Lagartijo contra Edison
Fr¨¢gil criatura es la memoria colectiva, y muy notable su tendencia a archivar recuerdos desagradables. Un espa?ol medio actual, sensible quiz¨¢ a las descripciones catastrofistas sobre el paro, el terrorismo o la delincuencia con que le asedian los nost¨¢lgicos de la dictadura, creer¨ªa dif¨ªcilmente que ha tenido la suerte de vivir en una sociedad de prodigiosa sensatez y funcionalidad si se compara con la joya de que disfrutaron, sin ir m¨¢s lejos, sus bisabuelos.Aquellas s¨ª que eran sequ¨ªas, cuando sequ¨ªa significaba a¨²n hambre y mortandades. Y para inundaciones, la que arras¨® Consuegra y otros pueblos de Toledo en 1892, causando 500 v¨ªctimas. Como cat¨¢strofe originada por inoperantes controles administrativos, no es mala muestra la explosi¨®n en el puerto de Santander del buque Cabo Machichaco, que hab¨ªa entrado en llamas e iba cargado clandestinamente de explosivos; unos 700 muertos hubo en aquella ocasi¨®n, a los que se a?adieron otras cuantas docenas unos d¨ªas m¨¢s tarde, en la voladura controlada de los restos de su casco. Para terrorismo, el que comenz¨® con la bomba de Pall¨¢s, sigui¨® con las del teatro Liceo y la procesi¨®n del Corpus Christi en Barcelona y culmin¨® con la muerte de C¨¢novas a manos de Angiolillo, todo ello en menos de cinco a?os. En cuanto al sistema pol¨ªtico, es dificil imaginar mayor corrupci¨®n del voto popular, pillaje del presupuesto y desprestigio generalizado que los que rodeaban al turno canovista hacia 1898. Y, para colmo, mientras las potencias europeas se hallaban en plena org¨ªa de reparto imperialista de Asia y ?frica, los espa?oles ve¨ªan c¨®mo se pudr¨ªa la situaci¨®n en los peque?os restos de su imperio americano. Y topaban con el joven coloso yanqui, que hab¨ªa fijado sus miradas en la perla del Caribe y que propin¨® a nuestras fuerzas armadas un par de tundas de las m¨¢s formidables que la historia contempor¨¢nea registra.
Me sugiere estas reflexiones la lectura de un medido libro sobre El final del Imperio. Espa?a, 1895-1898, escrito por el hispanista franc¨¦s Carlos Serrano, conocido ya por otros trabajos sobre la ¨¦poca, entre ellos un excelente estudio sobre Costa y el regeneracionismo. Serrano comienza por plantear los antecedentes de la presencia espa?ola en Cuba, centr¨¢ndose en el peso de la esclavitud como factor explicativo del mantenimiento de la situaci¨®n colonial, y posteriormente en las relaciones comerciales que estaban detr¨¢s del descontento cubano en el siglo XIX y su acercamiento a Estados Unidos. La situaci¨®n pudo haberse aliviado a base de concesiones pol¨ªticas y apertura arancelaria, pero ni ¨¦sta ni a quellas eran aceptables para el lobby cubanista, uno de los pilares del r¨¦gimen canovista, a cuyo an¨¢lisis dedica Serrano p¨¢ginas importantes. Por ello, incluso el t¨ªmido proyecto de autonom¨ªa propuesto por el joven Maura en 1893 se vio archivado. Los privilegios se mantuvieron a costa de la creciente exasperaci¨®n de la opini¨®n insular.
La guerra, al fin, se hizo inevitable. Y encoge el coraz¨®n volver a vivir ahora el proceso que llev¨® a ella y la plena lucidez por parte de los responsables pol¨ªticos y militares sobre su resultado final. Romanones, por citar s¨®lo un testimonio, describi¨® m¨¢s tarde una reuni¨®n celebrada en palacio, en v¨ªsperas del conflicto, con asistencia de los generales de mar y tierra de mayor prestigio, en la que el criterio de todos fue "que para salvar la paz interior y para satisfacer las exigencias, inspiradas en nobles, m¨®viles, del estamento militar hab¨ªa que rendirse a la inexorable fuerza de los acontecimientos y acudir a la guerra como ¨²nico medio honroso de que Espa?a pudiera perder lo que a¨²n le restaba de su inmenso imperio colonial".
En esta actitud irresponsable hay que incluir, en honor a la verdad, a la opini¨®n p¨²blica y las fuerzas pol¨ªticas de oposici¨®n. La Prensa mantuvo su vacua ret¨®rica habitual sobre el invencible le¨®n ib¨¦rico, que dar¨ªa al gringo (hist¨¦ricamente tildado de tocinero, mercachifle y lindezas semejantes) lecci¨®n similar a la que en su d¨ªa hab¨ªa recibido el orgullo napole¨®nico. La Iglesia, por su parte, desenterr¨® los viejos t¨®picos de los soldados de la fe contra el protestantismo, sac¨® en p¨²blica rogativa sagradas reliquias por el fin de la guerra "que nuestro valiente Ej¨¦rcito viene sosteniendo (... ) contra incendiarios enemigos de Espa?a", y declar¨®: "No se tenga por espa?ol aquel que no acuda a prestarles (a los soldados) el auxilio de sus plegarias". Tampoco los comerciantes catalanes desafinaron en este coro espa?olista. El Fomento (patronal) mantuvo, hasta ¨²ltima hora, su ac¨¦rrima oposici¨®n a toda reforma de signo autonomista que le har¨ªa perder un mercado que reportaba ping¨¹es beneficios y confi¨® en la victoria militar bas¨¢ndose en "nuestra superioridad intelectual y moral sobre las razas, aun la m¨¢s af¨ªn a la nuestra, que pueblan aquellos dominios". Y las fracciones republicanas de izquierda se vieron asimismo arrastradas por el patrioterismo, jugando la baza Weyler, esto es, la l¨ªnea belicista m¨¢s dura frente al negociador Mart¨ªnez Campos.
Las ¨²nicas excepciones a tama?o delirio fueron las organizaciones obreras, si bien tendieron a limitar su campa?a a la cr¨ªtica del discriminatorio servicio militar con redenciones; y los federales de Pi y Margall, que adoptaron una decidida y coherente posici¨®n autonomista y condenaron desde el principio el uso de la fuerza para retener la colonia. En todo caso, nadie consigui¨® organizar un movimiento de opini¨®n antib¨¦lico digno de tal nombre.
Y soldados baratos y biso?os se embarcaron en buques que apenas navegaban (unos meses antes se hab¨ªa hundido el crucero Reina Regente, con sus 400 tripulantes, en la poco azarosa traves¨ªa de la Pen¨ªnsula a Marruecos), bajo mandos de excesivo n¨²mero y dudosa profesionalidad, para enfrentarse con lo que menos esperaban: las penalidades y fiebres de la manigua, los fantasmales machetes de los mambises y los inalcanzables ca?onazos de los modernos acorazados yanquis. Ocurri¨® lo que ten¨ªa que ocurrir, lo que generales y ministros sab¨ªan de antemano que ocurrir¨ªa, lo que nuestra sociedad pretende ahora olvidar. Batallas hubo, como la de Cervera, en Santiago de Cuba, en que los espa?oles sufrieron 500 bajas, 1.700 prisioneros y el hundimiento de todos sus barcos, mientras los norteamericanos la mentaban... un muerto, dos heridos y alg¨²n desperfecto sin importancia: Alguien escribi¨® que hab¨ªa sido un entrenamiento entre Lagartijo y Edison. Es comprensible que la Spanish-American War sea tema obligado en la segunda ense?anza de Estados Unidos, y en cambio nuestra cultura nacional haya borrado aquellos hechos.
Las consecuencias del desastre no fueron, a corto plazo, revolucionarias. La crisis econ¨®mica resultante no fue grave ni duradera; la monarqu¨ªa restaurada logr¨® capear el temporal; el Ej¨¦rcito, aunque parezca mentira, increment¨® su peso en la vida pol¨ªtica espa?ola. En definitiva, el golpe se desvi¨® y se troc¨® en crisis de conciencia y reflexiones sin fin sobre la esencia y el problema de Espa?a.
En la pel¨ªcula Raza -que todav¨ªa conserva el marchamo de aquel tipo de pol¨¦micas- se pintaba al padre del protagonista como un heroico marino muerto en la guerra cubana a causa de la ineptitud o el enga?o de los pol¨ªticos liberales.
Ello justificaba, seg¨²n el interesado guionista, a los militares de 1936 como los vengadores de aquella humillaci¨®n y los depuradores de un ambiente pol¨ªtico corrupto. Carlos Serrano, combinando erudici¨®n y divulgaci¨®n, an¨¢lisis socioecon¨®mico e historia cultural, distanciamiento cr¨ªtico y respeto cari?oso hacia Espa?a y hacia Cuba, da un paso m¨¢s en el avance de un conocimiento hist¨®rico que debe imposibilitar de una vez por todas semejantes interpretaciones.
Tu suscripci¨®n se est¨¢ usando en otro dispositivo
?Quieres a?adir otro usuario a tu suscripci¨®n?
Si contin¨²as leyendo en este dispositivo, no se podr¨¢ leer en el otro.
FlechaTu suscripci¨®n se est¨¢ usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PA?S desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripci¨®n a la modalidad Premium, as¨ª podr¨¢s a?adir otro usuario. Cada uno acceder¨¢ con su propia cuenta de email, lo que os permitir¨¢ personalizar vuestra experiencia en EL PA?S.
En el caso de no saber qui¨¦n est¨¢ usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contrase?a aqu¨ª.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrar¨¢ en tu dispositivo y en el de la otra persona que est¨¢ usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aqu¨ª los t¨¦rminos y condiciones de la suscripci¨®n digital.