Mi camiseta sudada
Me ha entristecido no haber sido llamado a participar en el ¨²ltimo especial de ICON Sport, yo, que tengo un pasado ¨Cquiero creer que incluso un presente¨C en el mundo del deporte. Igual se piensan que s¨®lo s¨¦ escribir de moda (?). En fin, me ha tocado chupar banquillo y no he podido sudar la camiseta.
Y eso que la joya de mi fondo de armario es, precisamente, una vieja camiseta de rugby sudada, rasgada, embarrada y que a¨²n conserva manchas de sangre. Desprende todav¨ªa un aroma de gloria ¨Cun tufo ser¨ªa m¨¢s exacto¨C, y su m¨¢s asombrosa caracter¨ªstica es que era m¨ªa. Lo han o¨ªdo bien: m¨ªa; a m¨ª tambi¨¦n me cuesta creerlo. Pero es cierto, como lo es que el sudor y la sangre son m¨ªos (el barro es del viejo estadio de Montju?c).
Es la camiseta que vest¨ªa durante la ¨¦poca en que jugaba al viril deporte del bal¨®n ovalado. Bien, en realidad es una de las camisetas que me enfundaba entonces, porque lo usual era que las prendas, propiedad del club, llegaran en una gran bolsa al vestuario y el entrenador las repartiera mientras desvelaba la alineaci¨®n. Esos momentos eran muy emocionantes. Pod¨ªas quedarte fuera del partido, y yo a veces rezaba para que as¨ª fuera, sobre todo contra la Santboiana, que ten¨ªa un paquete de delanteros (es una expresi¨®n t¨¦cnica) con el que a¨²n sufro pesadillas y un p¨²blico que te zancadilleaba en las bandas. Pero no, invariablemente, el entrenador me miraba fijamente, escrutando el estado de mis g¨®nadas y, confundiendo mi resignado espanto con coraje, me lanzaba una de las camisetas mientras dec¨ªa mi nombre y mi puesto: ¡°Butanito, ala¡± (no es que me jaleara, es que ala, o wing, es la posici¨®n en la que jugaba, el ala derecho, con el n¨²mero 14). Butanito era mi apodo ¨Cles aseguro que los hab¨ªa peores¨C porque en los entrenamientos usaba una sudadera naranja que me hab¨ªa comprado con la vaga ilusi¨®n de parecerme a James Caan en Rollerball, mi pel¨ªcula favorita entonces, descontando, en distinto g¨¦nero, otra predilecta: Bilitis.
"Un 'pilier' inmenso me pas¨® por encima como una locomotora y me parti¨® una muela de un rodillazo. Mientras analiz¨¢bamos en el vestuario la paliza y yo escup¨ªa trozos de molar, distraje la camiseta ensangrentada"
Las camisetas hab¨ªa que devolverlas, para luchar otro d¨ªa. Pero yo birl¨¦ esa, la que conservo, porque pens¨¦ que me la hab¨ªa ganado. Aquel 19 de febrero de 1979 no fue un domingo cualquiera. Ese d¨ªa nos enfrentamos a los Pumas, la selecci¨®n argentina. No se confundan, yo nunca jugu¨¦ la Copa del Mundo, ni el Cinco Naciones, ni siquiera en la primera divisi¨®n del rugby patrio. Mi marco referencial era la competici¨®n regional, y mis rivales, equipos como el BUC, el Cornell¨¤, el Hospitalet, La Salle, el Espa?ol, el segundo equipo de la Santboiana¡
Aquel d¨ªa frente a los Pumas era un partido amistoso (?). Nos masacraron, a m¨ª particularmente. Un pilier inmenso me pas¨® por encima como una locomotora y me parti¨® una muela de un rodillazo. Mientras analiz¨¢bamos en el vestuario la paliza y yo escup¨ªa trozos de molar, distraje la camiseta ensangrentada. Me la hab¨ªa ganado. No la he lavado desde entonces ¨C?hace 36 a?os!¨C. En ocasiones especiales la saco del armario, me la pongo, me roc¨ªo de Linimento Sloan, y me estiro en la cama emocionado como una Emily Dickinson del rugby. Qu¨¦ tiempos aquellos, suspiro, sobre todo por haber sobrevivido. La camiseta es blanca con el cuello y los pu?os azules ¨Clos colores de mi equipo, el Club Nataci¨®n Barcelona¨C y lleva cosido el 14 en la espalda. Pr¨¢cticamente no puedo respirar dentro (de placar a alguien ya ni hablamos). Pero cierro los ojos y pienso en los tiempos del estadio, las botas de largos tacos y el sabor ferruginoso de la aventura en la boca. D¨ªas de valor y gloria que no volver¨¢n, pero que, como las manchas, acaso tampoco se han ido del todo.
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