?Arriba la gente, abajo los pol¨ªticos!
La disparidad entre lo que los ciudadanos esperan de sus pol¨ªticos y lo que realmente ¨¦stos pueden ofrecerles provoca frustraci¨®n y desencanto. Es el momento de exigir que unos y otros est¨¦n a la altura en sus respectivos papeles
En un reciente spot electoral de Ciudadanos, el cliente aparentemente m¨¢s l¨²cido y asertivo del bar reclama pol¨ªticos que est¨¦n a la altura de la ciudadan¨ªa. Una curiosa forma de resaltar las cualidades del candidato, poniendo, para ello, en el punto de mira a la clase pol¨ªtica en general. Quiz¨¢ sea efectiva, pero no original. Se trata de una l¨®gica discursiva calcada a la que viene desplegando Podemos, contraponiendo ese pueblo llano al conjunto de representantes pol¨ªticos, que forman la ¡°casta¡±,dedicada a proteger sus privilegios y los de oscuros intereses empresariales.
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En realidad, denigrar a la clase pol¨ªtica o rebajarla moralmente respecto al resto de ciudadanos es un recurso caracter¨ªstico de los populismos modernos, y com¨²n en un ideario de la antipol¨ªtica tejido desde la antig¨¹edad, en el que se idealiza a una ciudadan¨ªa esforzada, predispuesta a asumir sacrificios justos y, ante todo, profundamente honesta. Probablemente, Podemos fue quien mejor logr¨® sintetizar ese sentimiento en el lema de otro anuncio electoral del 20-D: ¡°Maldita casta, bendita gente¡±.
Razones hay para denunciar en los ¨²ltimos a?os problemas de representaci¨®n pol¨ªtica, que la clase pol¨ªtica no ha sabido atender con la celeridad exigible. Pero es dudoso que deba achacarse a su falta de ¡°calidad¡± una responsabilidad significativa en la generaci¨®n de esos problemas. Pocos motivos hay para pensar que los pol¨ªticos espa?oles no est¨¢n a la altura de su ciudadan¨ªa. Cuando se examina la evidencia internacional, los datos desmienten que nuestros pol¨ªticos trabajen poco, cobren mucho, est¨¦n poco formados o incumplan sus promesas en mayor medida. Resultar¨ªa discutible incluso afirmar que sean particularmente corruptos e inmorales. Ning¨²n argumento acad¨¦mico serio justifica ese concepto impresionista de ¨¦lites extractivas que Acemoglu y Robinson propusieron para otras latitudes que nada tienen que ver con nuestra democracia.
Tampoco parece que nos hallemos ante una ciudadan¨ªa especialmente virtuosa, informada e intolerante con los pecados de sus pol¨ªticos. Y esta debilidad de la esfera p¨²blica s¨ª que parece ser un verdadero factor diferencial, en negativo, en comparaci¨®n con democracias de referencia de nuestro entorno. As¨ª lo acreditan datos recientes del Bar¨®metro de la Democracia de la Universidad de Zurich: ciudadanos que participan poco en partidos, sindicatos u otras asociaciones, que utilizan a¨²n menos los instrumentos de democracia participativa o directa disponibles en nuestro marco legal, o que compran poca prensa (donde ¡ªpor cierto¡ª el debate pol¨ªtico suele escribirse con trazo grueso de calidad literaria, pero de dato escaso). Aunque en los ¨²ltimos a?os se han incrementado los niveles de inter¨¦s por la pol¨ªtica, ¨¦stos siguen siendo relativamente bajos y compatibles con elevadas dosis de desafecci¨®n, desd¨¦n hacia la pol¨ªtica y los pol¨ªticos. Esas actitudes se han combinado, no pocas veces, con dosis elevadas de permisividad con los actos de corrupci¨®n cometidos por muchos representantes pol¨ªticos y personalidades sociales.
Denigrar a la clase pol¨ªtica? es un recurso caracter¨ªstico de los populismos modernos
De manera invariable se intuye un problema, de parte del ciudadano, para captar la naturaleza, inherentemente conflictiva y siempre insatisfactoria, de la pol¨ªtica democr¨¢tica, reflejado en tres paradojas sobre lo que los ciudadanos esperan de sus pol¨ªticos. De entrada, esperamos representantes con cualidades excepcionales, de formaci¨®n y comportamiento sobresalientes, que conozcan no solo los problemas sino tambi¨¦n sus soluciones. Luego resulta que cosechan las mayores audiencias en programas de televisi¨®n banales, donde deben mostrarse campechanos y evitar cualquier sutileza o sofisticaci¨®n. A sabiendas de su audiencia y proyecci¨®n, los candidatos acuden raudos a ofrecer entrevistas insustanciales, aportando detalles ¨ªntimos sobre cosas que les emocionan, preferencias deportivas o, ¨²ltimamente, alguno lo hace incluso sobre sus mitos er¨®ticos y h¨¢bitos sexuales.
Por otro lado, esperamos dirigentes que lideren, marquen orientaciones a la ciudadan¨ªa, atiendan a consideraciones estrat¨¦gicas, y piensen en el largo t¨¦rmino. Pero a la vez los queremos sensibles a las preocupaciones inmediatas expresadas por los ciudadanos y que respondan a las directrices fluctuantes de nuestra democracia de audiencia. En esta l¨ªnea, algunos pretenden convertir el sistema democr¨¢tico en una suerte de asamblea constituyente permanente, donde los pol¨ªticos se limiten a ejecutar veredictos de la ciudadan¨ªa.
Como colof¨®n, esperamos l¨ªderes que se mantengan fieles a sus principios ideol¨®gicos y program¨¢ticos, que hablen claro y resulten insobornables en el cumplimiento de sus promesas. Pero les reclamamos, a la vez, que est¨¦n dispuestos a renunciar a esos principios, sean pragm¨¢ticos y alcancen acuerdos en las grandes materias con sus oponentes. Se nos dice que la ciudadan¨ªa est¨¢ harta de pol¨ªticos que no dialogan, pero no parece dispuesta a recompensar a quienes llevan la iniciativa para pactar. M¨¢s bien al contrario, los sondeos apuntan a que los partidos que m¨¢s se esforzaron por evitar la repetici¨®n de elecciones no ser¨¢n premiados por ello. De confirmarse la notable continuidad del voto entre diciembre y junio, podr¨ªamos deducir que, en realidad, los partidos ¡ªtodos ellos¡ª se comportaron tal como esperaban sus votantes.
Esperamos l¨ªderes fieles a sus principios ideol¨®gicos y program¨¢ticos y, adem¨¢s,? insobornables
El problema es que estas paradojas inflan, inevitablemente, lo que el polit¨®logo Stephan Medvic denomin¨® una trampa de las expectativas, la enorme disparidad a menudo existente entre lo que los ciudadanos esperan de sus pol¨ªticos y lo que realmente ¨¦stos pueden ofrecerles. El riesgo proviene de que, en un contexto de escaso margen de maniobra, esa disparidad entre el elevado grado de exigencia y la capacidad real deje a los pol¨ªticos a la intemperie y alimente la frustraci¨®n y el desencanto.
Llega el momento de exigir que ciudadanos y pol¨ªticos est¨¦n a la altura en sus respectivos papeles. Y avanzar en la buena direcci¨®n pasa, ahora, por exigir a la ciudadan¨ªa algo m¨¢s. No debe convertir las pr¨®ximas elecciones en una oportunidad perdida para asignar responsabilidades sobre lo que los partidos pol¨ªticos hicieron ¡ªo dejaron de hacer¡ª en los ¨²ltimos meses, o para evaluar la credibilidad de los respectivos programas y promesas pol¨ªticas a la luz del nuevo contexto en el que nos van a gobernar los representantes elegidos finalmente. Por su parte, para estar a la altura, los partidos deben manejar con cautela los discursos de la antipol¨ªtica, porque s¨ª algo sabemos a ciencia cierta en el an¨¢lisis pol¨ªtico comparado, es que es un arma que carga el diablo.
Juan Rodr¨ªguez Teruel es profesor de Ciencia Pol¨ªtica de la Universidad de Valencia, y Pau Mar¨ª-Klose es profesor de Sociolog¨ªa de la Universidad de Zaragoza.
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