Los efectos en tus hijos del ¡®rinc¨®n de pensar¡¯ y otros castigos
Aislar e ignorar f¨ªsica y afectivamente al ni?o s¨®lo logran que obedezca por miedo
Una madre encadena a una farola a su hija de ocho a?os por faltar a clase, era el titular de la noticia publicada en este medio hace unos d¨ªas. Estoy convencida de que la mayor¨ªa de los padres y madres que la leyeron pensaron que era una barbaridad. Sin embargo, y conviniendo con todos en que efectivamente lo es, yo quiero hoy hablar de otras formas de maltrato infantil cotidianas, normalizadas, asumidas por la mayor¨ªa de los que educan y que llamamos eufem¨ªsticamente castigo.
La forma en que castigamos a nuestros ni?os ha evolucionado en los ¨²ltimos a?os, en los que el castigo f¨ªsico es cada vez menor y peor visto, porque adem¨¢s es ilegal. Sin embargo, han aparecido formas aparentemente m¨¢s benignas, como la famosa y generalizada ¡°silla o rinc¨®n de pensar¡±. Este engendro gestado y parido por el conductismo m¨¢s mohoso y maquillado no es otra cosa que el famoso tiempo fuera (time out) disfrazado de moraleja reflexiva. De todos los que somos padres o educadores es sabida la capacidad de reflexi¨®n que tiene un ni?o de tres o cuatro a?os sobre un suceso o una conducta inadecuada. Hagan el experimento y pregunten a un ni?o qu¨¦ ha estado pensando despu¨¦s de estar un rato sentado en la silla de ¡°pensar¡± y sin riesgo a equivocarme la mayor¨ªa le dir¨¢ que solo a que pasara el tiempo y le dejaran continuar su vida.
Eso, en el mejor de los casos, porque la silla de pensar es la silla del resentimiento y la confusi¨®n. Es una t¨¦cnica punitiva, se trata de una expulsi¨®n o aislamiento del ni?o sin dotarle de ning¨²n tipo de herramienta para que aprenda a gestionar el conflicto. Un ni?o no sabe pensar si no es guiado y acompa?ado con un adulto y desde luego, nadie puede pensar inundado de ira o de frustraci¨®n. Aislar e ignorar f¨ªsica y afectivamente a un ni?o no educa. Por el contrario, contenerle, ayudarle a calmarse (respiraci¨®n, frasco de la calma, un coj¨ªn preferido, un abrazo si se deja, unas cuantas carreras¡), para despu¨¦s guiarle hacia una reflexi¨®n sobre lo ocurrido y tratar conjuntamente de encontrar una mejor manera de hacer las cosas, s¨ª educa. Porque no se trata solo de decirle lo que no es correcto, sino de mostrarle caminos alternativos al mal comportamiento. Incluso pueden utilizarse recursos como teatralizar la situaci¨®n con las nuevas estrategias para que ¡°ensaye¡± su puesta en marcha, o darle al bot¨®n imaginario del retroceso para tener la oportunidad de esta vez, hacerlo bien. Ellos necesitan saber c¨®mo y es nuestra responsabilidad ayudarles. No expulsarles.
Nos han entrenado durante generaciones para pensar que el castigo, adecuadamente suministrado, es educativo. Y no lo hemos cuestionado. Desde la ciencia conductista que experimenta con perros y ratas de laboratorio, nos dijeron que el castigo modifica la conducta. Y es verdad. Al menos, en el caso de las ratas y los perros. La cuesti¨®n es que modificar la conducta no es educar, es adiestrar. Es hacer que el otro haga lo que es presuntamente correcto por miedo y por sumisi¨®n porque estoy ejerciendo una acci¨®n punitiva sobre ¨¦l.
Hemos normalizado grandes dosis de violencia contra los ni?os en nombre de su educaci¨®n, en el peligroso ¡°por su bien¡±. Forma parte de la cotidianidad de los hogares la amenaza, la violencia verbal, el silencio, el chantaje, la sumisi¨®n. Hablo de una sociedad que entiende la educaci¨®n y la crianza de forma vertical donde yo adulto, tengo la prerrogativa de administrar la dosis de respeto y dignidad hacia ti que por ser menor y/o saber menos que yo, est¨¢s por debajo. Hablo de una sociedad profundamente adultocentrista y violenta en su forma de vincularse y ejercer el poder. Hablo de miles de generaciones que han transmitido todo esto como la sangre que nos corre por las venas sin cuestionamiento alguno, porque cuestionar eso era cuestionar a quien lo ejerci¨® sobre nosotros.
Las consecuencias del castigo
Pero adem¨¢s de que el castigo, en cualquiera de sus variantes, atenta contra la dignidad de quien lo recibe, intoxica el v¨ªnculo padre-hijo, produce resentimiento, anula el criterio, genera indefensi¨®n, conductas evitativas, y violencia, fragiliza una autoestima en construcci¨®n, genera ansiedad y miedo, y perpet¨²a el modelo anacr¨®nico, simplista e ineficaz de educaci¨®n, que ya no defender¨ªan ni los conductistas m¨¢s radicales. Se trata de un modelo aprendizaje que corresponde al siglo pasado y experimentado inicialmente con animales, para generalizarlo despu¨¦s al comportamiento humano. El castigo modifica la conducta, es efectista y nos encanta porque crea el espejismo de que hemos sido capaces de corregir aquello que el ni?o ha hecho mal, v¨ªctimas de la inmediatez de todo lo que hoy nos ocupa. Educar es una carrera de fondo, que consiste b¨¢sicamente en sembrar la motivaci¨®n intr¨ªnseca en el propio ni?o para hacer lo que ha de hacerse. Con los castigos no se interioriza el aprendizaje a largo plazo, los ni?os solo obedecen por miedo y se dejan fuera las variables emocionales y cognitivas, que son b¨¢sicamente el barro del que estamos hechos.
Se trata de construir cimientos s¨®lidos desde dentro, no convertir a nuestros hijos en marionetas manejadas por la aprobaci¨®n o desaprobaci¨®n del entorno, siendo capaces de estimular el criterio propio y el sentido de la dignidad. Se trata de romper un c¨ªrculo vicioso transmitido por generaciones donde hemos cre¨ªdo que para educar es necesario violentar, coartar, rescindir, amenazar, mientras que simult¨¢neamente les ahorramos por sobreprotecci¨®n la posibilidad de experimentar las consecuencias del error, construyendo sin querer una sociedad individualista, poco emp¨¢tica que nunca se pregunta el porqu¨¦ de una mala conducta y solo tiende a eliminarla. Si educamos en el resentimiento obtendremos adultos con deseos de venganza que la ejercer¨¢n en cuanto se les brinde el poder para ello: como padres, como jefes, como vecinos, como individuos en definitiva que se relacionan con ese oscuro lugar.
La pregunta obvia entonces es que si no disponemos de esta herramienta tan socorrida para combatir el mal comportamiento, ?c¨®mo lo hacemos? Yo abogo por un modelo educativo basado en la prevenci¨®n y en la comunicaci¨®n emocional. Un modelo donde, por supuesto, hay l¨ªmites razonados y donde no evito que el ni?o sienta las consecuencias naturales de un mal comportamiento. Son estas las que nos servir¨¢n de veh¨ªculo para la reflexi¨®n, acompa?ada y el aprendizaje a trav¨¦s de la experiencia, ¨²nico aprendizaje verdadero que conduce al crecimiento sano y a la madurez. Un modelo que pone m¨¢s luz en lo que se hace bien que en el error, un modelo donde dicho error es un recurso genuino y valioso para el aprendizaje, no algo a combatir.
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