Compleja paz en Colombia

La firma de un nuevo acuerdo de paz entre el Gobierno colombiano y la guerrilla de las FARC ¡ªtras la derrota del anterior en el plebiscito celebrado el pasado 2 de octubre¡ª es, ante todo, la constataci¨®n clara e inequ¨ªvoca de que ambas partes desean poner fin a la guerra civil m¨¢s antigua del continente americano. Esa voluntad de paz es lo m¨¢s importante. Y lo que debe prevalecer por encima de las dificultades y diferencias en torno a c¨®mo articular un proceso de paz que por su propia naturaleza tiene que ser complejo e insatisfactorio en muchos aspectos y que, sin duda, podr¨¢ ser mejorado con el tiempo y el aprendizaje.

Hay que alabar la serenidad con la que el Ejecutivo de Juan Manuel Santos y la guerrilla reaccionaron ante el rechazo popular al anterior acuerdo y la celeridad con la que han alcanzado una nueva versi¨®n, evitando una demora que hubiera podido provocar una ruptura del alto el fuego.

Sin embargo, conviene aprender de las lecciones del pasado m¨¢s reciente y no echar las campanas al vuelo. El conflicto colombiano, tanto por su duraci¨®n como por sus caracter¨ªsticas, se ha revelado como un problema muy complejo cuya soluci¨®n definitiva est¨¢ muy lejos de la simplicidad. Buena prueba de ello es el lenguaje plagado de tecnicismos empleado en la nueva versi¨®n, que deber¨¢ todav¨ªa ser aprobado por el Congreso colombiano.

Pese a las cr¨ªticas, es comprensible que el Presidente Santos no someta el nuevo texto a una nueva consulta popular. En un clima de divisi¨®n como el actual, eso significar¨ªa no s¨®lo ahondar en las heridas provocadas por el anterior, sino arriesgar la ruptura del proceso de paz y hasta una posible reapertura del conflicto en caso de un segundo ¡°no¡±. El Congreso colombiano, como depositario de la soberan¨ªa popular, tiene plena legitimidad para autorizar, en beneficio de todos los colombianos, la puesta en marcha del proceso de paz.