La clase muerta
La vuelta de los militares que propiciaron los golpes de 1992 y perpet¨²an los gobiernos ¡°bolivarianos¡± en Venezuela ha hecho mella en una instituci¨®n que gozaba de prestigio
La muy tur¨ªstica isla venezolana de Margarita, que no escapa a la merma de los servicios p¨²blicos del pa¨ªs ¨Choteles que luchan por tener agua y generadores propios de electricidad¨C, se jacta de poseer una larga y rectil¨ªnea costa oriental con las m¨¢s deslumbrantes playas. Esa l¨ªnea prodigiosa termina en un punto singular, llamado Cabo Negro, que se caracteriza por dos mont¨ªculos gemelos que se apartan de la tierra madre por una lengua de arena. El visitante que viene por un camino pedregoso desde Puerto Real o navega desde la bah¨ªa de Manzanillo descubrir¨¢ una extra?eza geol¨®gica: esa lengua de arena es ba?ada por dos mares: el del norte, m¨¢s de corte oce¨¢nico y con olas bien formadas, y el del sur, m¨¢s llano y con oleaje desordenado. Quien quiera temperaturas m¨¢s fr¨ªas, puede caminar tres pasos y sumergirse en la costa del norte, pero quien quiera m¨¢s calidez para sus brazos y piernas, puede flotar en la llaneza del sur. Ese para¨ªso breve, apetecido por propios y extra?os, fue intervenido militarmente el pasado s¨¢bado 26 de marzo, en plena Semana Santa. ?Las razones? Seg¨²n los soldados de la Guardia Nacional, apostados desde muy temprano, se trataba de un ¡°plan operativo dise?ado desde Caracas¡±. Sin embargo, los muy sagaces pescadores de Manzanillo, acostumbrados a transportar pasajeros en pe?eros, ten¨ªan otra creencia: un ministro de nombre reservado hab¨ªa mandado a acordonar el cabo para su disfrute personal.
Son escenas que se repiten: la clase militar venezolana irrumpiendo en cualquier escenario civil y distorsionando los modos y costumbres. M¨¢s sonoro que el episodio de Cabo Negro, en la misma isla de Margarita, fue el desalojo de presos de la c¨¢rcel de San Antonio, ocurrido el pasado 24 de febrero. Los estrategas del ¡°operativo¡±, que clausur¨® autopistas y paraliz¨® el tr¨¢fico insular, no encontraron otro medio para llevar a los reclusos a c¨¢rceles de tierra firme que intervenir a todas las navieras que transportan pasajeros, veh¨ªculos y mercanc¨ªas. Sencillamente llegaron a Punta de Piedras, puerto comercial de la isla, y dispusieron de todos los ferrys y embarcaciones a la vista, alterando horarios y planes de viaje de miles de temporadistas. Nadie se atrevi¨® a preguntar, por supuesto, si alg¨²n buque de la Armada pod¨ªa prestar apoyo, pero esa iniciativa no la pens¨® ning¨²n responsable del ¡°operativo¡±.
Otros art¨ªculos del autor
Un importante historiador venezolano, Ram¨®n J. Vel¨¢squez, quien debi¨® completar la segunda presidencia de Carlos Andr¨¦s P¨¦rez, derrocado por los polvos que avent¨® un paracaidista golpista en 1992, lleg¨® a afirmar que un cad¨¢ver que pens¨¢bamos bien enterrado en el siglo XIX, el del militarismo, resucitaba en la cotidianidad venezolana. Desde entonces, el estamento civil vive arrinconado frente a quienes son los verdaderos detentores del poder. A esa clase militar que se engrandeci¨® en tiempos de Independencia, no le bast¨® el muy enguerrillado siglo XIX para volver a los cuarteles y desterrar sus apetencias pol¨ªticas. Qui¨¦n sabe si solamente R¨®mulo Betancourt ¨Cy para prueba est¨¢ su libro Venezuela, pol¨ªtica y petr¨®leo¨C vio la compleja herencia del militarismo y, ya en democracia, procur¨® hacer de la renovada Escuela Militar un patio de adecentamiento republicano, esto es, poner a la clase militar bajo la conducci¨®n del mundo civil.
La vuelta de los militares que propiciaron los golpes de 1992 y perpet¨²an los gobiernos ¡°bolivarianos¡±, sin embargo, ha hecho mella en una instituci¨®n que, hasta tiempos democr¨¢ticos, junto a la iglesia y a las universidades nacionales, gozaba del mayor aprecio de la colectividad. El poder suele corromper y la oficialidad que ha estado en puestos de gobierno no ha resistido los efluvios del dinero f¨¢cil y siempre mal habido, hasta hundirse en los mundos tenebrosos del narcotr¨¢fico y el lavado. Con raz¨®n los estudiantes que hac¨ªan pintas callejeras en tiempos de movilizaciones, sol¨ªan alterar el lema de la Guardia Nacional ¨C¡°El honor es nuestra divisa¡±¨C por el m¨¢s ocurrente de ¡°El honor ni se divisa¡±. Y ciertamente el honor ha desaparecido, pues en todas las mediciones actuales, la clase militar goza de p¨¦sima percepci¨®n.
En tiempos de democracia, entre los a?os 70 y 80, Caracas cont¨® con un espl¨¦ndido Festival Internacional de Teatro que reun¨ªa anualmente a las grandes compa?¨ªas del mundo. Una de ellas, la del maestro polaco Tadeusz Kantor, present¨® una pieza inolvidable: ¡°La clase muerta¡±. Escolares adultos que s¨®lo gesticulaban y murmuraban ante un maestro indiferente, sufr¨ªan por la desatenci¨®n y la indiferencia. No s¨¦ por qu¨¦ en estos d¨ªas he recordado aquellas im¨¢genes y pensado que nuestra clase militar tambi¨¦n est¨¢ muerta, al menos para los venezolanos. Cuando en los venideros tiempos de renovaci¨®n y reconducci¨®n republicana les toque gesticular y llamar la atenci¨®n, lo ¨²nico que hallar¨¢n en la audiencia nacional ser¨¢ desatenci¨®n e indiferencia.
Antonio L¨®pez Ortega es escritor y editor venezolano
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