Las ruinas de Palmira
La destrucci¨®n de las ruinas de Siria o los Budas de Afganist¨¢n forman parte de un proyecto enloquecido. Pero el fanatismo asesino no es exclusivo de las religiones. Los mayores monstruos del siglo XX eran ateos que cre¨ªan en una promesa redentora
Durante bastante m¨¢s de un siglo la izquierda europea ley¨® mucho un libro del conde de Volney cuyo t¨ªtulo era, exactamente, el de este art¨ªculo. Este ilustrado franc¨¦s de finales del siglo XVIII, comprometido luego con la Revoluci¨®n y ennoblecido por Napole¨®n, narraba en ¨¦l, en un tono elegiaco, prerrom¨¢ntico, su visita a los restos de aquella ciudad romana, al borde del desierto sirio. Se describ¨ªa a s¨ª mismo cavilando, de noche, entre aquellas columnas semiderruidas: ¡°Aqu¨ª, donde ahora reina este silencio t¨¦trico, se oy¨® en tiempos el bullicio de la multitud. Estas piedras esparcidas por el suelo, guarida hoy de reptiles inmundos, fueron un d¨ªa suntuosos palacios y templos a los dioses. Aqu¨ª se alz¨® en otro tiempo una ciudad opulenta; aqu¨ª existi¨® un imperio poderoso. El silencio de las tumbas reemplaza ahora el bullicio de las plazas p¨²blicas. ?As¨ª perecen las obras de los hombres! ?As¨ª sucumben imperios y naciones!¡±.
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Repentinamente, aparec¨ªa ante ¨¦l, desde la penumbra, un genio o fantasma que le reprochaba sus lamentos. Los humanos no ten¨ªan derecho a quejarse de sus desgracias ¡ªle dec¨ªa¡ª porque ellos eran sus ¨²nicos causantes. La humanidad primitiva super¨® el estadio de bandas cazadoras y recolectoras; aprendi¨® a cultivar plantas, construy¨® ciudades, prosper¨®. Pero a la larga olvid¨® ¡°las leyes de la naturaleza¡±, ¡°el idioma de la raz¨®n¡±. Surgieron peleas que desembocaron en guerras y matanzas masivas, con ej¨¦rcitos enfrentados que invocaban siempre a supuestos dioses. ¡°?Qu¨¦ esper¨¢is de esos gemidos in¨²tiles?¡± ¡ªcontinuaba el genio¡ª ¡°?Es que ese Dios ideal se dejar¨ªa dominar por las mudables pasiones de los mortales: venganza, compasi¨®n, furor, arrepentimiento¡?¡±. No fue Dios quien cre¨® al hombre a su imagen, sino el hombre quien lo imagina como semejante a s¨ª mismo. ¡°El mortal temerario le ha prestado sus inclinaciones y sus miserables juicios. Y cuando esta mezcla de atributos choca con los principios de la raz¨®n natural, declara a esta impotente, aparentando una humildad hip¨®crita, y llama misterios de Dios a los desvar¨ªos de su entendimiento¡±.
El libro desembocaba as¨ª en un alegato antirreligioso. El genio parlanch¨ªn pasaba lista a las principales religiones y les reprochaba sus absurdos l¨®gicos. A los musulmanes, temerosos del castigo divino si violan cinco preceptos arbitrarios, les hac¨ªa observar que ese mismo Dios permit¨ªa triunfar a sus enemigos, los cruzados, que incumpl¨ªan esos preceptos. ¡°Si Dios gobierna la tierra siguiendo el Cor¨¢n, ?c¨®mo consinti¨® construir poderosos imperios a los innumerables pueblos anteriores al profeta que beb¨ªan vino, com¨ªan tocino y no visitaban la Meca?¡±. A los cristianos les recordaba sus interminables debates sobre la naturaleza de Dios o el modo de su encarnaci¨®n y las divisiones que ello hab¨ªa generado ¡ªmeras luchas de poder, en realidad¡ª entre nestorianos, iconoclastas, ortodoxos, romanos, anabaptistas o presbiterianos, cada uno con su peculiar modo de vestir, sus ropajes rojos, violetas, blancos o negros, sus distintos sombreros, bonetes o mitras y sus extra?os cortes de pelo y barba.
Frente a esta confusi¨®n ¡ªsegu¨ªa el genio su discurso¡ª, hace ya tres siglos que la raz¨®n se ha extendido en Europa, gracias a la imprenta, el gran invento liberador; aunque las religiones, guarida de la ignorancia, sigan dominando a¨²n entre el pueblo analfabeto. Y el libro terminaba imaginando una gran asamblea de la humanidad, a la que el genio explicaba que cuando los pueblos se ilustraran, renunciaran a las religiones y supieran legislar por s¨ª mismos y elegir a sus gobernantes, se abrir¨ªa ante ellos un futuro racional y feliz, regido por principios justos e igualitarios.
La fe en una verdad liberadora ha provocado muchas tragedias en el mundo moderno
Aquel libro circul¨® mucho durante la Revoluci¨®n Francesa y hace un siglo todav¨ªa lo reeditaban los anarquistas espa?oles. Ahora me ha vuelto a la mente ante la furia vand¨¢lica que ha intentado acabar con los restos de aquella ciudad y ha llevado al deg¨¹ello p¨²blico de su arque¨®logo jefe, un venerable sabio de ochenta a?os. Los hechos parecen dar, de nuevo, la raz¨®n a Volney: el fanatismo religioso ha sumado otra barbaridad m¨¢s a su sangriento historial. La destrucci¨®n de Palmira, como la de los Budas gigantes en Afganist¨¢n, es parte de un proyecto enloquecido por restaurar un califato¡ del siglo VII.
Se me ocurre a?adir, no obstante, un par de reflexiones a las del ilustrado franc¨¦s. La primera, que el fanatismo asesino no es exclusivo de las religiones. Los mayores monstruos del siglo XX, como Stalin, Hitler o Pol Pot, eran ateos. Pero se cre¨ªan portadores de una promesa redentora. Ese es el peligro. El fan¨¢tico ha sido cl¨¢sicamente representado por un joven con una antorcha en una mano y en la otra un libro ¡ªs¨®lo uno, nunca varios¡ª. Fan¨¢tico es quien cree poseer la verdad, una verdad sencilla y absoluta que proporciona respuestas para todos los problemas. Es quien no acepta la duda, la discrepancia ni la propia falibilidad. Es quien espera un cielo prometido y est¨¢ dispuesto a sacrificar la libertad para alcanzarlo. La fe en una verdad liberadora, aun basada en una supuesta ciencia laica, ha abierto muchas puertas a la tragedia en el mundo moderno.
Mi segunda objeci¨®n es que no todo se reduce a rasgos culturales. Algo tiene que ver con lo que ocurre hoy en Oriente Pr¨®ximo el pasado colonial. No pretender¨¦ explicar aquella compleja situaci¨®n por una sola causa, ni incurrir¨¦ en la f¨¢cil atribuci¨®n de todas las responsabilidades al colonialismo, coartada con la que se autoexculpan las ¨¦lites locales. Pero quienes crearon hace un siglo esos Estados artificiales y fallidos llamados Siria e Irak fueron Francia y Gran Breta?a. En aquel momento, Occidente pose¨ªa, s¨ª, las sociedades m¨¢s libres y civilizadas del mundo, pero eso s¨®lo reg¨ªa para su interior. Hacia fuera, al relacionarse con indios o negros, mostraba su otra cara, arrogante, ego¨ªsta y violenta; y usaba la superioridad tecnol¨®gica, el otro aspecto del progreso, para aplastarles.
Leopoldo II esclaviz¨® y desvalij¨® ?frica con una crueldad que hubiera sido impensable en su pa¨ªs
Nuestros bisabuelos vivieron la modernidad como superaci¨®n de la escasez, conquistas democr¨¢ticas o extensi¨®n de la educaci¨®n. Pero los no europeos sufrieron el lado sucio del proceso: la explotaci¨®n y el maltrato por parte de blancos groseros e incultos. Leopoldo II esclaviz¨® y desvalij¨® el coraz¨®n de ?frica con una crueldad que hubiera sido impensable en su propio pa¨ªs. Eso lo recuerdan los habitantes de aquellos territorios, que consideran a los europeos, como m¨ªnimo, hip¨®critas. Lo cual explica algo del odio visceral contra todo lo que representa Occidente (encarnado en el arque¨®logo: la racionalidad de la ciencia).
Los actuales problemas con inmigrantes y refugiados pol¨ªticos obligan a Europa a elegir, de nuevo, entre las f¨®rmulas y valores de vigencia universal que nuestros antepasados, con tanta dificultad, construyeron, y el retorno al ego¨ªsmo. Entre Gutenberg y Leopoldo II.
Jos¨¦ ?lvarez Junco es historiador. Acaba de publicar Dioses ¨²tiles. Naciones y nacionalismos (Galaxia Gutenberg).
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