Camus y el terrorismo
Las palabras del pensador franc¨¦s, que en el ensayo filos¨®fico ¡®El hombre rebelde¡¯ traz¨® una cr¨ªtica de la sinraz¨®n pura del crimen ideol¨®gico, han vuelto a cobrar consistencia a la luz de los ataques de los fan¨¢ticos yihadistas
"?Qu¨¦ es un hombre rebelde? Un hombre que dice no¡±. Pocos ensayos de reflexi¨®n filos¨®fica comienzan con la contundencia con la que lo hace El hombre rebelde, de Albert Camus. Y pocos han capturado en una f¨®rmula tan precisa la esencia de su contenido. Imaginemos, por ejemplo, a una directora de instituto en Catalu?a que, ante la convocatoria de una consulta ilegal, se niega a someterse a las presiones del poder pol¨ªtico. De entre los miles de funcionarios que ostentan ese cargo, solo ella dice no. Como ya demostr¨® Ant¨ªgona, m¨¢s de dos mil a?os atr¨¢s, la rebeld¨ªa en absoluto es un atributo gen¨¦rico. Y, sin embargo, el no rebelde que Camus propugna no es nunca un no absoluto: presupone un s¨ª innegociable que es el que le da sentido. Nuestra directora de instituto dijo no a la coacci¨®n pol¨ªtica, pero a partir de un s¨ªheroico a la legitimidad democr¨¢tica.
El hombre rebelde es, en s¨ª mismo, un ejemplo excelso de rebeld¨ªa. Cuando la mayor¨ªa de los cl¨¦rigos, por usar las palabras de Julien Benda, pusieron su inteligencia al servicio de una escol¨¢stica del despotismo, solo unos pocos se atrevieron a pronunciar un no rebelde y, de entre todos ellos, pocos m¨¢s rotundo que el que Camus proclama en su libro. Hoy nos resulta conmovedora la sorpresa del escritor ante los furibundos ataques con los que fue recibido su ensayo por sus hasta entonces compa?eros de viaje, pero si leemos con calma encontraremos en sus p¨¢ginas alusiones lacerantes a la complicidad de aquellos con los cr¨ªmenes totalitarios: ¡°La sangre ya no es visible, no salpica bastante el rostro de nuestros fariseos¡±.
Otros art¨ªculos del autor
La amenaza por antonomasia que se cierne en nuestros d¨ªas sobre el mundo libre nos permite leer El hombre rebelde como una reflexi¨®n en profundidad sobre el terrorismo. Camus no se enga?a al respecto: sabe que en la modernidad este fen¨®meno se encuentra estrechamente vinculado a la existencia de las ideolog¨ªas: ¡°En la ¨¦poca de la negaci¨®n¡±, nos dice, ¡°pod¨ªa ser ¨²til interrogarse sobre el problema del suicidio. En la ¨¦poca de las ideolog¨ªas tenemos que hab¨¦rnosla con el asesinato¡±. Salvando las distancias, El hombre rebelde aspira a ser una cr¨ªtica de la sinraz¨®n pura del crimen ideol¨®gico. Por sus p¨¢ginas desfilan las principales variantes del terrorismo: los regicidas, los deicidas, el terrorismo individualista acu?ado por el visionario Nech¨¢yev y, por supuesto, las formas del terrorismo de Estado que representaron el fascismo y el comunismo. Hay, incluso, una menci¨®n especial a algo que, por lo general, pasa inadvertido para los estudiosos de este libro: el terrorismo de la cultura, esa pervivencia de la frivolidad rom¨¢ntica que llev¨®, por ejemplo, a los surrealistas a considerar como la obra de arte m¨¢s bella el asesinato indiscriminado.
En todas las ideolog¨ªas homicidas habita un componente m¨¢s o menos importante de nihilismo
Resulta asombroso c¨®mo el tiempo puede rejuvenecer algunas obras que parec¨ªan haber envejecido, pero tambi¨¦n c¨®mo ciertos acontecimientos pueden ensombrecer en ellas zonas que se juzgaban primordiales e iluminar, por el contrario, otras que hab¨ªan permanecido en una extra?a penumbra. Una de las l¨ªneas de fuerza que recorre El hombre rebelde es la constataci¨®n de que en todas las ideolog¨ªas homicidas habita un componente m¨¢s o menos importante de nihilismo. Para Camus, al igual que para Dostoievski, este fen¨®meno, al que Nietzsche se refiri¨® como ¡°el m¨¢s inc¨®modo de los hu¨¦spedes¡±, es pr¨¢cticamente sin¨®nimo de ate¨ªsmo. ¡°Si Dios ha muerto¡±, proclamaba Iv¨¢n Karamazov en una frase que tiene una presencia especial en el libro, ¡°todo est¨¢ permitido¡±.
Pues bien, si algo vienen a recordarnos los episodios de terrorismo yihadista que asuelan nuestras ciudades es que tanto Camus como Dostoievski estaban equivocados: no es la ausencia de Dios, que implica muchas veces la b¨²squeda de una ¨¦tica rigurosa y desesperada, sino su afirmaci¨®n absoluta la que, seg¨²n nos demuestra la historia, otorga amparo ideol¨®gico a las mayores aberraciones homicidas. ¡°Los mayores cr¨ªmenes son perdonados si se cometen en nombre de Dios¡±, gritaba con rabia el cantante del grupo de rock Lords of the New Church all¨¢ por los a?os ochenta. Algunas religiones incluso reservan para los asesinos un lugar de honor en su anhelado para¨ªso.
Pero hay otras aristas en El hombre rebelde que habr¨ªan pasado inadvertidas a no ser por las formas actuales del terrorismo. Camus desmonta de forma implacable la l¨®gica homicida que subyace bajo el crimen pol¨ªtico, pero, entrando en flagrante contradicci¨®n con sus propios postulados, le concede cierta dignidad moral al terrorista que se inmola para conseguir sus objetivos: ¡°Quien acepta morir¡±, nos dice, ¡°pagar una vida con otra vida, cualesquiera que sean sus negaciones, afirma con ello un valor que le supera a ¨¦l mismo como individuo hist¨®rico¡±. Pero, podemos preguntarnos: ?qu¨¦ valor puede afirmar la eliminaci¨®n de una vida que no sea el del fanatismo? ?Y qu¨¦ valor podr¨ªa tener un valor que para afirmarse necesita acabar con las vidas de los individuos? ?Es m¨¢s disculpable, por ejemplo, el asesinato de una persona a manos de su pareja si el homicida acaba despu¨¦s con su propia vida? ?Habr¨ªa perseverado Camus en este punto de vista despu¨¦s de contemplar su ciudad adoptiva sembrada de cad¨¢veres por obra y gracia de unos terroristas suicidas?
Aunque el rostro del fanatismo haya cambiado, en nada lo han hecho sus ambiciones homicidas
No es una menci¨®n incidental: el pensador vuelve una y otra vez a esta idea deleznable a lo largo de su libro, y se reafirma en ella en las entrevistas que concede tras su publicaci¨®n: ¡°El rebelde no tiene sino una forma de reconciliarse en su acto homicida si se ha dejado llevar a ¨¦l: aceptar su propia muerte y el sacrificio¡±. Esta inexplicable zona oscura de El hombre rebelde no tiene, por supuesto, por qu¨¦ extenderse al resto del ensayo, ni, mucho menos, ensuciar la indiscutible dimensi¨®n moral de un pensador que, como Raymond Aron, Hannah Arendt o nuestro nunca suficientemente reivindicado Chaves Nogales, fueron capaces, en tiempos de penumbra, de decir no a las incitaciones estupefacientes de las ideolog¨ªas asesinas.
El hecho de que la imagen y las palabras de Camus recorrieran abundantemente las redes sociales tras los atentados de Par¨ªs y Bruselas vendr¨ªa a poner de manifiesto que su rebeld¨ªa intelectual y su ejemplaridad moral se encuentran m¨¢s vivas que nunca. Pero tambi¨¦n deber¨ªa hacernos recordar que ese ¨²ltimo vestigio de fascinaci¨®n rom¨¢ntica (¨¦l, que se rebel¨® como nadie contra todos los absolutos rom¨¢nticos) por una ¨¦pica de la muerte puede infectar incluso a las mentes m¨¢s brillantes. ¡°Hay algo en ellos que aspira a la esclavitud¡±, escribi¨® el pensador en sus carnets para referirse a sus antiguos compa?eros de viaje, aquellos que segu¨ªan profesando de voceros del estalinismo. Sumisi¨®n, por otra parte, se titulaba el documental sobre el islam que le cost¨® la vida su director, Theo Van Gogh. Aunque el rostro del fanatismo haya cambiado, en nada lo han hecho sus ambiciones homicidas. Tampoco lo ha hecho el dilema que Camus planteara en su d¨ªa: sumisi¨®n o rebeld¨ªa.
Manuel Ruiz Zamora es fil¨®sofo
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