Resistencia en la tierra
El terremoto de 1985 desnud¨® tramas de corrupci¨®n en M¨¦xico y confirm¨® la inoperancia del Gobierno. M¨¢s all¨¢ de eso, nos dio una lecci¨®n elemental, tan antigua como el primer asentamiento humano: no somos due?os de la ciudad
El 19 de septiembre de 1985 un empell¨®n me sac¨® del sue?o. Viv¨ªa en la punta sur de Ciudad de M¨¦xico, donde el suelo de piedra volc¨¢nica es m¨¢s s¨®lido y los temblores provocan menor alarma. Nac¨ª en 1956, 10 meses antes de un c¨¦lebre sismo. En 1957 mi madre enfrentaba severos desaf¨ªos (el principal de ellos: un beb¨¦ que berreaba en una ¨¦poca anterior a los pa?ales desechables); de pronto, la tierra entr¨® en sinton¨ªa con sus angustias y ella temi¨® haber parido a un hijo de los terremotos. A?os despu¨¦s, esa leyenda me parecer¨ªa magn¨ªfica: no pens¨¦ que el subsuelo protestaba por mi llegada al mundo; juzgu¨¦ que me daba la bienvenida ¡°a la mexicana¡±, retumbando de emoci¨®n.
El 19 de septiembre de 1985 no me preocup¨® que la tierra se moviera hasta que sucedi¨® algo ins¨®lito. La casa donde viv¨ªa ten¨ªa una campana. A las 7.18, la campana toc¨® sola.
¡°Las campanadas caen como centavos¡±, escribi¨® L¨®pez Velarde. En este caso, ca¨ªan como metralla. Me ubiqu¨¦ bajo el quicio de una puerta. Cuando la campana dej¨® de sonar, la quietud adquiri¨® curiosa irrealidad. Descolgu¨¦ el tel¨¦fono: no hab¨ªa l¨ªnea. Tampoco hab¨ªa luz.
?A¨²n exist¨ªa la ciudad? La posibilidad de un borramiento decisivo, una aniquilaci¨®n may¨²scula y demencial, se volvi¨® factible.
Fui al coche a o¨ªr la radio. Jacobo Zabludowsky narraba los hechos por tel¨¦fono satelital. El periodista que despu¨¦s de la matanza de Tlatelolco se limit¨® a hablar del clima, recuper¨® su vocaci¨®n primera y cont¨® cabalmente lo ocurrido. Alcanc¨¦ su relato cuando la voz se le quebraba al contemplar los escombros de los estudios de televisi¨®n donde hab¨ªa pasado la mayor parte de su vida.
Muchos edificios se derrumbaron por estar mal construidos. El terremoto de 8,1 en la escala Richter hizo la auditor¨ªa que jam¨¢s har¨ªa el Gobierno.
Segu¨ª escuchando la radio hasta enterarme de que los monta?istas de la UNAM solicitaban voluntarios para ir a puestos de socorro.
El presidente Miguel de la Madrid decidi¨® que la mejor manera de luchar con la tragedia era negarla
En el estadio de Ciudad Universitaria conoc¨ª el nuevo talism¨¢n de la ciudadan¨ªa. Los brigadistas se ataban un trozo de tela amarilla en el brazo. Eso bastaba para luchar por la ciudad. ?Qui¨¦n tuvo esa idea? El amarillo no es un color muy popular. Si se hubiera elegido el verde, habr¨ªan sobrado banderas para cortar jirones. Pero las contingencias hist¨®ricas se deciden en forma caprichosa. M¨¦xico, Distrito Federal, se convirti¨® en el sitio sorprendente donde trapos de un color absurdo aparec¨ªan por todas partes, como si las abuelas los hubieran guardado junto a los calcetines impares por si alg¨²n d¨ªa sus descendientes necesitaban demostrar el peculiar hero¨ªsmo de estar vivos. Si pod¨ªamos encontrar tantos pa?os amarillos, pod¨ªamos ser suficientemente raros para salvar nuestra ciudad.
Mientras tanto, el presidente Miguel de la Madrid juzgaba que un desastre natural pod¨ªa darle ¡°mala imagen¡± a M¨¦xico. Decidi¨® que la mejor manera de combatir una tragedia era negarla y rechaz¨® la cooperaci¨®n internacional: ¡°Estamos preparados para atender esta situaci¨®n y no necesitamos recurrir a la ayuda externa. M¨¦xico tiene suficientes recursos y unidos, pueblo y Gobierno, saldremos adelante. Agradecemos las buenas intenciones, pero somos autosuficientes¡±.
?A qu¨¦ recursos se refer¨ªa? El mandatario que tres a?os despu¨¦s orquestar¨ªa el fraude electoral m¨¢s flagrante de nuestra historia, no ten¨ªa idea de lo que hablaba.
Mientras tanto, en los pasillos de Ciudad Universitaria, una cosa quedaba clara: hab¨ªa que rescatar la ciudad con las u?as. Por radio llegaban informes de los sitios m¨¢s da?ados. Se organizaron brigadas para ir a la Colonia Roma. Los monta?istas escalar¨ªan los edificios con sogas y la infanter¨ªa, armada de palas, trabajar¨ªa a nivel de la calle.
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Con esta estrategia subimos a una camioneta. No nos conoc¨ªamos. Ignor¨¢bamos de qu¨¦ ¨¦ramos capaces. Est¨¢bamos ah¨ª, horas despu¨¦s del terremoto, en una ciudad que la urgencia volv¨ªa nuestra.
En la Colonia Roma encontramos edificios que segu¨ªan en pie pero hab¨ªan perdido las paredes: era posible ver las cocinas y los muebles, como si se tratara de casas de mu?ecas. Entre las casas hab¨ªa s¨²bitos bald¨ªos, huecos amorfos, cr¨¢teres, oquedades. Nuestro veh¨ªculo trituraba vidrios. El aire ol¨ªa a gas.
En su poema Tierra roja, Francisco Segovia imagina las zozobras de una expedici¨®n a Marte. Ante la indescifrable extra?eza del paisaje, exclama: ¡°No son nativas?/ las piedras de esta tierra¡±.
Descendimos en la calle del Oro. ?Qu¨¦ riqueza pod¨ªamos hallar ah¨ª? Nuestra misi¨®n consist¨ªa en convertir desechos en trozos ordenados, restos inveros¨ªmiles en restos comprensibles.
Encontramos papeles, el brazo de una silla, el aspa de un ventilador, y los apilamos en la calle
Encontramos papeles, el brazo de una silla, el aspa de un ventilador, formas sueltas, partes de algo, y los apilamos en la calle. Constru¨ªamos ruinas para salvarnos de la ruina.
?Sirvi¨® de algo esa fatiga? No rescatamos a nadie y acaso s¨®lo nos rescatamos a nosotros mismos, convenci¨¦ndonos de que pod¨ªamos hacer algo ¨²til.
Al final de la batalla, alguien debe recoger los restos. La paz comienza con los pordioseros de la gloria, los que se hacen cargo de los escombros, recogen los zapatos, los botones, los peines rotos, lo que antes tuvo un sentido y un destino. Eso ¨¦ramos nosotros, la gente de la basura, los que llevan algo de un lado a otro en una letan¨ªa de los objetos.
El terremoto oblig¨® a un examen de conciencia. Nadie se salva sin explicaciones. Pod¨ªas morir y no lo hiciste. ?Tiene sentido vivir como vives si el techo se puede venir abajo?, ?vale la pena estar con esa persona, en ese trabajo, en esa ciudad? Ciertas r¨¦plicas llevaron los nombres de ¡°divorcio¡±, ¡°crisis vocacional¡±, ¡°mudanza¡±.
Tuvimos miedo, miedo de morir, miedo de que otros hubieran muerto, miedo de expresar el miedo. Ser d¨¦bil exige valent¨ªa. Si el presidente quiso ocultar que era vulnerable, nosotros deb¨ªamos aprender a serlo.
El terremoto desnud¨® tramas de corrupci¨®n y confirm¨® la inoperancia del Gobierno. Muchas cosas pod¨ªan ser criticadas. M¨¢s all¨¢ de eso, nos dio una lecci¨®n elemental, tan antigua como el primer asentamiento humano: no somos due?os de la ciudad; en todo caso, podemos lidiar con los desechos para que la ciudad exista. Perteneces al sitio donde est¨¢s dispuesto a limpiar la mierda.
Como el poeta Francisco Segovia en su imaginario viaje a Marte, el 19 de septiembre de 1985 supimos que las piedras no eran nativas de esta tierra, pero nosotros s¨ª lo ¨¦ramos.
Juan Villoro es escritor.
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