El mito rom¨¢ntico devora al ¡®Quijote¡¯
El lector har¨ªa bien en olvidarse de las interpretaciones existentes y disfrutar por s¨ª mismo de la gran novela de Cervantes
A pesar del gran n¨²mero de escritores apasionados del Quijote, entre ellos, los grandes novelistas de nuestra ¨¦poca (algunos de los cuales, como William Faulkner o Carlos Fuentes, convert¨ªan su lectura anual en un ritual laico), en Espa?a una buena parte de lo que podr¨ªamos llamar lector com¨²n no se interesa por nuestra obra m¨¢s universal.
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El Quijote resulta un libro mayoritariamente incomprendido por una raz¨®n fundamental: ese lector com¨²n busca en el texto el mito del Quijote y le resulta muy dif¨ªcil encontrarlo. El mito del Quijote, el que conocen todos sin necesidad de haber le¨ªdo la obra, est¨¢ construido sobre la interpretaci¨®n rom¨¢ntica. Seg¨²n esa lectura, Cervantes nos habr¨ªa ofrecido el inevitable fracaso de los m¨¢s puros ideales ante la terca realidad. Para Guillermo Schlegel, el Quijote mostrar¨ªa la poes¨ªa y la prosa de la vida, las dos facetas del alma humana, idealismo y materialismo, representadas por los dos protagonistas.
La fuerza del mito, que ha cobrado vida propia con independencia del texto, ha tenido como consecuencia que buena parte de las lecturas del Quijote posteriores al Romanticismo, incluyendo las actuales, se hagan todav¨ªa con los presupuestos rom¨¢nticos, a pesar de que obedec¨ªan a concepciones est¨¦ticas e ideol¨®gicas muy distintas de las nuestras.
Para el siglo XVII el personaje de don Quijote era, hablando en t¨¦rminos generales, un personaje c¨®mico, de naturaleza casi carnavalesca. De ah¨ª que apareciera en seguida en fiestas y celebraciones de muy diverso tipo. Lo que se apreciaba de la novela cervantina era su variedad tem¨¢tica, su amenidad.
El XVIII, en cambio, vio tambi¨¦n al protagonista como un ser alucinado por una man¨ªa desfasada y rid¨ªcula (la obsesi¨®n caballeresca), pero percibi¨® su incomparable humanidad, su bondad y nobleza de coraz¨®n. Sin que perdiera peso el componente sat¨ªrico que encontraban en la obra (entend¨ªan la cr¨ªtica referida no solo a los libros de caballer¨ªas sino tambi¨¦n a la concepci¨®n del mundo feudal), valoraron las virtudes positivas del personaje, que lo convert¨ªan en un ser entra?able. Como entra?ables son el Abraham Adams de Henry Fielding o el Toby de Laurence Sterne, rid¨ªculos en unas man¨ªas que les hac¨ªan ver el mundo a trav¨¦s de su mirada deformada pero dignos de ser amados por sus cualidades personales, por su bondad de coraz¨®n en especial.
El gran cambio que introdujo el Romanticismo fue el de la valoraci¨®n positiva de los ideales de don Quijote, consecuencia de su mirada apreciativa del ideal caballeresco, tanto desde el punto de vista est¨¦tico como ideol¨®gico. Su man¨ªa ya no era trastorno sino virtud, porque los rom¨¢nticos idealizaban, como lo hac¨ªa don Quijote, el mundo caballeresco, las virtudes relacionadas con el honor, propias del mundo feudal. Convirtiendo al personaje de don Quijote en representaci¨®n del idealismo m¨¢s noble (el desinteresado, el que est¨¢ destinado inexorablemente al fracaso), hemos ca¨ªdo en la trampa de los rom¨¢nticos, aun cuando hayamos sustituido sus valores por los nuestros. Por ese camino, el mito del Quijote se ha convertido en un caleidoscopio multiplicador de lecturas posibles del texto cervantino.
El XVIII, en cambio, vio al protagonista como un ser alucinado por una man¨ªa desfasada y rid¨ªcula
A este respecto, Anthony Close, quien mejor hab¨ªa explicado las deudas de las interpretaciones del XX y del XXI con la rom¨¢ntica, se planteaba hasta qu¨¦ punto el sentido de un cl¨¢sico como el Quijote est¨¢ sujeto a cambio con el paso del tiempo. Si bien era consciente de que un cl¨¢sico desborda el propio texto generando una serie de ecos y sugestiones que revierten sobre la propia obra (el planteamiento de Bajt¨ªn, Borges, Canavaggio...), alertaba del riesgo de que buena parte de la interpretaciones posteriores al Romanticismo resultan no ya prolongaciones del sentido literal de la obra sino m¨¢s bien divergentes.
Francisco Rico hab¨ªa intentado legitimar interpretaciones aparentemente incompatibles por medio de la distinci¨®n entre sentido y significado de un texto literario, es decir, entre el sentido literal, vinculado a los usos ling¨¹¨ªsticos del autor y su tiempo, y el significado o el valor que el lector le atribuye. En cambio, Close resaltaba que la determinaci¨®n del sentido del texto, que no se puede limitar a la informaci¨®n l¨¦xica sino que comporta la explicaci¨®n del complejo de supuestos socio-culturales subyacentes, invadir¨ªa de alg¨²n modo parte del terreno reservado al significado.
As¨ª, en el ejemplo del pasaje en el que Sancho se arroja sobre su golpeado amo ¡°haciendo sobre ¨¦l el m¨¢s risue?o (¡®gracioso¡¯) y doloroso planto del mundo, creyendo que estaba muerto¡± (I, 52), la interpretaci¨®n de Rico como ¡°doloroso para Sancho y risue?o para los que lo presenciaban¡± permitir¨ªa suponer que Cervantes preserva y respeta el punto de vista de cada uno de los personajes: participar¨ªa de la hilaridad de los personajes que contemplan la escena solidariz¨¢ndose a la vez con el dolor del escudero. De manera que podr¨ªamos, seg¨²n nuestras preferencias, re¨ªr con el cura y el barbero (y los lectores del XVII) o llorar con Sancho y los rom¨¢nticos. Pero Close entiende que esta interpretaci¨®n, que abre la v¨ªa al perspectivismo, est¨¢ forzando el sentido del texto porque lo que Cervantes quiere decir es que el llanto de Sancho es sobremanera risible precisamente por ser en exceso doloroso (se trata de un simple desmayo sin mayores consecuencias) y afectado (el escudero no est¨¢ versado en lamentos f¨²nebres y su estilo elevado acaba resultando rid¨ªculo).
La espita abierta por los rom¨¢nticos se ha convertido en un camino peligroso por la alegr¨ªa con la que nos hemos arrojado a ¨¦l. El personaje de don Quijote lo mismo sirve, entre otros muchos ejemplos, para justificar la guerra de Irak que como defensor de los pueblos oprimidos por la tiran¨ªa. Se ha convertido en palad¨ªn de los valores de actitudes ideol¨®gicas opuestas, al igual que en el siglo XIX fuera interpretado desde la perspectiva reaccionaria o, por contra, liberal. As¨ª que el lector sensato se ve impelido a desconfiar de esas lecturas incompatibles y a liberarse de la obligaci¨®n de encontrar su lectura del Quijote, el arcano significado de la obra sobre el que ni siquiera las mentes m¨¢s preclaras han sido capaces de ponerse de acuerdo. Llegados a este punto, el lector har¨ªa bien en arrumbar el mito, evitando adem¨¢s la exigencia de identificarse con alguna de las interpretaciones existentes, y disfrutar por s¨ª mismo, sin filtros previos, del texto de Cervantes, mucho m¨¢s rico y complejo que el estereotipo que ha producido.
Emilio Mart¨ªnez Mata es catedr¨¢tico de Literatura Espa?ola en la Universidad de Oviedo y dirige un grupo internacional sobre la interpretaci¨®n del Quijote.
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