Peligro
Algo, desde el fondo del ADN, nos aull¨® que hab¨ªa que irse: los decibelios de hostilidad tocaban su punto m¨¢ximo
La felicidad es un peligro vivo. Era 1995. Yo conoc¨ªa bien Brasil, de modo que cuando llegamos a Salvador de Bah¨ªa para pasar la fiesta de Nuestro Se?or de Bonfim sab¨ªa que pod¨ªa ponerse intenso. La fiesta se hac¨ªa en la ciudad baja, conectada a la ciudad alta, donde nos hospedamos, por el gigantesco elevador Lacerda. Bajamos al atardecer, cuando la multitud estaba a punto caramelo: toneladas de carne enceguecida, euforia qu¨ªmica y alcohol, en medio de una melaza musical impenetrable. Cada tanto un cardumen de tipos atracaba a los polic¨ªas que quedaban y les robaban las armas y las esposas. Pero a nosotros no nos gustaba la polic¨ªa y nos sent¨ªamos inevitables y jubilosos como caballos j¨®venes. Bailamos, bebimos. Horas despu¨¦s algo, desde el fondo del ADN, nos aull¨® que hab¨ªa que irse: los decibelios de hostilidad tocaban su punto m¨¢ximo. Al llegar al elevador Lacerda vimos la turba: centenares de personas peleando por entrar. Cada vez que las puertas se abr¨ªan, la gente se abalanzaba con una desesperaci¨®n incomprensible hasta que entend¨ª que el elevador iba a cerrar y que no hab¨ªa otra forma segura de salir de all¨ª. Empujamos, llegamos hasta el cord¨®n policial que mol¨ªa a palos a los desaforados por alcanzar las puertas. No hubo actos heroicos: al quinto golpe dijimos alguna frase muy pat¨¦tica y un polic¨ªa nos franque¨® el paso. Corrimos por un pasillo s¨®rdido, lleno de un ruido que sal¨ªa de la matriz del infierno: un ulular de brujas. Nos arrojamos dentro del ascensor y nos quedamos mudos, apretados. Y all¨ª, con la u?a del miedo clavada en la garganta, mir¨¦ ese surco que se le hac¨ªa junto a la boca cada vez que encend¨ªa un cigarrillo, su ce?o hermosamente preocupado, y me sent¨ª potente, peligrosa, un poco tr¨¢gica, bestial. Hubiera podido romperle el cuello a un puma; decir, parafraseando a Herzog, ¡°?branme paso que puedo volar¡±.
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