El a?o de Diego Rivera
Anticapitalista, el pintor mexicano est¨¢ fascinado por la revoluci¨®n tecnol¨®gica experimentada por los Estados Unidos. El industrialismo, la revoluci¨®n comunista y el indigenismo marcan estrechamente su trayectoria vital y pol¨ªtica
El 130? aniversario del nacimiento de Diego Rivera est¨¢ sirviendo de ocasi¨®n para una creciente estimaci¨®n de su obra, y no solo en su M¨¦xico natal, donde se ha sucedido lo que un diario llam¨® "una cascada de exposiciones", sino tambi¨¦n en Estados Unidos y otros pa¨ªses. El Museo Reina Sof¨ªa prepara una gran retrospectiva a inaugurar en febrero.
Diego Rivera encabeza la lista de pintores en la gran exposici¨®nM¨¦xico 1900-1950, inaugurada en el Grand Palais de Par¨ªs. Su obra emblem¨¢tica en ella es tard¨ªa y poco conocida, R¨ªo Juchit¨¢n,donde presenta el sue?o de un mundo maya feliz. Supone el contrapunto indigenista de la primera muestra conmemorativa organizada por el Museo Mural que lleva su nombre en la Ciudad de M¨¦xico. Aqu¨ª bajo el t¨ªtulo de Re-visiones de Norteam¨¦rica, las exhibidas eran obras del tr¨¢nsito entre su etapa de muralista revolucionario y la frustrada de quien trata de infiltrar su ideario en el marco del gran capitalismo norteamericano. La alegor¨ªa de California y La construcci¨®n de un fresco ilustraban hasta qu¨¦ punto bajo las concesiones a la nueva tem¨¢tica y los nuevos mecenas -perviv¨ªa la voluntad de alumbrar una nueva sociedad-. Con id¨¦ntico protagonista, el Trabajador, visto al modo de Ernst J¨¹nger, y en sentido contrario a Ernst J¨¹nger, lejos de la estampa del maya recostado, como promotor de un nuevo orden de vida para la humanidad.
Otros art¨ªculos del autor
Es la misma figura de mono azul que preside en 1928 la entrega de armas a los revolucionarios por Frida Kahlo en el mural de la capitalina Secretar¨ªa de Educaci¨®n. Expulsado Rivera en 1929 del partido comunista, se abr¨ªa paso el intento de conciliar una visi¨®n pol¨ªtica revolucionaria, vinculada a Lenin y a Trotski, con el esplendor de la nueva civilizaci¨®n industrial, surgida en Norteam¨¦rica. La primac¨ªa de la hiperb¨®lica figura del Trabajador en la representaci¨®n del organigrama fabril de La construcci¨®n de un cuadro y los trabajadores sosteniendo el tinglado boyante del capitalismo en la Alegor¨ªa, son la mejor prueba de esa continuidad en el cambio. La frustrar¨¢ el episodio del gran mural, finalmente destruido, en el Centro Rockefeller de Nueva York. Nelson Rockefeller y Rivera estaban de acuerdo en que El hombre en la encrucijada deb¨ªa expresar "el dominio del hombre sobre el mundo material", solo que para Rivera mientras el Hombre T¨¦cnico sigue dominando la escena, sirve de eje al haz de planos donde los obreros revolucionarios, con Lenin a la cabeza, se enfrentan a la burgues¨ªa ociosa. La convergencia hab¨ªa terminado.
En sus apuntes y bocetos, plasm¨® las m¨²ltiples formas de explotaci¨®n de los trabajadores
A partir de 1922 se da en Diego Rivera lo que llamar¨ªamos un entrelazamiento de utop¨ªas, estrechamente ligadas a su trayectoria vital y pol¨ªtica. El Jan van Eyck hic fuit se traducir¨¢ en su presencia en los cuadros, y desde que la conoce, en la centralidad, como emblema ideol¨®gico y gu¨ªa, de Frida Kahlo.
Ante todo est¨¢ la utop¨ªa revolucionaria. Solo que la revoluci¨®n de Rivera no es la mexicana iniciada en 1910, sino la comunista, inspirada en 1917. Una revoluci¨®n en la revoluci¨®n, pues aprueba la reforma educativa. Su obra magna, los murales de la Secretar¨ªa de Educaci¨®n, no surge de esa revoluci¨®n para la ilustraci¨®n de cuyos resultados le convoc¨® Jos¨¦ Vasconcelos. Las escenas de las distintas formas de trabajo, y de sometimiento, pintadas en 1923-1924, son el marco social que llama a la revoluci¨®n, tambi¨¦n el reconocimiento de una dur¨ªsima realidad que hace necesaria la utop¨ªa. En sus apuntes y bocetos, Rivera reprodujo las m¨²ltiples formas de explotaci¨®n de los trabajadores mexicanos, y luego supo envolverlas en im¨¢genes de extraordinaria belleza (los porteadores de alcatraces, de ma¨ªz). De ah¨ª sale el hundimiento del ser humano, bajo el signo de "la lucha y el dolor" que la revoluci¨®n mexicana no logra redimir. La excepci¨®n es Emiliano Zapata, "un hombre muy singular" que asoci¨® la libertad y la tierra, pero al retratarle Rivera, ha muerto, es un m¨¢rtir, aunque su consigna siga viva. El fresco sobre la reforma agraria oficial, "la dotaci¨®n de ejidos", ofrece una estampa de pasividad, por contraste con el Primero de Mayo.
El mexicano "no quiere ya revoluciones, ni palabras sin sentido", y s¨ª que los militares se dediquen a trabajar la tierra, proclama la letra del Corrido revolucionario que acompa?a a los frescos. Aqu¨ª ya no hay dudas. La insurrecci¨®n armada para implantar el orden comunista, a partir de En el arsenal, con Frida Kahlo en papel estelar, destruir¨¢ un repugnante mundo capitalista, descrito con trazos de Grosz. Luego, fraternidad y bienestar.
Desde 1945, el sue?o del universo dominado por los obreros se sustituye por la amenaza nuclear
La utop¨ªa comunista de Rivera converge con otra utop¨ªa, naturista y vitalista: la de la tierra transformada por el trabajo del hombre liberado de explotaci¨®n, mientras la mujer, dotada de una energ¨ªa c¨®smica, en su sexo fecundado por el hombre, es recreadora de la vida. En los frescos de la capilla de la Universidad de Chapingo, con su Canto a la tierra, Rivera plantea la ant¨ªtesis de una capilla cristiana: la mujer embarazada, la suya, sustituye a la Virgen, en tanto que otra mujer, Tina Modotti, es representada en escenas de sexualidad omnipresente. Asistimos a una transferencia radical de sacralidad. Casi coet¨¢neos de los frescos de la Subsecretar¨ªa, no hay ruptura: a la izquierda tenemos la secuencia de la revoluci¨®n agraria, con la convergencia de ambas creaciones por la acci¨®n del hombre. Con palabras de Octavio Paz relativas a los actos er¨®ticos, "al realizarlos el hombre se cumple como naturaleza". Sexo contra Dios.
Tampoco hay ruptura con la utop¨ªa industrialista que Rivera desarrolla durante su etapa norteamericana. Anticapitalista, est¨¢ fascinado por la revoluci¨®n tecnol¨®gica experimentada por Estados Unidos. Rivera anticipa un mundo de progreso indefinido, con la revoluci¨®n producto de la lucha de clases y de la teor¨ªa comunista.
A las anteriores subyace finalmente otra utop¨ªa: una arqueoutop¨ªa indigenista, la de R¨ªo Juchit¨¢n, el pasado prehisp¨¢nico idealizado en los frescos del Palacio Nacional. Algo que otro gran muralista, Orozco, detestaba. Sin guerras, ni sacrificios humanos. Es un orden comercial y agrario, festivo, destruido por una brutal conquista, sobre el cual ha de fundarse la nacionalidad mexicana: "La armon¨ªa del hombre con la tierra".
Por eso construy¨® el templo neoazteca de Anahuacalli, para albergar su enorme colecci¨®n precolombina. Una aut¨¦ntica pasi¨®n. En d¨ªas dif¨ªciles, cuentan, compr¨® una costosa cer¨¢mica. Lupe Mart¨ªn, su mujer, la rompi¨® en pedazos. "C¨®mete estos tepalcates",le dijo. Y sus dise?os de m¨¢quinas futuristas evocar¨¢n la imagen de Coatlicue, la diosa azteca de fertilidad.
A partir de 1945, la ideolog¨ªa sobrevive; recordemos la hoy perdida Pesadilla, con Frida repartiendo propaganda del Movimiento por la Paz, made in Stalin. Se desvanece en cambio la utop¨ªa. El sue?o del universo dominado por el Trabajador es sustituido por la amenaza nuclear.
Antonio Elorza es catedr¨¢tico de Ciencia Pol¨ªtica.
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