados, sobre una cama, con una mesilla al lado con diversos objetos: un vaso, una botella de agua, una caja de cerillas, una l¨¢mpara. En la otra fotograf¨ªa, desconocida para m¨ª, el cad¨¢ver de Lotte aparec¨ªa inclinado sobre el de Stefan, juntas las manos de ambos. Me comunicaron amablemente que la variaci¨®n de la escena era la consecuencia de que la polic¨ªa, tras tomar una primera fotograf¨ªa, habr¨ªa separado pudorosamente los cad¨¢veres, de modo que la siguiente fotograf¨ªa fue la que se hizo p¨²blica para la prensa. Pens¨¦ que en la variaci¨®n de las dos im¨¢genes se alojaba todo un mundo, y que as¨ª lo hubiese considerado el propio Zweig.
Modestamente enmarcado colgaba en una pared de la casa el llamado testamento de Stefan Zweig, un breve texto que el novelista hab¨ªa escrito, al parecer, el d¨ªa anterior al suicidio, dirigido al juez y a la polic¨ªa. En realidad era un documento tan singular que s¨®lo pod¨ªa estar dirigido al conjunto de los hombres. En la primera mitad del texto, tras advertir que dejaba la vida por propia voluntad y en plena posesi¨®n de sus facultades mentales, Zweig agradec¨ªa a los brasile?os la extraordinaria hospitalidad que le hab¨ªan ofrecido, al tener que huir ¨¦l de Europa, acosado por el nazismo. Finalizaba: ¡°Europa, mi patria espiritual, se ha destruido a s¨ª misma (¡). Por eso me parece mejor concluir a tiempo y con ¨¢nimo sereno una vida para la que el trabajo espiritual siempre fue la alegr¨ªa m¨¢s pura y la libertad personal el mayor bien sobre la tierra. Saludo a mis amigos. ?Ojal¨¢ puedan a¨²n ver el amanecer! Yo, demasiado impaciente, me adelanto a ellos¡±.
Su obra desapareci¨® de las estanter¨ªas, como si los nazis hubieran conseguido exterminarla
En Petr¨®polis entend¨ª el resurgimiento, en los ¨²ltimos decenios, de Zweig como escritor. Al igual que sucede en otros casos, su recepci¨®n hab¨ªa experimentado un violento zigzag. Tremendamente popular en la Europa de entreguerras, hab¨ªa desaparecido de las estanter¨ªas despu¨¦s de la segunda contienda mundial, como si los estudiantes nazis que quemaban sus libros en las plazas de Alemania hubiesen conseguido exterminarlo para siempre. Con frecuencia ve¨ªamos Veinticuatro horas de la vida de una mujer y otras novelas de Zweig en las bibliotecas de nuestros abuelos, pero en la universidad ning¨²n profesor recomendaba a un escritor que parec¨ªa definitivamente periclitado. Pero los ¨²ltimos a?os del siglo XX, el siglo que lo hab¨ªa llevado a la cima y lo hab¨ªa destruido, albergaron el inesperado retorno de Zweig a las librer¨ªas de los pa¨ªses europeos. Cuando un retorno de este tipo se produce no hay duda de que la ¨¦poca, con sus interrogantes, lo exige, aunque sea de manera oblicua.
Recientemente he rele¨ªdo El mundo de ayer; Stefan Zweig subtitul¨® Memorias de un europeo a un libro escrito en circunstancias adversas: sin apuntes, sin archivos, sin amigos con los que compartir los recuerdos del pasado y, por encima de todo, en una situaci¨®n de permanente hostigamiento traum¨¢tico que, como se deduce del testamento previo al suicidio, no se amortigua ni siquiera en el amable exilio de Brasil. Es m¨¢s, El mundo de ayer sirve para encontrar explicaci¨®n al suicidio, aparentemente chocante, de alguien que no est¨¢ enfermo, no es un fracasado y no es sentimentalmente infeliz. Sirve para encontrar explicaci¨®n a lo que quiz¨¢ podr¨ªa ser definido como un suicidio civilizatorio, si es que tenemos ¡ªno tenemos¡ª necesidad de definir actos como este.
M¨¢s all¨¢ de sus m¨²ltiples aciertos literarios, El mundo de ayer es una lecci¨®n magistral sobre la demolici¨®n de los v¨ªnculos entre palabra y verdad. Los totalitarismos, a trav¨¦s de los cuales la Europa exaltada por Zweig, junto a tantos otros escritores, se hab¨ªa ¡°destruido a s¨ª misma¡±, pon¨ªan al descubierto que aquella demolici¨®n dejaba indefenso por completo al individuo y, en consecuencia, listo para la manipulaci¨®n y la sumisi¨®n. Extirpando la verdad a las palabras se extirpaba tambi¨¦n el esp¨ªritu a los hombres. Es posible que, en la lejana Petr¨®polis, Zweig, antes de suicidarse, pensara que los efectos de lo que estaba sucediendo conmover¨ªan irreparablemente el futuro.
Europa era una cultura; no, como alardean los portavoces del presente, una marca
Y, al menos en parte, ten¨ªa raz¨®n. Nosotros, por fortuna y por el momento, vivimos muy lejos de aquel paisaje apocal¨ªptico que se trag¨® el mundo de Zweig. Sin embargo, en muchos sentidos somos herederos de aquella extinci¨®n. Nuestra ¨¦poca ya no ha recuperado, o no ha querido recuperar, la verdad interna de la palabra. Si somos sinceros, nuestra ¨¦poca ya no piensa en t¨¦rminos de palabra o de verdad. ¡°Dar la palabra¡±, un ritual sacralizado hasta hace poco, ha dejado, en apariencia, de tener significado, y en nuestra vida p¨²blica la presencia de la verdad se ha convertido en fantasmag¨®rica, aplastada por las obesas siluetas de la rentabilidad, la eficacia, el impacto o la utilidad. En lenguaje, o la falta de lenguaje, lo dice todo: comp¨¢rese el tono con el que se proclama la actual construcci¨®n europea con el que refleja Zweig en El mundo de ayer cuando hace referencia al entusiasmo con que Rilke, Val¨¦ry y tantos otros se refer¨ªan a la ¡°unidad espiritual¡± de Europa. Europa era una cultura; no, como alardean los portavoces del presente, una marca.
Con todo, donde el lector actual puede encontrar la mayor vibraci¨®n al recorrer las p¨¢ginas de Zweig es al percibir ciertos paralelismos entre los riesgos del pasado y del presente. Hu¨¦rfanos de la verdad de las palabras, o incapaces de encontrarla y compartirla, tambi¨¦n nosotros nos encontramos indefensos ante la manipulaci¨®n, por m¨¢s que nuestra fe tecnol¨®gica nos mantenga ensimismados. Las ¨¦pocas parecen muy distantes, es cierto. En la nuestra s¨®lo ha irrumpido una multitud de peque?os brujos que juegan con la mentira y casi todos convivimos indiferentemente con ella. Pero la falta de amor a la verdad entra?a el mayor peligro: es el terreno abonado para que los grandes brujos entren en escena.
Rafael Argullol es escritor.
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