El idilio de V¨¦ra y Vlad¨ªmir
Tenemos una tendencia innata de fabricar parejas idealizadas ?Fue realmente la relaci¨®n de estos dos rusos exiliados un romance permanente?
El de Vlad¨ªmir y V¨¦ra Nabokov fue un enamoramiento id¨ªlico y eterno¡±, se ha ido escribiendo, desde hace d¨¦cadas, sobre esa m¨ªtica pareja de rusos exiliados de la revoluci¨®n que pasaron por Berl¨ªn, Par¨ªs y Nueva York. Acostumbrados a los mitos ¨CRomeo y Julieta, Trist¨¢n e Isolda¨C, tenemos una tendencia innata de fabricar parejas idealizadas. Este ser¨ªa el caso de Chopin y George Sand, Kafka y Milena Jesenska¡ y Vlad¨ªmir y V¨¦ra. ?Pero fue su relaci¨®n realmente un idilio permanente?
El escritor conoci¨® a V¨¦ra en un baile de disfraces en Berl¨ªn. Cuando la acompa?aba a casa, ella, con una m¨¢scara de lobo que cubr¨ªa su pronunciada nariz, recit¨® de memoria varios poemas de Nabokov. V¨¦ra, esa mujer racional, calculadora y controladora, seg¨²n el retrato de su bi¨®grafa Stacy Schiff, sab¨ªa que esta era la llave infalible al coraz¨®n del joven autor.
Durante su estancia en Berl¨ªn, ya casado con V¨¦ra y padre de un hijo, Dmitri, Vlad¨ªmir tuvo m¨¢s de una aventura extramatrimonial, pero la gran pasi¨®n de su vida le esperaba en Par¨ªs en forma de Irina Guadanini, una rusa sensual y femenina. Era lo contrario de V¨¦ra, ¡°tan segura de s¨ª misma, tan invencible¡±, seg¨²n la descripci¨®n de una amiga de los Nabokov, la poeta sueca Filippa Rolf. Cuando por exigencia de V¨¦ra la relaci¨®n con Irina acab¨®, Nabokov dedic¨® a su examante uno de sus mejores cuentos, Nube, torre, lago, en el que un hombre encuentra un paisaje ideal y se dispone a disfrutar de ¨¦l, pero pronto llega una brutal intervenci¨®n externa que le arrebata su dicha. V¨¦ra siempre intent¨® esconder la huella de cualquier otra mujer que no fuera ella misma en la vida de su marido. Cuando el primer bi¨®grafo del autor de P¨¢lido fuego, Andrew Field, pregunt¨® sobre Irina, V¨¦ra contest¨®: ¡°No la ponga, no vale la pena¡±, e insist¨ªa sobre la leyenda de su propio idilio.
Stacy Schiff describe c¨®mo, en Estados Unidos, a pesar de las protestas de su marido, la se?ora Nabokov le oblig¨® a escribir en ingl¨¦s y a partir de una narraci¨®n anterior, El encantador, componer Lolita, todo ello con la voluntad de sacar a la familia de la pobreza. Dmitri Nabokov admitir¨ªa posteriormente que, en aquella ¨¦poca, las quejas de su madre estaban a la orden del d¨ªa. Schiff entrevist¨® a antiguas estudiantes de Nabokov, entre ellas a Katherine Reese Peebles, que en la Universidad de Cornell sal¨ªa con su profesor cuarent¨®n a dar largos paseos por la nieve, durante los cuales se besaban, protegidos y unidos por el abrigo del ruso.
¡°Le encantaban las chicas j¨®venes, eso s¨ª¡±, dijo Katherine. ¡°Pero no las ni?as¡±. En Hollywood, donde Nabokov trabaj¨® con Stanley Kubrick en el guion de la pel¨ªcula basada en Lolita, tuvo ocasi¨®n de conocer a las actrices m¨¢s c¨¦lebres. Fue V¨¦ra quien llam¨® personalmente para cancelar la cena con Marilyn Monroe, que se entend¨ªa muy bien con el ingenioso escritor, aunque ella misma tambi¨¦n estaba invitada. Fue entonces cuando la se?ora Nabokov tom¨® la decisi¨®n de llevarse a su marido a un adormecido pueblo suizo, Montreux, lejos de las m¨²ltiples y peligrosas tentaciones de las capitales.
V¨¦ra, que se ocupaba de mecanografiar los manuscritos de su marido y controlaba su agenda, result¨® imprescindible al escritor; pero las sensuales musas nabokovianas hay que buscarlas en otra parte.
?Habr¨¢ que borrar a V¨¦ra y Vlad¨ªmir de la lista de las parejas id¨ªlicas? Seguramente. Nadie es ideal. Tampoco las parejas reales.
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