Para qu¨¦ sirve la democracia
El punto de partida de las sociedades democr¨¢ticas es la existencia de desacuerdos, y parte de su tarea consiste en generar acuerdos. Seg¨²n 'The Economist', los pa¨ªses escandinavos son los mejores ejemplos
Desde que en los a?os 2007 y 2008 empezamos a tomar conciencia de la crisis, la insatisfacci¨®n con la situaci¨®n econ¨®mica de nuestro pa¨ªs se convirti¨® en indignaci¨®n, con motivos m¨¢s que sobrados, que exist¨ªan en realidad desde mucho antes. Las voces de la indignaci¨®n no exig¨ªan otro r¨¦gimen pol¨ªtico, distinto a la democracia, sino todo lo contrario: ped¨ªan su realizaci¨®n aut¨¦ntica. Nadie suger¨ªa que imagin¨¢ramos otra forma de gobierno, como podr¨ªa ser un despotismo ilustrado, empe?ado en dar al pueblo lo que supuestamente necesita, aunque no lo sepa, sino una democracia radical.
Se habl¨® entonces de falta de legitimidad de la pol¨ªtica, pero equivocadamente, porque los representantes y las instituciones eran leg¨ªtimos, como lo son ahora. Lo que hab¨ªa sufrido un serio desgaste era la credibilidad de unos y otras, lo cual no es determinante desde el punto de vista legal, pero resulta grav¨ªsimo para la vida cotidiana, porque sin confianza no funciona la democracia.
Otros art¨ªculos de la autora
Los episodios nacionales que empezaron el 20-D no han hecho sino iniciar una nueva etapa, la del aburrimiento, la sensaci¨®n de que todo est¨¢ dicho y o¨ªdo, la resignaci¨®n ante las nuevas actuaciones y sobreactuaciones. Nos preparamos otra vez para asistir al espect¨¢culo de las descalificaciones mutuas, los pactos en pro del puro n¨²mero, el juego de los sillones, las declaraciones panfletarias o insustanciales. ?Pero es esto la democracia? ?Es para esto para lo que sirve?
Seg¨²n dicen los textos del ramo, una sociedad democr¨¢tica tiene como punto de partida la existencia en ella de desacuerdos, y parte de su tarea consiste en generar acuerdos, porque son los miembros de esa sociedad los que tienen que resolver sus problemas conjuntamente y no puede haber exclusiones. Las sociedades democr¨¢ticas tienen que ser de alguna manera un sistema de cooperaci¨®n.
En las totalitarias y dictatoriales, el supuesto acuerdo se impone oficialmente, y la tarea pol¨ªtica se reduce a clausurar medios de comunicaci¨®n molestos, a silenciar a los disidentes con la c¨¢rcel, el asesinato y otros medios persuasivos. Pero en las democracias este modo de proceder est¨¢ desautorizado de ra¨ªz, precisamente porque los destinatarios de las leyes, los ciudadanos, tienen que ser de alguna manera sus autores, y son ellos los que tienen que encontrar los puntos comunes, directamente o a trav¨¦s de representantes. Para lograrlo hay en realidad tres caminos.
No existe la Verdad en pol¨ªtica. Existe la b¨²squeda conjunta de lo justo y lo conveniente
Uno de ellos consiste en agudizar los desacuerdos de los que se parte, convirti¨¦ndolos en conflictos que instauran la pol¨ªtica amigo-enemigo, hasta asaltar los cielos y desde ellos forzar la supuesta utop¨ªa del mundo nuevo. Hace unos d¨ªas, en un encuentro sobre temas pol¨ªticos, uno de los intervinientes asegur¨® que en nuestro pa¨ªs la verdad ha sido secuestrada y eliminada en los ¨²ltimos tiempos, y recurri¨® como colof¨®n al bello proverbio de Antonio Machado: ¡°?Tu verdad? No, la Verdad, y ven conmigo a buscarla; la tuya, gu¨¢rdatela¡±. Con lo que ven¨ªa a decir que en el mundo pol¨ªtico existe la Verdad, que en ¨¦l tratamos de lo verdadero y lo falso, afirmaci¨®n peligrosa si las hay porque, si es as¨ª, quienes encuentren la verdad se sienten obligados a imponerla. Como dec¨ªan los viejos inquisidores, no se puede dar las mismas oportunidades a la verdad que al error. De donde se sigue que la defensa del pluralismo y la tolerancia ser¨ªan papel mojado.
Pero sucede que las cuestiones pol¨ªticas no se miden por par¨¢metros de verdad y falsedad. Eso ocurre en las ciencias, que deben comprobar si sus afirmaciones se dejan validar por la realidad. En el ¨¢mbito pol¨ªtico hablamos de legitimidad de las instituciones y de justicia de las normas. Y las decisiones acerca de lo justo y lo injusto requieren el uso p¨²blico de la raz¨®n desde el respeto y la tolerancia. No existe la Verdad en pol¨ªtica, existe la b¨²squeda conjunta de lo justo y lo conveniente.
Por eso, un segundo camino para generar acuerdos consiste en agregar los intereses en conflicto de modo que se satisfagan los de la mayor¨ªa, o los de la suma mayoritaria de minor¨ªas, que es lo que hay y es donde estamos; pero necesita un norte para llegar a pol¨ªticas no s¨®lo leg¨ªtimas, sino tambi¨¦n justas. Ese norte consistir¨ªa en economizar desacuerdos, en tratar de encontrar la mayor cantidad de acuerdos posible, buscando un n¨²cleo compartido de exigencias b¨¢sicas, que una sociedad democr¨¢tica del siglo XXI deber¨ªa satisfacer para estar a la altura de los valores sobre los que se sustenta. Los partidos que defiendan ese n¨²cleo deber¨ªan conjugar sus esfuerzos para convertirlo en realidad, a trav¨¦s de pactos; y sobre todo, a trav¨¦s de realizaciones.
Hay que economizar desacuerdos y esforzarse para conseguir pactos y realizaciones
Y en este sentido, de la misma manera que Tocqueville viaj¨® a Am¨¦rica para descubrir por qu¨¦ all¨ª la democracia funcionaba mejor que en Francia y para aprender de sus mejores usos, convendr¨ªa ahora dirigir la mirada hacia los pa¨ªses ejemplares en el quehacer democr¨¢tico, hacia los que pueden servir de referentes. Seg¨²n el ¨ªndice de democracia, elaborado por la unidad de Inteligencia de The Economist, que pretende determinar el rango de democracia de 167 pa¨ªses, en los ¨²ltimos a?os son pa¨ªses escandinavos los que figuran a la cabeza de la clasificaci¨®n, especialmente Noruega. ?Las razones de esa buena situaci¨®n? Fundamentalmente, unas instituciones p¨²blicas s¨®lidas, una cultura basada en la confianza, baja desigualdad, buenos servicios p¨²blicos financiados con impuestos, un sistema de bienestar social que nivela desigualdades, y un ¨ªndice elevado de participaci¨®n pol¨ªtica. Resulta interesante comprobar que Suiza, dotada de estructuras sumamente participativas, no encabeza el ¨ªndice de consolidaci¨®n democr¨¢tica, entre otras cosas porque los resultados de las consultas populares en ocasiones son antidemocr¨¢ticos.
Este es el sue?o europeo de la socialdemocracia, que en Espa?a est¨¢ en franco retroceso por el empobrecimiento de parte de la poblaci¨®n, que ha reducido las clases medias en 3,5 millones de personas, seg¨²n datos del estudio que el Instituto Valenciano de Investigaciones Econ¨®micas y la Fundaci¨®n del BBVA han dado a conocer. Lo cual es malo por s¨ª mismo, pero tambi¨¦n porque el funcionamiento de la democracia exige igualaci¨®n. Si a esto se a?ade que el n¨²cleo de la socialdemocracia no es para Espa?a y para la Uni¨®n Europea un simple sue?o, sino un compromiso, encarnarlo en la vida pol¨ªtica es lo que nos corresponde.
Adela Cortina es catedr¨¢tica de ?tica y Filosof¨ªa Pol¨ªtica de la Universidad de Valencia, miembro de la Real Academia de Ciencias Morales y Pol¨ªticas, y directora de la Fundaci¨®n ?TNOR.
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