Independencia l¨ªquida
Ante el ¡°proceso de desconexi¨®n¡± en Catalu?a, los l¨ªderes pol¨ªticos espa?oles deben estar a la altura de las circunstancias. Es necesario un acuerdo de las fuerzas partidarias de la unidad. El Gobierno central no puede ser ya el ¨²nico interlocutor
Los independentistas catalanes siguen moviendo ficha, aunque no hablan de romper con el Estado espa?ol, sino, m¨¢s amablemente, de ¡°desconectarse¡±. La idea parece evocar las conocidas tesis de Zygmunt Bauman sobre la modernidad l¨ªquida. Frente a otros procesos de independencia de la historia, el catal¨¢n no propugnar¨ªa una separaci¨®n radical, y mucho menos a¨²n, violenta, sino amigable, sencilla y limpia. No ser¨ªa una ruptura, sino una desconexi¨®n, como la que uno hace casi imperceptiblemente con su ordenador; cabr¨ªan nuevas conexiones, eso s¨ª, con diferentes formas respecto de la actual. Naturalmente, no parece relevante que un proceso as¨ª sea original o que una divisi¨®n territorial sea, objetivamente, el acto pol¨ªtico m¨¢s traum¨¢tico que quepa imaginar. Los independentistas hace ya mucho tiempo que han abandonado el realismo sucio y se han entregado con fervor al realismo m¨¢gico. Supongo que, como afirmara Ambrose Bierce, la verdad es algo tan bueno que la mentira no puede permitirse el lujo de estar sin ella. Ahora toca el mito de la independencia sedicentemente l¨ªquida, porque, en realidad, las posturas en presencia son gran¨ªticas.
Y, en ese contexto, ?c¨®mo podremos salir del callej¨®n aparentemente sin salida en el que estamos? Los independentistas no han ganado las elecciones, pero tampoco han perdido, porque han logrado reunir un n¨²mero nada desde?able de votos. Los interdependistas no hemos ganado, pero tampoco perdido, porque el independentismo ha ganado en esca?os pero no en votos. Estamos en otro momento parox¨ªstico de la conllevancia orteguiana. Mi sensaci¨®n es que si se sigue sin hacer nada inteligente desde el lado unionista, ¨¦ste ha llegado a su techo y, sin embargo, el independentismo puede crecer todav¨ªa. Los unionistas apenas han reparado en que la batalla cultural se est¨¢ librando en el campo racional de los argumentos, pero tambi¨¦n, y quiz¨¢ sobre todo, en el de los sentimientos. No podemos estar todo el tiempo a la defensiva y al rebufo de los movimientos de los otros. Tampoco hay que olvidar que el conflicto en presencia no es, en primer lugar entre catalanes y espa?oles, sino entre catalanes. Hasta ahora, s¨®lo hab¨ªamos visto en plazas y calles a los que luchan por la independencia, pero las elecciones han revelado que son m¨¢s los otros. Y estos ¡°otros¡± tienen que ir ganando protagonismo en el debate p¨²blico.
Muchos dudamos de que sea ya posible transitar de la conllevancia a la convivencia
No podemos seguir fingiendo que estamos ante un problema menor, de unos cuantos l¨ªderes iluminados y unos pocos y exaltados seguidores, que se resolver¨¢ por s¨ª solo con la mejora de la econom¨ªa, o que es cr¨®nico, recurrente y de baja intensidad, porque cuando cursa tampoco produce, al final, efecto perjudicial concreto alguno. Es verdad que, jur¨ªdicamente, una declaraci¨®n unilateral de independencia en el Parlamento no va a producir efecto alguno; pero otra cosa son sus consecuencias pol¨ªticas. No es inteligente calificar un tumor como una simple gripe tras observar alguno de los s¨ªntomas y no la causa. No hacer nada, salvo tensar el ordenamiento jur¨ªdico como si fuera un arco, me parece que ya no debiera ser la ¨²nica opci¨®n disponible. Tenemos (todos) un serio problema de convivencia que hay que enfrentar. Un problema pol¨ªtico, social y econ¨®mico, y no s¨®lo ni principalmente jur¨ªdico. No es nada f¨¢cil abordarlo. A estas alturas, muchos dudamos, incluso, de que sea ya posible transitar de la conllevancia a la convivencia. Empezando porque este proceso se est¨¢ conduciendo al ib¨¦rico modo: sin datos objetivos de lo que supondr¨ªa la independencia y con discusiones sin demasiado aprecio hacia la verdad, por decirlo de modo piadoso. Esto s¨ª es un hecho diferencial del proc¨¦s respecto de los casos canadiense o escoc¨¦s: la ignorancia y la mentira sobre lo que supondr¨ªa de verdad la independencia y el desparpajo con el que mienten sus promotores, mientras sonr¨ªen y se declaran v¨ªctimas de no s¨¦ qu¨¦ cosas.
Ya he visto en pol¨ªtica muchas cosas, pero la negativa de los l¨ªderes de JxS a aceptar que la ¡°desconexi¨®n¡± espa?ola les supondr¨ªa la autom¨¢tica salida de la UE (no porque ¨¦sta les expulsara, sino porque ellos habr¨ªan decidido abandonarla al independizarse), a pesar del pronunciamiento un¨¢nime de las autoridades comunitarias y europeas, me ha parecido incre¨ªble. Que tantos catalanes dieran por buena esta mentira con su voto me resulta a¨²n m¨¢s sorprendente. Y que, a mi juicio, la postura pol¨ªtica m¨¢s sincera haya provenido de un partido anarquista, la CUP, ya roza lo inveros¨ªmil. Porque, en efecto, la CUP s¨ª acept¨® lo evidente y, adem¨¢s, le parec¨ªa muy bien porque propugnaban abandonar la Uni¨®n Europea y el euro. Pero, desde el otro lado, la postura de los partidos unionistas tampoco ha sido, en mi opini¨®n, demasiado coherente porque durante todo el proceso electoral negaron que ¨¦ste tuviera valor como plebiscito, pero tras el resultado, viendo que los independentistas no hab¨ªan ganado, s¨ª concluyeron que las elecciones eran, en realidad, un plebiscito y que los independentistas lo hab¨ªan perdido. De nuevo, la CUP ha sido m¨¢s sincera: consideraban que las elecciones eran un plebiscito y aceptaron la realidad (lo que no hicieron los l¨ªderes de JxS) de que hab¨ªan perdido, al menos por ahora.
El liderazgo independentista es un convoluto de c¨ªnicos y fundamentalistas
Hace falta un acuerdo entre todas las fuerzas nacionales partidarias de la unidad, empezando por el PP y el PSOE, ?aunque estemos en precampa?a electoral! La divisi¨®n debilita la tesis de la interdependencia. El Gobierno central no puede ser ya el ¨²nico interlocutor en todo esto. Hay que trazar una hoja de ruta consensuada y razonable, que, quiz¨¢, debiera incluir la reforma constitucional. No soy tan ingenuo como para pensar que la invocaci¨®n a dicha reforma (de contornos hasta ahora borrosos, no obstante) ser¨ªa capaz de arreglar algo por s¨ª sola en este momento procesal. Sin un determinado contexto, suena a intento a la desesperada. Adem¨¢s, no se deber¨ªa reformar la Constituci¨®n s¨®lo para resolver el problema catal¨¢n. No hemos valorado a¨²n de qu¨¦ modo este problema est¨¢ siendo asimilado por el resto de espa?oles y este factor puede resultar interesante, pero tambi¨¦n inquietante en el futuro (?se despertar¨¢ un nacionalismo espa?ol reactivo?) Otros¨ª, los independentistas de otras Comunidades est¨¢n ahora silentes, esperando su turno. Tenemos un problema global. El liderazgo independentista es un convoluto de c¨ªnicos y fundamentalistas, pero esto no puede ser respondido por posiciones unionistas cortas y divorciadas, al modo rutinario habitual. El envite es profundo, es complejo, es serio y carecemos de precedentes para abordarlo (de modo pac¨ªfico, quiero decir). Es ¡°la patria com¨²n e indivisible de todos los espa?oles¡± (art¨ªculo 2 de la Constituci¨®n) y no los esca?os a repartirse lo que ahora est¨¢ en juego. Parad¨®jicamente, los independentistas llevan la delantera porque est¨¢n unidos, mientras que los unionistas se encuentran desorientados porque est¨¢n divididos. ?Estar¨¢n nuestros l¨ªderes a la altura del momento hist¨®rico?
Fernando Rey es catedr¨¢tico de Derecho Constitucional en la Universidad de Valladolid y consejero de Educaci¨®n de la Junta de Castilla y Le¨®n.
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