Las nuevas izquierdas y el r¨¦gimen del 78
En la competici¨®n por el voto, los reci¨¦n llegados han hecho exactamente lo mismo que los tradicionales ¡ªsocialistas y comunistas¡ª en los a?os setenta: girar al centro. Nos queda a¨²n mucho que o¨ªr y no poco que ver en esta partida de ajedrez
La incapacidad de las izquierdas realmente existentes de dar una respuesta propia, identificable como de izquierda, a la crisis econ¨®mica que se precipit¨® sobre Espa?a en 2008, sumada a la crisis de representaci¨®n que sacude a las democracias en toda Europa y fuera de ella, acabaron por desplazar, desde mayo de 2011, del Parlamento y de los partidos a la calle el escenario primordial de la pol¨ªtica. Nada original, por lo dem¨¢s: todas las revueltas y revoluciones que han subvertido el orden impuesto en los Estados de nuestro tiempo han germinado en las calles, lugar de la barricada desde la que se defend¨ªan las posiciones conquistadas en la ciudad y se emprend¨ªa la marcha hacia la conquista de los palacios emblemas del poder.
Pero, en relaci¨®n con el echarse a la calle tradicional, la salida a la calle en la Espa?a de 2011, y despu¨¦s, ofreci¨® una notoria originalidad: quienes salieron a ella no era para dirigirse a los centros de poder con el prop¨®sito de tomarlos, sino que se quedaban all¨ª, a la intemperie, convirtiendo la calle, espacio de tr¨¢nsito, en plaza, lugar de encuentro: hab¨ªan salido a la calle para permanecer en ella. Y as¨ª, el pueblo, que solo exist¨ªa en el momento de la elecciones como sujeto instant¨¢neo y evanescente de la pol¨ªtica, seg¨²n escribi¨® Pierre Rosanvallon, se volvi¨® de pronto visible en las plazas, anunciando con su presencia en el espacio p¨²blico una promesa de emancipaci¨®n frente a un sistema pol¨ªtico herido de corrupci¨®n y un sistema econ¨®mico causante de la devastaci¨®n de los bienes p¨²blicos y de exclusi¨®n y miseria en las capas medias de la sociedad. Fue la versi¨®n espa?ola de la colour revolution que se extendi¨® en esos a?os por todo el mundo como anuncio de primavera.
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Convertir aquel pueblo en la calle ¡ªmayormente: j¨®venes profesionales de clase media en paro o con empleos precarios, empleados p¨²blicos despedidos o ¡°recortados¡±, trabajadores v¨ªctimas de ERE¡ª en un nuevo sujeto capaz de alcanzar el poder para, una vez con el poder firmemente en mano, poner en marcha un proceso constituyente que subvirtiera el orden bloqueado del r¨¦gimen del 78, fue el prop¨®sito de un grupo de universitarios procedentes de la vieja izquierda y con experiencias en movimientos populares de Am¨¦rica Latina. Comprobaron enseguida que para llevar a su destino, la conquista del poder, todo el potencial acumulado por el movimiento 15-M, las mareas, las batas blancas, las camisas amarillas, las plataformas, no bastaba el cl¨¢sico relato dicot¨®mico ¡ªabajo/arriba; gente/casta¡ª del que exprimieron hasta la ¨²ltima gota, sino que era necesario articular un nueva fuerza pol¨ªtica capaz de triunfar en elecciones.
Es imposible ser al mismo tiempo un movimiento contrapoder y un partido que lucha por el poder
Y as¨ª fue, en un primer momento: aborreciendo la voz partido, y despreciando todo lo que se cubr¨ªa bajo el nombre de izquierda, rechazaron la posibilidad de etiquetar como de izquierdas su invento. Maestros en lo que Paul Piccone llam¨® populismo posmoderno, lo bautizaron con un desnudo acto de habla situado entre lo constatitivo y lo performativo: Podemos, S¨ª que podemos, Claro que podemos. Enseguida surgieron los Ahora, los Ganemos, las mareas, los En com¨²n. Nada de izquierda, nada de partidos. No se reconocen como partidos y sienten una profunda repugnancia, que no se cansan de manifestar con insultante jactancia, ante la posibilidad de ser identificados como una nueva izquierda.
Ocurre, sin embargo, que las movilizaciones en la calle se transforman cuando sus l¨ªderes franquean las puertas de los despachos institucionales: los lenguajes de revoluci¨®n cambian a la misma velocidad que los revolucionarios alcanzan el poder. Desde ese momento, ya no se trata de crear aqu¨ª y all¨¢ contrapoderes ni de alimentar iniciativas contra/r¨¦gimen, sino de administrar poder ¡ªque es dinero¡ª p¨²blico. Los m¨¢s cr¨ªticos de estas derivas de la movilizaci¨®n desde la calle al gobierno desde el despacho comienzan a cantar la palinodia, como aqu¨ª mismo la cant¨® hace unos d¨ªas Pablo Echenique; las c¨²pulas llaman a la moderaci¨®n y donde antes promet¨ªan romper el candado del r¨¦gimen del 78, ahora recuerdan la ¡°Transici¨®n exitosa¡± y dicen y escriben, como Iglesias y Errej¨®n, que, en fin, tambi¨¦n ese r¨¦gimen tiene sus cosas buenas. Y es que, situados ret¨®ricamente m¨¢s all¨¢ de la izquierda y la derecha, el primer desembarco en las instituciones les ha permitido comprobar que la Constituci¨®n de 1978 y el sistema electoral consolidado desde los a?os ochenta permite alcanzar el poder en Ayuntamientos y comunidades aut¨®nomas, y siempre que logren entenderse, a partidos que no han llegado en cabeza y ni siquiera con el 20% de los votos.
La gran paradoja es que el denostado sistema electoral no resulte tan negativo como se dec¨ªa
Tal es la gran paradoja a la que se enfrentan las nuevas izquierdas que no quieren reconocerse como tales en su relaci¨®n con las viejas izquierdas a las que desprecian soberanamente: que, al final, el vilipendiado r¨¦gimen del 78 y su tan denostado sistema electoral les obligue a encontrarse en alg¨²n momento del camino. Porque es solo una parte de la verdad que ese sistema electoral est¨¦ aquejado de un sesgo mayoritario, culpable del bipartidismo. Lo est¨¢, sin duda, cuando los esca?os a repartir son pocos, pero lo est¨¢, sobre todo ¡ªy esto tiende a olvidarse¡ª, cuando la distancia de votos entre el primer llegado y el tercero es sideral, como ocurr¨ªa con el PCE y con IU en relaci¨®n con el PSOE. Si no es as¨ª, si la distancia entre el primero y el tercero no pasa de 30/16, el beneficiario ser¨¢ el partido minoritario que, con poco m¨¢s de la mitad de los votos obtenidos por el mayoritario, alcanzar¨ªa, tambi¨¦n en los distritos de solo tres diputados, id¨¦ntico bot¨ªn: un esca?o. El m¨¦todo D¡¯Hont de distribuci¨®n de esca?os no favorece necesariamente y por siempre a los que llegan en cabeza; todo depende de cu¨¢ntos compiten y de cu¨¢n largo sea el trecho que separa a unos de otros.
De modo que ha sonado la hora de atrapar votos, o sea, de convertir un movimiento contrapoder en un partido listo para el ejercicio del poder. En democracia, las dos cosas a la vez no puede ser y, adem¨¢s, es imposible. Por eso, en esta competici¨®n por el voto, las nuevas izquierdas han hecho exactamente lo mismo que las izquierdas tradicionales ¡ªsocialistas y comunistas¡ª en los a?os setenta: girar al centro, que en su lenguaje posmoderno se expresa como ocupaci¨®n de la centralidad del tablero. Desde esa posici¨®n, ya consolidada en el lenguaje reci¨¦n estrenado (curiosamente: en EL PA?S y en domingo), a¨²n nos queda mucho que o¨ªr y no poco que ver en la partida de ajedrez entre nuevas y viejas izquierdas, pero todo apunta a que el sistema electoral del r¨¦gimen del 78, obligando a alguna forma de confluencia, acabar¨¢ por convertirse en el mejor aliado para que las izquierdas alcancen un porcentaje de votos que les permita administrar amplias parcelas de poder. ?Qu¨¦ izquierdas, con qu¨¦ lenguaje y bajo qu¨¦ marbete? Bueno, esto es parte de las sorpresas que nunca deja de darnos la vida.
Santos Juli¨¢ es historiador.
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