4 fotosCinco libros de esta semanaLa novela de Per Olov Enquist sobre las reivindicaciones sindicales en Suecia, la historia alternativa del siglo XVIII de Pont¨®n o lo ¨²ltimo de S¨¢nchez Ferlosio 15 oct 2016 - 00:47CESTWhatsappFacebookTwitterLinkedinCopiar enlacePer Olov Enquist (Hjoggb?le, Suecia, 1934) es un novelista y dramaturgo sueco de gran prestigio dentro y fuera de su pa¨ªs. En Espa?a se conocen algunas de sus novelas, 'La biblioteca del capit¨¢n Nemo' (N¨®rdica), 'La visita del m¨¦dico de C¨¢mara' (Destino), sus memorias ('Otra vida', Destino), libros juveniles como 'La monta?a de las tres cuevas' (Siruela). Es autor de una treintena de obras, adem¨¢s de colaboraciones con Bille August o Ingmar Bergman, y est¨¢ considerado como el m¨¢s grande de los novelistas suecos vivos. En su narrativa predominan las obras de corte dram¨¢tico y las de asunto hist¨®rico, pero 'La partida de los m¨²sicos' contiene ambos aspectos. Estamos a principios del siglo XX, cuando en la zona m¨¢s dura de Suecia, al norte, en un mundo pietista de propietarios, pastores, agricultores y obreros, se oye hablar por primera vez de algo tan extra?o como las asociaciones de trabajadores, de las condiciones de vida y explotaci¨®n que obligan a la gente a emigrar, de las dificultades para extender el socialismo en las regiones m¨¢s atrasadas y alejadas de la urbe.N¨®rdicaAlgo hay de voz que truena en los art¨ªculos period¨ªsticos de Rafael S¨¢nchez Ferlosio, pero solo algo. Porque tambi¨¦n hay humor y esa actitud, un tanto traviesa, del que va a entrar en distintas materias para hurgar en sus recovecos y molestar. Ferlosio parte habitualmente del enfado que le produce el mal uso de las palabras y de toda esa parafernalia de la que se sirven cuantos se afanan en poner en circulaci¨®n mercanc¨ªas fraudulentas. Le molesta que se llame encuentro a lo que, en todo caso, fue un encontronazo entre culturas cuando se produjo el descubrimiento de Am¨¦rica. Le molestan los nacionalismos que sostienen sus diferencias en la imposici¨®n de los rituales que las consagran (abomina de la identidad). Le molesta que el terror pretenda exhibir unos objetivos cuando se sostiene en el culto de los medios, las gestas del terrorista. Le molesta el victimato que se engalana de medallas postizas. Le molesta que se exhiba la cultura como un escaparate mientras se mutilan los medios para que se difunda. Le molesta toparse una y otra vez con los ortegajos de Ortega. As¨ª que esa voz truena, pero luego cuando va entrando en materia es la escritura la que marca el paso, y es esa escritura la que va incorporando ¡ªen sus largas frases llenas de subordinadas¡ª observaciones, referencias, hallazgos, bromas o sugerencias que convierten cada pieza en un lugar donde la bater¨ªa de argumentos termina por desnudar todas las astucias con las que se van levantando los falsos ¨ªdolos de nuestro tiempo.DEBATEGonzalo Pont¨®n ha sido (y es) uno de los grandes editores espa?oles del ¨²ltimo medio siglo, y no hay un solo cultivador de las ciencias sociales de su ¨¦poca que no le sea deudor en mayor o menor medida. Adem¨¢s, su labor ha sido especialmente fecunda en el campo de la publicaci¨®n de obras de historia, de modo que no resulta nada extra?o que, animado por sus logros en este g¨¦nero editorial, por su licenciatura en Historia Moderna y Contempor¨¢nea en la Universidad de Barcelona y por la constante complicidad que ha mantenido con el brillante prologuista de su libro, el maestro Josep Fontana, haya dedicado una parte de estos ¨²ltimos a?os a preparar y finalmente escribir un libro que es la historia del mundo occidental en el siglo XVIII vista desde una perspectiva original (alejada del manual, y tambi¨¦n del ensayo que simplemente juega con los hechos y las ideas sin una base bibliogr¨¢fica firme), y al mismo tiempo, y quiz¨¢ m¨¢s, una historia de los primeros pasos de la afirmaci¨®n del capitalismo moderno. Tomando el t¨ªtulo de la obra como punto de partida, hay que empezar diciendo que su posici¨®n ante el auge de la desigualdad entre los pa¨ªses y dentro de los pa¨ªses, acelerado en las ¨²ltimas d¨¦cadas en todos los terrenos (desigualdad econ¨®mica con astron¨®micas diferencias de las rentas; desigualdad social asociada al exacerbado paro estructural y a la brutal incidencia de las crisis en las clases empujadas a los m¨¢rgenes del sistema; desigualdad vital asociada a la mayor mortalidad, mayor morbilidad y menor esperanza de vida; desigualdad existencial para toda una parte de la humanidad que carece de horizontes e inicia largas migraciones empujada por la desesperaci¨®n y abocada a la muerte ante las cuchillas de las vallas de los pa¨ªses poderosos y despiadados) no puede sino suscitar la adhesi¨®n de los lectores progresistas, aunque pueda resbalar ante la sensibilidad de papel de lija de los pol¨ªticos c¨®modamente sentados en los aforados esca?os de los senados o en los bien remunerados sillones de los consejos de administraci¨®n de las grandes empresas.PASADO&PRESENTESiglo y medio despu¨¦s de su fallecimiento en Marsella a causa de una gangrena, seguimos creyendo que Arthur Rimbaud existi¨®. Una hipnosis que dura demasiado tiempo y que ha convertido a ese leproso de las letras y a ese ¡°maestro en fantasmagor¨ªas¡± en una referencia ineludible de la literatura universal. No hay poeta que no se mida con el patr¨®n-oro que fijaron sus versos y con el patr¨®n-v¨¦rtigo que fijaron sus d¨ªas. Una obra y una biograf¨ªa alucinadas que todav¨ªa conspiran contra los que, sinti¨¦ndose obligados a sentar a la Belleza en sus rodillas, no se atreven a estrangularla por miedo a cualquiera de los infiernos a los que conduce ¡°el desarreglo de todos los sentidos¡± o, de atreverse, enseguida le piden perd¨®n y acaban lloriqueando en sus brazos maternales. Porque al lado de Rimbaud todos seguimos siendo atildados parnasianos de coraz¨®n sensible que, en mayor o menor grado, confiamos en las apariencias del mundo y en sus inercias epistemol¨®gicas y hermen¨¦uticas. Incluso nuestros malditos oficiales (un Allen Ginsberg, un Leopoldo Mar¨ªa Panero, una Alda Merini) o semisecretos (un Fernando Merlo, un N¨¦stor Per?longher) parecen, comparados con ¨¦l, antes ni?os traviesos escondidos en el fondo de un armario (o de un archivador universitario) que ni?os terribles dispuestos a invocar la nada cometiendo cr¨ªmenes, salvajismos, repugnancias y crueldades. Es posible, pens¨¢ndolo bien, que, por encima de los mencionados arriba, haya habido algo de goliardo y de Villon en Rimbaud y algo genuino y esencial de Rimbaud en Paul Celan, que tambi¨¦n se pele¨® sin cuartel con el lenguaje y con la vida y que hizo del Sena su Harar, pero poco m¨¢s.ATALANTA