A vueltas con el instinto maternal
El reloj biol¨®gico tiene muy poco de biol¨®gico y mucho de condicionante sociocultural
El titular tiene una trampa: el concepto de ¡°instinto¡±. Intentemos escapar de ella. Instinto es una palabra fea en nuestros d¨ªas. Nos parece bien si se aplica a los animales, esas criaturas de Dios que se pasean crudas por el campo y no piensan m¨¢s que en comer, dormir y copular. Pero en cuanto alguien la extiende al comportamiento humano se gana los rayos y truenos de psic¨®logos y pensadores, corruptos y perroflautas, tragasantos y ateos profesionales que, seg¨²n parece, est¨¢n dispuestos a perdonarle a su propia conciencia cualquier cosa menos un sesgo gen¨¦tico.
El hecho, sin embargo, es que nacemos condicionados por estrato sobre estrato de sesgos gen¨¦ticos, estructuras cognitivas innatas que nos predisponen a uno u otro comportamiento, y a menudo por nuestro propio bien. Las matem¨¢ticas son un gran legado de dos milenios de cultura, pero se basan en una capacidad innata para el ¨¢lgebra y la geometr¨ªa que compartimos con los monos y qui¨¦n sabe con qui¨¦n m¨¢s. La f¨ªsica newtoniana, sin menoscabo del genio de Newton, es m¨¢s o menos la que llevamos programada de serie en nuestros circuitos neuronales, la que nos permite correr y saltar, tropezar y corregir o agarrar al vuelo las llaves del coche que nos acaban de tirar a traici¨®n y por la espalda. Entonces, ?qu¨¦ impide que las mujeres nazcan con un instinto maternal? ?En qu¨¦ disminuir¨ªa eso su condici¨®n humana?
El mejor ejemplo de instinto, en el sentido en que ese t¨¦rmino maldito puede aplicarse a la especie humana, es el lenguaje. Es evidente que hablar espa?ol o chino no tiene nada que ver con los instintos o las capacidades innatas. Depende por entero del entorno en que nazca uno. Es la capacidad de aprender a hablar, a hablar cualquier lenguaje, lo que constituye una habilidad grabada a fuego en nuestro genoma. Por eso todos los seres humanos son capaces de aprender a hablar cualquier lenguaje, mientras que ser¨¢ in¨²til torturar a un gorila o a un perro para que lo hagan. Las capacidades cognitivas instintivas no afectan al debate del determinismo gen¨¦tico. En realidad, no tienen nada que ver con ¨¦l.
No hay un dato s¨®lido a su favor del instinto de tener ni?os y los indicios circunstanciales indican m¨¢s bien lo contrario
No hay ning¨²n problema de principio contra el instinto de tener ni?os. Pero tampoco hay un dato s¨®lido a su favor, y los indicios circunstanciales indican m¨¢s bien lo contrario. Tomemos el famoso ¡°reloj biol¨®gico¡± del que hablan muchas mujeres, que les har¨ªa desear tener ni?os al acercarse al final de su periodo f¨¦rtil. Hace medio siglo eso ocurr¨ªa al frisar los 30, y ahora llega bien entrados los 40. Y eso en los pa¨ªses occidentales, porque hay culturas en que una mujer se convierte en una solterona si cumple los 20 a?os sin haber tenido un ni?o. Todo ello indica que el ¡°reloj biol¨®gico¡± tiene muy poco de biol¨®gico, y que la ansiedad del calendario se debe m¨¢s bien a condicionantes socioculturales.
Tendemos a pensar en t¨¦rminos de instintos cuando parece estar en juego la supervivencia de la especie. El hambre, ciertamente, es un instinto que compartimos con todo bicho viviente del planeta Tierra y tiene la finalidad obvia de evitar nuestra extinci¨®n por inanici¨®n o ascetismo. ?No deber¨ªa existir entonces un instinto similar para la procreaci¨®n? Desde luego que s¨ª, pero no tiene que consistir necesariamente en el deseo de tener ni?os. El mero deseo sexual ha cumplido esa funci¨®n durante la inmensa mayor¨ªa de la historia de la especie. La p¨ªldora es un invento demasiado reciente para haber afectado a la gen¨¦tica humana.
Hay todo tipo de argumentos sociales, culturales, econ¨®micos y demogr¨¢ficos para tomar una de las decisiones m¨¢s importantes de la vida de una persona: tener hijos o no tenerlos. Por una vez, har¨ªamos mejor en dejar en paz a la biolog¨ªa. Buscaos otra excusa.
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