Arriar banderas
Conviene que la sociedad civil, educada, informada y atenta a evitar el dolor de sus ciudadanos, se imponga siempre sobre los s¨ªmbolos
La semana pasada, las autoridades de Carolina del Sur decidieron arriar la bandera confederada. Con ese gesto respond¨ªan a la matanza racista en una iglesia, llevada a cabo por un supremacista blanco. Es decir, un pa¨ªs sostiene una continuidad hist¨®rica que alienta y descarta sus s¨ªmbolos en una batalla perpetua. Durante muchos a?os, en la imaginer¨ªa norteamericana se impuso un ideal del perdedor de la guerra civil. Era un noble caballero del Sur que, derrotado y roto, caminaba por las tierras desoladas tratando de sostener una moral individual frente a los desmanes del progreso. El antih¨¦roe solitario carec¨ªa de hogar y familia y su cabalgada final era hacia el crep¨²sculo. Qu¨¦ grandes historias se armaron desde ese desahucio vital. La bandera se sosten¨ªa, pues, en una m¨ªtica personal que trataba de desligarse del error hist¨®rico de alinearse con las ideas esclavistas frente al progreso moral que abanderaban Lincoln y las industrias del Norte.
?La bandera de las barras y estrellas fue luego quemada como s¨ªmbolo de opresi¨®n en muchas esquinas del mundo, cuando se identificaba de manera directa con el sostenimiento de dictaduras, matanzas y encumbramiento de criminales en el poder perif¨¦rico. La doctrina de Kissinger, por la que hab¨ªa dos tipos de hijos de puta, los nuestros y los ajenos, asumi¨® el riesgo de tintar una bandera que quer¨ªa representar independencia y democracia con los valores opuestos. Fue Faulkner, vecino de Misisipi, uno de los Estados confederados, quien escribi¨® aquello de que el pasado nunca est¨¢ muerto, ni siquiera es pasado. La noticia de estos d¨ªas le da la raz¨®n, como le ha dado la raz¨®n la historia de la literatura.
Espa?a no puede ser ajena al acto valiente de los legisladores de Carolina del Sur, a su lectura contempor¨¢nea del tiempo pasado y la reverberaci¨®n de los s¨ªmbolos culpables. Entre nosotros tambi¨¦n existe la preocupaci¨®n por la incapacidad para unificar un relato compartido como naci¨®n, especialmente tras una guerra civil de extrema crueldad. A menudo, las banderas se airean para imponer una raz¨®n sobre todas las dem¨¢s. Pero no hay bandera que no est¨¦ te?ida de sangre inocente, por lo que conviene que la sociedad civil, educada, informada y atenta a evitar el dolor de sus ciudadanos, se imponga siempre sobre los s¨ªmbolos. Y ya que el pasado nunca est¨¢ muerto, que sea el futuro el ¨²nico que dicte los elementos de nuestra historia que conviene tener siempre presentes para recordarnos nuestros errores y nuestros aciertos en la peripecia como naci¨®n.
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