El Algarrobico o las leyes paralelas de la especulaci¨®n
Si para desmontar una perversi¨®n urban¨ªstica notoria han sido necesarios 10 a?os ?cu¨¢ntos decenios har¨¢n falta para corregir todos los atropellos cometidos en la costa?
Parafraseando al coronel Kurtz de Appocalypse Now, podr¨ªa decirse que ¡°el horror tiene cara¡± y que esa cara es la del hotel El Algarrobico. Estamos ante un horror pegajoso, mantenido en pie durante 10 a?os como obra a medio hacer paralizada por decisiones judiciales contradictorias, incluso hilarantes, que ahora, por fin, inicia el largo camino hacia la demolici¨®n. El Supremo ha sentenciado que El Algarrobico, foco de infecci¨®n urban¨ªstica en la playa almeriense de Carboneras, est¨¢ construido en suelo no urbanizable y que el terreno pertenece a la Junta de Andaluc¨ªa.
El horror no procede de la fealdad del complejo, ni de los evidentes atropellos ambientales perpetrados para construir el ectoplasma de complejo hotelero. Quien haya paseado por el litoral espa?ol conoce ofensas visuales semejantes o peores que ara?an la vista. El horror de El Algarrobico procede, en primera instancia, de la pavorosa resistencia ofrecida por los promotores de la obra (Azata) y una parte de la red judicial implicada en el caso a aceptar la realidad incuestionable de que las obras del hotel son ilegales a ojos vistas, como quien dice; no es necesario ser un lince legal para observar que el cemento invade cumplidamente la franja (100 metros) de dominio p¨²blico en la que no se puede edificar. La pertinacia en negar la realidad en nombre de una virtualidad administrativa ha conducido a 10 a?os perdidos, a un volumen cuantioso de costas judiciales y a la perplejidad general de los ciudadanos, espectadores de una farsa en la que las leyes de mayor rango se modifican arbitrariamente en beneficio de las normas edilicias. El alcalde de la localidad ha pontidicado que la decisi¨®n del Supremo ¡°cercena el futuro de su pueblo¡±; es decir, que la riqueza y el empleo se garantizan quebrantando la ley, que no es sino un cors¨¦ molesto para el progreso.
Como en los modelos de dimensiones ocultas dentro del mundo tridimensional propugnados por Kaluza y Klein, la especulaci¨®n inmobiliaria genera su propia legalidad, opuesta a las leyes democr¨¢ticas, a las que tiende a desplazar. El constructor de El Algarrobico (como el de tanta mole ilegal de cemento y hormig¨®n) se construye un escudo de permisos municipales y auton¨®micos que, aunque son manifiestamente ilegales, act¨²an como una barrera ante la denuncia ciudadana. ¡°Yo ten¨ªa los permisos, se?or juez¡±, es la l¨ªnea de defensa. Tales permisos, que exigir¨ªan investigar y procesar a quienes los concedieron, permiten prolongar el proceso sine die e, incluso, pedir indemnizaci¨®n.
El Algarrobico produce v¨¦rtigo. Si para desmontar judicialmente una perversi¨®n urban¨ªstica notoria han sido necesarios 10 a?os (y lo que te rondar¨¦, morena, porque ahora se abre un contencioso entre Administraciones para determinar qui¨¦n debe pagar los gastos de demolici¨®n y limpieza, contencioso que no provoca la menor urgencia en el Gobierno actual) ?cu¨¢ntos decenios ser¨¢n necesarios para acometer la correcci¨®n legal de todos los atropellos urban¨ªsticos cometidos en el litoral? Tirando por lo bajo, y considerando solo la costa mediterr¨¢nea, unos 300 a?os. Este es el triunfo de la ilegalidad.
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