En el pantano de lo pol¨ªticamente correcto
El Rijksmuseum de ?msterdam elimina cualquier t¨¦rmino considerado peyorativo de los t¨ªtulos de cerca de 300 obras
Es dif¨ªcil encontrar a alguien en una sociedad m¨¢s o menos sofisticada que reniegue de practicar la correcci¨®n pol¨ªtica. No tiene ning¨²n sentido seguir utilizando t¨¦rminos peyorativos y, mucho menos, conservar aquellos usos de ¨¦pocas pasadas en los que mandaba, y de qu¨¦ manera, el hombre blanco. M¨¢s preciso ser¨ªa decir algunos hombres blancos,casi siempre de Europa y Estados Unidos. El periodo colonial, el m¨¢s cercano, ofrece un abrumador repertorio de barbaridades de todo orden (la esclavitud, sin ir muy lejos), y la colecci¨®n de humillaciones que padecieron las sociedades sometidas a las lacerantes exigencias de las metr¨®polis sigue viva en el presente. Y contin¨²a alimentando resentimientos que sirven para construir y sostener corrientes fan¨¢ticas de nuevo cu?o que reclaman un inmediato (y, a veces, feroz) ajuste de cuentas. No hace falta poner ejemplos: los hay de todo orden, y algunos particularmente tr¨¢gicos.
Los horrores de la historia est¨¢n ah¨ª, y no conviene olvidarlos. Pero surgen iniciativas, como la de sustituir los t¨¦rminos injuriosos de los t¨ªtulos de cerca de 300 dibujos, grabados o lienzos que acaba de poner en marcha el Rijksmuseum de ?msterdam, que resultan ¡ª?c¨®mo se podr¨ªa decir?¡ª excesivas, exageradas, estrafalarias, estramb¨®ticas, exc¨¦ntricas, pintorescas, desmesuradas, bienintencionadas, amables o, simplemente, complacientes. N¨®tese que en ning¨²n caso se ha utilizado, para vincularla a este proyecto, la palabra estulticia. Faltar¨ªa m¨¢s.
El af¨¢n ha sido aplaudido ya por otras instituciones y, a tenor del fervor que levantan este tipo de epopeyas, es posible que dentro de poco se desplieguen por los museos de todo el mundo diligentes batallones de fieles desocupados dispuestos a localizar, y a enmedar de inmediato, los excesos de aquellos turbios antepasados. Y procurar¨¢n borrar, como ya borra el Rijksmuseum, el t¨¦rmino negra del cuadro titulado Mujer negra para ajustarse a otra denominaci¨®n que evite cualquier suspicacia: Mujer joven con un abanico.
Son dos los resortes que desencadenan operaciones como esta del imponente museo holand¨¦s. De un lado funciona lo que el cr¨ªtico de arte Robert Hughes bautiz¨® como la cultura de la queja en un brillante ensayo en el que abordaba la moda del multiculturalismo en las universidades estadounidenses. De otro, lo que el fil¨®sofo franc¨¦s Pascal Bruckner llamaba el masoquismo occidental.
O lo que viene a ser lo mismo, que de un lado tiran los supuestos herederos de las antiguas v¨ªctimas de los horrores de cualquier tipo de colonizaci¨®n, que no dejan de reclamar una urgente reparaci¨®n. Y a lo que hay que a?adir ese caudal inagotable de mala conciencia que cada occidental lleva dentro como una perforadora que le va machacando el alma: culpable, culpable, culpable.
Resultado: a arreglar el pasado, cambiando t¨ªtulos como posesos. Pero cuidado. En cuanto uno pisa las arenas movedizas de lo pol¨ªticamente correcto puede terminar absorbido en sus miasmas y cometer alguna tonter¨ªa. Mucha atenci¨®n.
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