El ¨¦xito de la antipat¨ªa
Hay millones de individuos que no profesan la menor simpat¨ªa a la simpat¨ªa, ni a los buenos sentimientos, ni a la tolerancia ni a la comprensi¨®n
De vez en cuando ocurre. La mayor¨ªa de las personas con una dimensi¨®n p¨²blica, sobre todo pol¨ªticos en campa?a (pero no s¨®lo), tratan de ser simp¨¢ticos y agradables por encima de todo. Sonr¨ªen forzadamente, procuran tener buenas palabras para todo el mundo, incluidos sus contrincantes y aquellos a quienes detestan; estrechan manos, acarician a los desheredados y a los ni?os, se prestan a hacer el imb¨¦cil en televisi¨®n y no osan rechazar un solo gorro o sombrero rid¨ªculos que les tienda alguien para vejarlos; intentan parecer ¡°normales¡± y ¡°buena gente¡±, uno como los dem¨¢s, y su idea de eso es jugar al futbol¨ªn, berrear en p¨²blico con una guitarra, tomarse unas cervezas o bailotear. Supongo que est¨¢n en lo cierto, y que a las masas les caen bien esos gestos, o si no no ser¨ªan una constante desde hace d¨¦cadas, en casi todos los pa¨ªses conocidos. Y no ver¨ªamos a la pobre Michelle Obama cada dos por tres, canturreando un rap, haciendo flexiones o participando en una carrera de due?os de perros por los jardines de la Casa Blanca. Pero hay algo que no se compadece con estas manifestaciones de campechan¨ªa y ¡°naturalidad¡±, que las m¨¢s de las veces resultan todo menos naturales. (De hecho la simpat¨ªa verdadera no se suele percibir m¨¢s que en alguna ocasi¨®n extraordinaria; en casi todos los personajes p¨²blicos se ve impostada, mero fingimiento, artificial.) Y la contradicci¨®n es esta: un n¨²mero gigantesco de los tuits y mensajes que se lanzan a diario en las redes son todo lo contrario de esto. Comentarios bordes o insolentes, cr¨ªticas despiadadas a lo que se tercie, denuestos e insultos sin cuento, maldiciones, deseos de que se muera este o aquel, linchamientos verbales de cualquiera ¨Cfamoso o no¨C que haya dicho o hecho algo susceptible de irritar a los vigilantes del ciberespacio o como se llame el peligroso limbo.
Millones de individuos no profesan la menor simpat¨ªa a la tolerancia y la comprensi¨®n
Eso indica que hay millones de individuos que no profesan la menor simpat¨ªa a la simpat¨ªa, ni a los buenos sentimientos, ni a la tolerancia ni a la comprensi¨®n. Millones con mala uva, iracundos, frustrados, resentidos, en perpetua guerra con el universo. Millones de indignados con causa o sin ella, de sujetos belicosos a los que todo parece abominable y fatal por sistema: lo mismo execrar¨¢n a una cantante que a un torero (a ¨¦stos sin cesar), a un futbolista que a un escritor, a una estudiante desconocida objeto de su furia que al Presidente de la naci¨®n, tanto da. Cierto que la inmensa mayor¨ªa de estos airados vocacionales sueltan sus venenos o burradas sin dar la cara, an¨®nima o pseud¨®nimanente, lo cual es de una gran comodidad. Su indudable existencia explica tal vez, sin embargo, el ¡°incomprensible¡± ¨¦xito que de vez en cuando tiene la antipat¨ªa, cuando alguien se decide a encarnarla.
Puede que al final el fen¨®meno quede en an¨¦cdota, pero ya han transcurrido muchos meses desde que el multimillonario Donald Trump inici¨® su carrera para ser elegido candidato republicano a la Presidencia de los Estados Unidos, precisamente el pa¨ªs m¨¢s devoto de la simpat¨ªa p¨²blica, posiblemente el que la invent¨® y exigi¨®. Si se mira a Trump con un m¨ªnimo de desapasionamiento, no hay por d¨®nde cogerlo. Su aspecto es grotesco, con su pelo inveros¨ªmil y unos ojos que denotan todo menos inteligencia, ni siquiera capacidad de entender. Su sonrisa es inexistente, y si la ensaya le sale una mueca de mala leche caballar (ay, esos incisivos inferiores). Sus maneras son displicentes sin m¨¢s motivo que el de su dinero, pues no resulta ni distinguido ni culto ni ¡°aristocr¨¢tico¡±, sino hortera y tosco hasta asustar. En el pasado hizo el oso en un programa televisivo en el que su papel principal consist¨ªa en escupirles a los concursantes, con desprecio y malos modos: ¡°?Est¨¢s despedido!¡±, para regocijo de la canalla que lo contemplaba. El resto ya lo saben: como precandidato, ha denigrado a los hispanos sin distinci¨®n; a los musulmanes les quiere prohibir la entrada en su pa¨ªs, hasta como turistas; se ha mofado de un veterano de Vietnam por haber ca¨ªdo prisionero del enemigo; ha llamado fea a una rival, ha ofendido a la polic¨ªa brit¨¢nica y ha lanzado groser¨ªas a una entrevistadora en televisi¨®n, y no cabe duda de que seguir¨¢. Lejos de desinflarse y perder popularidad, ¨¦sta le va en aumento. Las nominaciones no est¨¢n tan lejos, y hoy nadie puede jurar que el candidato republicano no ser¨¢ Trump. Si as¨ª ocurriera, y aunque despu¨¦s fuera barrido por Hillary Clinton o quien sea, la advertencia y el s¨ªntoma son para tom¨¢rselos en serio. Hay ¨¦pocas en las que se venera lo desagradable, lo antip¨¢tico, lo falt¨®n y lo farruco, la zafiedad y la brutalidad, el desd¨¦n, el desabrimiento, el trazo grueso y la arbitrariedad. En las que el razonamiento est¨¢ mal visto, no digamos la complejidad, la sutileza y el matiz. Hemos tenido ya prueba de ello en los duraderos ¨¦xitos de Berlusconi y Ch¨¢vez, y aun del imitamonas Maduro en menor grado. Tambi¨¦n en el de Putin, aunque ¨¦ste sea m¨¢s disimulado. La pen¨²ltima vez que alguien no disimul¨® en el mundo occidental, que se permiti¨® no ser hip¨®crita y esparcir ponzo?a y anatemas contra quienes quer¨ªa exterminar, bueno, casi los extermin¨®. El exceso de empalago trae a veces estas reacciones ¨¢speras, y entonces los furibundos ¨Cson millones y ah¨ª est¨¢n, no haci¨¦ndose ver pero s¨ª o¨ªr, y a diario¨C aplauden con fervor y votan al que se atreve a prestarles su rostro y a representarlos. Al energ¨²meno que por fin da la estulta cara por ellos.
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