Ocho jueces sin piedad
Nuestros legisladores blindan las tradiciones m¨¢s crueles y sangrientas del pa¨ªs
En todas las ciencias, incluida la antropolog¨ªa cultural, la diferencia entre la naturaleza y la cultura se basa en el modo como se transmite la correspondiente informaci¨®n. La cultura se transmite por aprendizaje social, que incluye la imitaci¨®n, y puede provenir de parientes, amigos, cantantes, etc. Por el contrario, la naturaleza humana se transmite solo verticalmente, de padres a hijos, a trav¨¦s de los genes.
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Lo cultural no tiene por qu¨¦ ser bueno o deseable. Tanto la ciencia como la superstici¨®n son cultura, y tambi¨¦n lo son la democracia y la dictadura, el cosmopolitismo y el nacionalismo, la delicadeza del ballet cl¨¢sico y el cutrer¨ªo de las corridas de toros. El adjetivo ¡°cultural¡± no es laudatorio, sino meramente descriptivo, y no implica juicio de valor alguno. Los contenidos culturales pueden ser admirables o execrables. Tan cultural es la m¨²sica de Mozart como los petardos ensordecedores, el teorema de Pit¨¢goras como la creencia de que el n¨²mero 13 trae mala suerte. Tan poderosa es la cultura que, sobreponi¨¦ndose al natural instinto de conservaci¨®n, puede convertir a un hombre adoctrinado en un m¨¢rtir suicida que se autoinmola para provocar una matanza.
Grupos de personas sensibles protestan a veces frente a las plazas de toros gritando ¡°La tortura no es arte ni cultura¡±. Pero, aunque las corridas de toros son un caso t¨ªpico de tortura como espect¨¢culo y no tienen nada de arte, constituyen una tradici¨®n cultural, al mismo nivel que la inquisici¨®n o el maltrato a las mujeres. Desde luego, las mujeres y los toros no tienen nada que ver entre s¨ª, pero unas y otros protagonizan lamentables tradiciones, incluidas en el patrimonio cultural espa?ol.
Aunque la capacidad natural de sentir compasi¨®n por el dolor ajeno (de ponerse imaginativamente en el lugar del otro que sufre y de sufrir con ¨¦l) pone l¨ªmites a la crueldad, esa capacidad de compasi¨®n se atrofia por falta de ejercicio. Eso se aprecia en los espect¨¢culos crueles, basados en el goce por la sangre derramada (en lat¨ªn, cruor, de donde procede crudelis, cruel), como los combates de gladiadores y fieras en el circo romano. Hasta el siglo XVIII, las ejecuciones p¨²blicas, las quemas de herejes y las torturas de animales eran los espect¨¢culos m¨¢s populares. La Ilustraci¨®n trajo consigo la suavizaci¨®n de las costumbres, la reivindicaci¨®n de la compasi¨®n y el rechazo a la tortura. Los ilustrados espa?oles, desde Carlos III hasta Goya (que acab¨® exiliado en Francia por ello), pasando por Jovellanos, tambi¨¦n ped¨ªan la abolici¨®n de la tauromaquia. Sin embargo, Fernando VII acab¨® con los brotes de ilustraci¨®n, restableci¨® el absolutismo y la inquisici¨®n y promovi¨® las corridas de toros.
La soluci¨®n para el problema de la tauromaquia es eliminarla en toda Espa?a, no solo en Catalu?a
Tauromaquia de alg¨²n tipo la ha habido en toda Europa, incluso en Inglaterra, pero fue abolida hace dos siglos. Tambi¨¦n en Am¨¦rica Latina se ha ido prohibiendo, primero en Chile, luego en Argentina, en Brasil, etc. Permanece en M¨¦xico y Colombia, donde es crecientemente contestada. Lo m¨¢s ins¨®lito es que el Estado espa?ol actual legisle para fomentar la crueldad y la brutalidad entre su poblaci¨®n. Nuestros legisladores han pretendido blindar las tradiciones m¨¢s crueles y sangrientas del pa¨ªs apelando a la esencia cultural de la naci¨®n y al presunto car¨¢cter positivo de todo lo cultural. En 2013 el Congreso de los diputados declar¨® que la tauromaquia es patrimonio cultural espa?ol. En 2016 el Tribunal Constitucional sentencia que, al ser patrimonio cultural, merece protecci¨®n por parte del Estado en todo el territorio.
Todo esto no tiene nada que ver con las leyes, sino con la ineptitud filos¨®fica y la compasi¨®n atrofiada de los ocho jueces que lo votaron. En 2010 se publicaron fotos de magistrados del Tribunal Constitucional mascando puros y gozando de la tortura de pac¨ªficos rumiantes en la Maestranza. Ahora nos dicen que los catalanes y canarios han de ser tan despiadados como ellos. Es decir, hay que obligar a los espa?oles a ser crueles (o tolerantes de la crueldad) en todas partes. La crueldad merece especial protecci¨®n.
Es cierto que el problema de la tauromaquia afecta a toda Espa?a, no solo a Catalu?a. Su soluci¨®n estriba en eliminarla en toda Espa?a, no solo en Catalu?a. La direcci¨®n de la historia va en el sentido de ir aboliendo las bolsas de crueldad que quedan en el mundo. Y esto no tiene marcha atr¨¢s. La tauromaquia en ning¨²n caso volver¨¢ a Catalu?a, como no ha vuelto a ning¨²n sitio donde haya sido previamente abolida. M¨¢s bien es previsible es que el resto de Espa?a acaben siguiendo el ejemplo de Catalu?a.
Jes¨²s Moster¨ªn es fil¨®sofo.
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