Sue?o
La pasada noche decid¨ª ver una pel¨ªcula grabada desde hace meses, Las ¨²ltimas horas, dirigida por Zak Hiditch. Es una reciente variaci¨®n australiana del tema que desarroll¨® en 1959 Stanley Kramer en La hora final con un apabullante reparto encabezado por Gregory Peck y Ava Gardner, basada en el best-sellerde Nevil Shute. La actual no me pareci¨® mala, s¨®lo algo sosa pese a cr¨ªmenes y org¨ªas algo ap¨¢ticas. El perfil bajo no es un defecto, pero al contar las catastr¨®ficas horas finales del planeta vividas por seres desesperados habr¨ªa que ponerle mas emoci¨®n. La verdad es que los relatos del fin del mundo sin una estafa salv¨ªfica postrera me resultan t¨®nicos, sobre todo ahora. No me asustan. Recuerdo a V¨ªctor Hugo, que cuando le preguntaron si tem¨ªa el ¨²ltimo d¨ªa universal repuso: ¡°?El fin del mundo? Eso ya ha pasado muchas veces¡±. O Borges, a la periodista que ufana le aseguraba que ¨¦l nunca morir¨ªa: ¡°Bueno, se?orita, no nos pongamos pesimistas¡¡±.
Entonces veo el reportaje sobre esa ni?a de cinco a?os aplastada por los escombros de un edificio bombardeado en Alepo, a la que rescatan a¨²n con vida un grupo de agobiados voluntarios. Al principio llora con fuerza, luego se calla y en la camilla improvisada est¨¢ dormida. Su cuerpecito machacado ha perdido toda facultad de movimiento. Ahora duerme y seguramente sue?a. No con el fin del mundo, claro: eso lo ve cuando abre los ojos, a su alrededor, es la ¨²nica realidad que ha conocido en su corta vida. Sucia de la cal y el polvo del derrumbe, llena de magulladuras, con lesiones internas, sue?a con lo inaudito: el renacer del mundo, el alba de la compasi¨®n y la alegr¨ªa. S¨®lo por su pureza quisiera que durase el mundo. Para que siga so?ando¡
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