Mi sufrida biblioteca
Tengo la costumbre de deshacerme de los libros que he le¨ªdo. Y tambi¨¦n de los que todav¨ªa no he le¨ªdo, si veo que tienen mal pron¨®stico. El origen de esta costumbre, que muchas personas encuentran b¨¢rbara y desalmada, no es intelectual. Durante una larga etapa de mi vida combin¨¦ la movilidad con una relativa escasez de medios, con lo que me vi forzado a ir dejando atr¨¢s objetos estimados pero no de primera necesidad. Las primeras v¨ªctimas de esta emergencia siempre fueron la vajilla y los libros; la vajilla, por su fragilidad; los libros, por su volumen; en ambos casos, por la pesadez de embalar y meter en cajas cosas de tama?os y formas dif¨ªciles de acoplar. Total, que acababa tirando platos, vasos y tazas de muy escaso valor, y pilas de libros de un valor material a¨²n m¨¢s escaso, aunque quiz¨¢ de mayor valor sentimental. Pero lo bueno de los apuros es que el sentimentalismo desaparece cuando la necesidad aprieta. Fuera libros.
Lo bueno de los apuros es que el sentimentalismo desaparece cuando la necesidad aprieta
A la tercera o cuarta masacre me di cuenta de que rara vez necesitaba los libros que hab¨ªa tirado y de que, si los necesitaba, los pod¨ªa volver a comprar. Aparentemente, un gasto doble. En realidad, un considerable ahorro si entra en el c¨¢lculo el coste del espacio y el mobiliario. Si el libro que quer¨ªa recuperar estaba descatalogado, lo encontraba online, en librer¨ªas de segunda mano o, a las malas, en alguna biblioteca p¨²blica. Y si todo esto fallaba, siempre me quedaba la soluci¨®n de encogerme de hombros y pasar a otra cosa. La vida est¨¢ llena de frustraciones y renuncias y no poder releer un libro, habiendo tantos, no es gran tormento.
La vida est¨¢ llena de frustraciones y renuncias y no poder releer un libro, habiendo tantos, no es gran tormento
La pr¨¢ctica me ense?¨® que los sentimientos, como al parecer ocurre con otras prolongaciones del cuerpo humano, se recomponen. En mis sucesivas viviendas no hab¨ªa libros, pero procuraba que no faltaran las flores, otro art¨ªculo entra?able que, a diferencia de los libros, lleva incorporada la fugacidad. M¨¢s tarde, cuando alcanc¨¦ cierto grado de estabilidad, acumul¨¦ algunos libros, pero no perd¨ª la higi¨¦nica costumbre de desprenderme de la mayor¨ªa. Una pared limpia no me parece menos acogedora que una pared cubierta de estanter¨ªas. Y por lo que se refiere a la utilidad de una biblioteca personal, lo considero nulo o poco menos. He visto bibliotecas personales especializadas, arduamente construidas a lo largo de toda una vida, que luego alguna instituci¨®n p¨²blica se aviene a heredar de mala gana. Salvo estos casos contados, una biblioteca personal es un mapa confuso del peregrinaje intelectual de su due?o: cambios bruscos de gustos o intereses, prop¨®sitos abandonados, palos de ciego y una buena dosis de azar. A lo sumo, testimonio de una cierta solidez de criterio, de amplitud de miras, de cultura general. Antiguamente, el que nac¨ªa en una casa provista de una biblioteca, ten¨ªa a su alcance un territorio por explorar.
La biograf¨ªa de algunas personas de m¨¦rito incluye el episodio de descubrimientos venturosos. Pero como pasa tambi¨¦n en otros aspectos del desarrollo juvenil, lo que uno tiene en casa suscita menos inter¨¦s que lo que hay en la casa del vecino. En mi caso, recuerdo haber sentido curiosidad por libros que ve¨ªa en bibliotecas ajenas, pero no en la que hab¨ªan hecho mis padres. Quiz¨¢s s¨ª que soy un desalmado. La gente normal siente apego por sus libros, como por sus amigos. Yo tambi¨¦n, pero a mi modo. Por m¨¢s afecto que les tenga, no me gustar¨ªa convivir con ellos. Prefiero perderlos de vista, reencontrarlos, comparar lo que el paso del tiempo ha cambiado en cada uno. Hay algo morboso en releer un libro que lleva a?os envejeciendo ante mis ojos. Prefiero volver a comprarlo, nuevo, con el papel blanco, bien encuadernado, sin una mota de polvo, como la primera vez que lo le¨ª. Hasta entonces, todos los libros que he le¨ªdo, siguen en mi memoria. La inmensa mayor¨ªa, aparentemente olvidados. No importa. Soy lo que ellos me aportaron en su momento. Y tambi¨¦n pueden reaparecer de repente, con una claridad deslumbrante, como si los acabara de leer.
Tu suscripci¨®n se est¨¢ usando en otro dispositivo
?Quieres a?adir otro usuario a tu suscripci¨®n?
Si contin¨²as leyendo en este dispositivo, no se podr¨¢ leer en el otro.
FlechaTu suscripci¨®n se est¨¢ usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PA?S desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripci¨®n a la modalidad Premium, as¨ª podr¨¢s a?adir otro usuario. Cada uno acceder¨¢ con su propia cuenta de email, lo que os permitir¨¢ personalizar vuestra experiencia en EL PA?S.
En el caso de no saber qui¨¦n est¨¢ usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contrase?a aqu¨ª.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrar¨¢ en tu dispositivo y en el de la otra persona que est¨¢ usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aqu¨ª los t¨¦rminos y condiciones de la suscripci¨®n digital.