11 fotosDzaleka espera su turnoLa saturaci¨®n y la falta de perspectivas marcan el d¨ªa a d¨ªa de los habitantes del principal campo de refugiados de MalawiCarlos Mart¨ªnezCarlos Laorden ZubimendiMalawi - 20 jun 2016 - 09:24CESTWhatsappFacebookTwitterBlueskyLinkedinCopiar enlaceLos datos de la saturaci¨®n del campo son patentes: hay 24 pozos de agua para m¨¢s de 25.000 personas, por lo que es habitual observar colas como la de la imagen para obtener l¨ªquido. El centro m¨¦dico, dise?ado para atender a unas 10.000 personas, tambi¨¦n est¨¢ sobrepasado. Y cada vez faltan m¨¢s cosas. ¡°La comida no llega, el centro m¨¦dico no es adecuado, no tengo ni jab¨®n para lavar la ropa y, con el fr¨ªo que hace [en la presente ¨¦poca invernal las temperaturas bajan hasta los 8?] no tenemos mantas¡±, dice Francine, una madre soltera de 23 a?os de Burundi que lleva toda su vida en campos de refugiados. Este es el tercero por el que pasa. ¡°En los otros sitios cubr¨ªan nuestras necesidades. Aqu¨ª la vida es muy dif¨ªcil y nadie viene a ver c¨®mo estamos¡±, se queja.Carlos Mart¨ªnezUn hombre recoge cartones del centro de distribuci¨®n de Dzaleka tras un reparto de mantas y otro material. ¡°Antes nos centr¨¢bamos en cubrir las necesidades m¨¢s b¨¢sicas¡±, explica Enid Ochieng, responsable de Acnur en Malawi. ¡°Ahora, ni siquiera llegamos a eso¡±. Debido a las limitaciones presupuestarias, los reci¨¦n llegados pr¨¢cticamente no tienen con qu¨¦ levantarse un techo y Acnur, que gestiona el recinto junto con el Gobierno malau¨ª, tiene problemas hasta para darles lonas de pl¨¢stico. ¡°Los donantes llevan muchos a?os prestando ayuda aqu¨ª. Y hay otras crisis [incluso en el propio Malawi, por cuya frontera sur entran miles de mozambique?os huyendo de la violencia] lo que hace que ahora mismo no sea tan f¨¢cil volver a vender Dzaleka al mundo¡±, apunta Kelvin S. Sentala, asistente de campo de Acnur.Carlos Mart¨ªnezVarias mujeres, con los elementos que acaban de recibir por parte de las agencias presentes en el campo, como el Programa Mundial de Alimentos (PMA). Los habitantes de este campo que no consiguen ser realojados en otros pa¨ªses (es decir, la gran mayor¨ªa) dependen casi exclusivamente de la asistencia humanitaria. El Gobierno de Malawi, abierto a la acogida pese a los graves problemas que afronta el pa¨ªs, no permite que los refugiados salgan del campo ni obtengan un empleo. Esto deja a muchos sin posibilidades de subsistir o generar sus propios ingresos. Algunos, como el somal¨ª de 35 a?os Raheem, llevan aqu¨ª desde 1996 y ya no recuerdan c¨®mo era fuera del campo. "Intento hacer cosas por m¨ª mismo que me den algo de comer", cuenta el padre de una hija que naci¨® hace dos a?os en Dzaleka. "No puedes estar siempre dependiendo de Acnur o de quien sea".Carlos Mart¨ªnezEl tiempo (en algunos casos, d¨¦cadas) que muchos llevan en Dzaleka y la necesidad de encontrar medios de subsistencia han dado lugar a la aparici¨®n de zonas de mercado dentro del recinto, a las que tambi¨¦n acuden las poblaciones vecinas al campo. Muchos buscan intercambiar mercanc¨ªas o conseguir algo de dinero a trav¨¦s de la actividad que se genera all¨ª.Carlos Mart¨ªnezUna ni?a ante un improvisado puesto de comida en Dzaleka. Proveer de alimento a los habitantes del recinto es una prioridad que, de momento, solo est¨¢ cubierta hasta agosto, seg¨²n el Programa Mundial de Alimentos. De junio a diciembre del a?o pasado, las raciones ¡ªya limitadas solo a los b¨¢sicos: ma¨ªz, legumbres y aceite vegetal¡ª tuvieron que reducirse a la mitad. ¡°Esta es una historia casi olvidada, y no conseguimos m¨¢s apoyo de los donantes¡±, insiste Mietek Maj, subdirector del PMA en Malawi. La falta de comida es la principal queja de los refugiados.Carlos Mart¨ªnezLos primeros en llegar a Dzaleka, a partir de 1994, encontraron edificios y refugios construidos sobre el terreno de esta antigua c¨¢rcel. Hoy, sin embargo, la mayor¨ªa tiene que construirse su propio techo. Y no es f¨¢cil porque no hay fondos ni facilidades. El terreno tambi¨¦n comienza a ser escaso, dada la cantidad de gente que hay que alojar en algo m¨¢s de 200 hect¨¢reas. Al llegar, los refugiados son alojados varios d¨ªas en un centro de tr¨¢nsito mal equipado y absolutamente abarrotado antes de conseguir su propio espacio. En la imagen, construcci¨®n de un refugio con los ladrillos que se producen tambi¨¦n en el propio campo.Carlos Mart¨ªnezEl centro m¨¦dico, dise?ado para 10.000 personas, atiende a m¨¢s de 60.000, contando con los habitantes de las comunidades vecinas. En la pr¨¢ctica, la pac¨ªfica coexistencia de solicitantes de asilo y refugiados con los malau¨ªs de poblaciones cercanas ha hecho que los primeros comiencen una integraci¨®n real (aunque todav¨ªa no respaldada legalmente) en el pa¨ªs. La convivencia en el campo, a priorio complicada con diferencias ¨¦tnicas, idiom¨¢ticas y religiosas, no es demasiado problem¨¢tica. Todos han pasado por experiencias traum¨¢ticas y no quieren m¨¢s problemas, explica el somal¨ª Raheem, de 35 a?os. Lo que buscan en Dzaleka es seguridad.Carlos Mart¨ªnezUn joven trabaja en la construcci¨®n de un refugio en Dzaleka. Trabajar no solo es una necesidad de obtener medios para ganarse la vida, sino tambi¨¦n una forma de recuperar la autoestima y la confianza en uno mismo. Por eso, y para limitar la dependencia de la cada vez m¨¢s escasa ayuda, las agencias presentes en el campo suspiran por una flexibilizaci¨®n de la ley malau¨ª que permita a los refugiados trabajar en el pa¨ªs. Aunque hubo un momento prometedor, de momento el cambio legal est¨¢ estancado. El Gobierno ha decidido fundir en un solo proceso la reforma de esta normativa y la de las pol¨ªticas de inmigraci¨®n (como la recepci¨®n y tr¨¢nsito de migrantes con destino a Sud¨¢frica) y otros temas, dej¨¢ndola por ahora empantanada en el Parlamento.Carlos Mart¨ªnezCon un profesor por cada m¨¢s de 80 alumnos, la escuela primaria gestionada por la organizaci¨®n jesuita JRS tiene que hacer turnos para atender a todos. Faltan aulas, medios y profesores, y el absentismo obligado por las circunstancias de la vida en el campo es uno de los problemas. Chicos como Dany, de 16 a?os, a¨²n siguen en primaria, porque la vida no les ha permitido avanzar m¨¢s r¨¢pido. A Dany le gustan el ingl¨¦s, las matem¨¢ticas y la ciencia. Y sonr¨ªe al contar que ahora suele ser el primero de la clase y que le gustar¨ªa ir a la universidad del campo.Carlos Mart¨ªnezEn Dzaleka tambi¨¦n hay una escuela secundaria y otros servicios, como la formaci¨®n de adultos. Los embarazos adolescentes son un problema para la asistencia a clase de las chicas de esa edad. Como casi todo aqu¨ª, los centros formativos atienden tanto a los habitantes del campo como a los malau¨ªs de las poblaciones vecinas, que tambi¨¦n sufren necesidad en muchos ¨¢mbitos, pero al menos tienen libertad para trabajar.Carlos Mart¨ªnezLa oferta educativa en Dzaleka se completa con una universidad 'online', en el que hasta 30 personas al a?o se matriculan en grados a trav¨¦s de internet de tres a?os avalados por universidades estadounidenses como la de Regis. Son cursos que les permitir¨¢n especializarse en ¨¢mbitos como la educaci¨®n, los negocios o el trabajo social. Tambi¨¦n se oferta formaci¨®n profesional y otros cursos. Es una opci¨®n para algunos de seguir prepar¨¢ndose para obtener un empleo en el futuro si finalmente hay un cambio legal, en la que, aparte de los realojos en otros pa¨ªses (cada vez m¨¢s limitados o m¨¢s enfocados en otras emergencias de otros lugares) parece ser la ¨²nica v¨ªa para aliviar la situaci¨®n en el campo malau¨ª.Carlos Mart¨ªnez