25 fotosEmpezar una nueva vida en EuropaUn recorrido fotogr¨¢fico tras los pasos de refugiados que cruzaron el Mediterr¨¢neo huyendo de Siria Berl¨ªn - 16 sept 2016 - 08:49CESTWhatsappFacebookTwitterBlueskyLinkedinCopiar enlaceMapa dibujado por Aladin donde muestra la ruta y el tiempo que emple¨® para llegar a Alemania. Aladin es un refugiado procedente de Siria que, tras verse sin dinero, se vio obligado a trabajar durante siete meses en Estambul. Los 2.000 euros que consigui¨® ahorrar le permitieron llegar a la ciudad alemana de Rostock. Cruz¨® desde las playas de Dadim en una barca atestada de personas hasta la isla griega de Farmakonisi. Un camino similar al que siguieron cientos de miles de personas durante el ¨²ltimo a?o para buscar refugio en Europa.Bashar Alale es uno de los compa?eros de Aladin en Rostock, con el que comparte residencia y escuela de alem¨¢n. Bashar public¨® esta fotograf¨ªa en las redes sociales para que familiares y amigos supiesen que hab¨ªa llegado sano y salvo. La imagen fue tomada en septiembre del 2015 en la isla de Lesbos, tras varias horas de traves¨ªa en el Mediterr¨¢neo.La ruta de los Balcanes se convirti¨® en el principal camino a Europa durante los ¨²ltimos meses de 2015 y principios de 2016. Los antiguos trenes de Macedonia fueron utilizados para transportar refugiados a la frontera con Serbia, con el objetivo de evitar que entraran en contacto con la poblaci¨®n local. Durante ese tiempo, las autoridades duplicaron el precio de los billetes.¡°Vivir en paz, lejos de bombas y del fanatismo¡±. El sue?o de Bashar Alale comenzaba a cumplirse pese al cansancio y las dificultades del camino. El 17 de septiembre del 2015 sub¨ªa al tren macedonio, cargado de esperanzas y sin rumbo decidido. Con una sonrisa, la misma con la que nos recibir¨ªa meses despu¨¦s en Alemania, se desped¨ªa por la ventana.De Maarat an-Numan a Rostock, casi 4.000 kil¨®metros de distancia. Atr¨¢s quedaron los combates, los bombardeos y los atentados que golpean su ciudad natal, pero tambi¨¦n sus padres, mayores para realizar un viaje as¨ª desde Siria. Bashar mira el futuro con optimismo y al pasado con temor. Quiere hablar alem¨¢n con fluidez y estudiar ingenier¨ªa. Su vida es apacible, mon¨®tona. Cuenta orgulloso que ha conseguido su documentaci¨®n alemana provisional.La habitaci¨®n de Bashar es acogedora y con grandes ventanales. Cuando llueve, el olor a mojado se cuela por la estancia. La antigua residencia de estudiantes de Rostock es ahora un improvisado bloque de apartamentos para refugiados. En la primera planta viven las familias y las mujeres; en la segunda est¨¢n el ropero y los hombres solteros.Mahmud es el compa?ero de habitaci¨®n de Bashar. Ambos se conocieron en Rostock, separados de sus amigos. ¡°No ronca y cocina muy bien¡±, cuenta Bashar de Mahmud, que se emple¨® en Turqu¨ªa como cocinero para poder alimentar a su familia. Su verdadera pasi¨®n es la bisuter¨ªa y la marroquiner¨ªa, asegura, mientras se le iluminan los ojos cuando piensa en montar una tienda en Espa?a. ¡°Inshallah¡±, dice mientras sonr¨ªe.Hoy toca bailar. Bashar, Aladin, Mahmud, Amer y Mohamed aprovechan los fines de semana para divertirse en el club de moda entre los universitarios. El grupo de refugiados se mezcla con los j¨®venes locales. Poco a poco, se han ido adaptando al d¨ªa a d¨ªa de esta ciudad costera.La noche ha sido larga. Tras bailar durante horas, Bashar y sus amigos duermen hasta tarde. Mohamed, que lleg¨® de visita hace unos d¨ªas, duerme con ¨¦l en un peque?o colch¨®n que improvisan en el suelo de la habitaci¨®n. La compa?¨ªa de sus nuevos amigos, que ha conocido durante su viaje, facilita este nuevo paso, el de iniciar una vida lejos de sus ra¨ªces.Alrededor de 800 personas viven en el campo de Grande-Synthe. La mayor¨ªa proceden del Kurdist¨¢n iraqu¨ª, aunque tambi¨¦n hay afganos, iran¨ªes, paquistan¨ªes e incluso vietnamitas. Muchas familias y ni?os, que esperan desde hace meses una salida, mientras mantienen la ilusi¨®n, el artificio, de una vida que no buscaban.La vida no es sencilla en este campo de refugiados. Organizaciones humanitarias, como M¨¦dicos sin Fronteras, Cruz Roja o M¨¦dicos del Mundo, junto a otras ONG locales cubren las necesidades b¨¢sicas. El agua corriente es escasa y las estancias son precarias, peque?as y fr¨ªas. Nadie siente este lugar como un hogar.Berl¨ªn cuenta con numerosos campos de refugiados repartidos por toda la ciudad. Uno de ellos se encuentra en un antiguo polideportivo rodeado de residencias. ¡°Es un campo de urgencia¡±, cuenta Jens, un joven que organiza la ayuda para los refugiados, la mayor¨ªa familias procedentes de Irak. Lo que en un principio iba a ser una estancia temporal se ha convertido en un campo de facto, ante la gran demanda de peticiones de asilo. Sus residentes todav¨ªan siguen esperando a que los reubiquen.Anas era polic¨ªa en Irak. Lleg¨® a Alemania con su mujer, su hermano y sus dos hijos menores, despu¨¦s de sufrir un atentado del Daesh. El grupo terrorista coloc¨® una bomba en su casa, que le hizo perder la visi¨®n de un ojo y le provoc¨® m¨²ltiples desgarros en las articulaciones. Su hermano cuenta c¨®mo le obligaron a cortarse el pelo bajo pena de muerte.Anas y su familia viven en un peque?o habit¨¢culo construido en medio de un polideportivo. Las paredes est¨¢n hechas con toallas. Mientras hablamos, pasa el tiempo jugando con su hija. M¨¢s tarde, un grupo de compa?eros organiza un partido de f¨²tbol en el patio trasero del campo de refugiados. Bashar pasea por las playas del mar B¨¢ltico en Rostock. Este es un enclave tur¨ªstico habitual entre los alemanes. Hoy hace fr¨ªo, pero el joven sirio reconoce que, cada vez que puede, se escapa hasta aqu¨ª. Esta una zona privilegiada de la costa, con un elevado ritmo de vida.Disfruta en el agua. A Bashar le gusta nadar y sentir la brisa marina, la sensaci¨®n de libertad. La playa est¨¢ llena de veraneantes en busca de descanso. El mar est¨¢ lleno de recuerdos. El de los arenales de Latakia, de su infancia en Siria, basti¨®n del r¨¦gimen y escenario de duros combates. O el recuerdo del mar Mediterr¨¢neo y su peligrosa traves¨ªa para llegar a Europa.Llega la hora del rezo. Desde la ventana de la habitaci¨®n, Bashar usa una aplicaci¨®n m¨®vil para saber d¨®nde se encuentra la Meca. Es musulm¨¢n practicante, la oraci¨®n es una de sus rutinas obligadas. Pero asegura que no es un fan¨¢tico y considera que aquellos que utilizan su religi¨®n para justificar cr¨ªmenes y matanzas no representan a la mayor¨ªa de creyentes. Bashar y Mohamed se conocieron hace unos meses en Alemania. Mohamed es palestino y vive desde hace ocho a?os en Europa. Su experiencia ha servido a Bashar para conocer mejor las costumbres locales, para adaptarse con mayor facilidad. El destino les ha unido a cientos de kil¨®metros de sus casas.Viajamos de Rostock a Grande-Synthe, del norte de Alemania al norte de Francia. Un cambio radical. El campo de refugiados ¨Cinstalado por el gobierno franc¨¦s tras desmantelar parte del asentamiento conocido como La Jungla 2¨C est¨¢ formado por casetas de madera y pl¨¢stico. Pese a las fr¨¢giles condiciones de vida, los m¨¢s peque?os no pierden la sonrisa.Llegar a Reino Unido. Ese es el objetivo principal de quienes soportan d¨ªa tras d¨ªa las condiciones de vida en Grande-Synthe. La esperanza de conseguir asilo, de reencontrarse con sus familiares o las facilidades para adaptarse hablando un ingl¨¦s flu¨ªdo. Motivos que empujan a seguir, a intentar saltar el estrecho, para escapar de este campo. El tedio se apodera de sus vidas. Los ni?os encuentran refugio en su imaginaci¨®n, se divierten con lo que tienen. Pero los adultos sienten el peso del tiempo perdido. Saltar a un cami¨®n para alcanzar Reino Unido y comenzar de cero. En este campo no hay futuro, s¨®lo un presente que se alarga sin remedio. El miedo a quedarse parados en este punto, el miedo a perderlo todo intentando cruzar. Aqu¨ª las pistolas s¨®lo lanzan agua. Corren, gritan, saltan, aunque en el fondo saben que nada volver¨¢ a ser igual. La visita de personas desconocidas y la presencia de una c¨¢mara de fotos nos convierten en objetivos perfectos de sus travesuras. Sus risas sacuden esta normalidad sin expectativas. La noche se acerca y con ella el momento de intentarlo. Entre las sombras se mueven quienes buscan pasar a Reino Unido y quienes les ayudar¨¢n a hacerlo. Para algunos refugiados se ha convertido en un negocio, aunque a ojos del resto son sus ¨²nicos posibles salvadores. Durante unas horas, el cine funciona como punto de fuga. Adultos y ni?os comparten este momento de evasi¨®n, organizado casi a diario por una entidad local. Hoy se proyecta una pel¨ªcula de acci¨®n americana en el cine de verano. Cuando termina, el campo se llena de oscuridad. Toca resguardarse. Se retiran en silencio, cada uno en direcci¨®n a su tienda. Ma?ana, un nuevo d¨ªa, una nueva oportunidad.Una valla separa dos mundos. Al otro lado se encuentra Europa, en este extremo el lugar para los sin refugio. Las concertinas marcan el l¨ªmite. Sue?an con saltarla, con mirar m¨¢s all¨¢ del muro. Sus esperanzas se debilitan pero no sus ilusiones. La pregunta se repite. ?Es posible una nueva vida?