Un bar de borrachos
A Fernando Trueba le gusta Espa?a, pero no se suele conmover con La Roja. Tampoco es tan raro ni tan escandaloso
Este lunes, en plena fiebre del boicot a La reina de Espa?a, Fernando Trueba vino a la Universidad de Zaragoza para charlar con la prensa y el p¨²blico. Qu¨¦ curioso: los periodistas le preguntaron por el asunto pero ni uno solo de los espectadores, encantados con ¨¦l, lo hizo. Pens¨¦ que la gente "normal" aprecia la contribuci¨®n de Trueba a la cultura espa?ola al tiempo que asume con naturalidad su desd¨¦n por el nacionalismo. A ¨¦l le gusta Espa?a, pero no se suele conmover con La Roja. Tampoco es tan raro ni tan escandaloso.
Es posible, c¨®mo no, que entre los asistentes al coloquio permaneciera agazapado alguno de los que solo insultan protegidos por Internet, ese chollo para malvados y cobardes. La Inquisici¨®n, aquel bochorno, potenciaba las denuncias an¨®nimas a sospechosos de herej¨ªa. Permaneci¨® vigente m¨¢s de 350 a?os y eso no puede salir gratis. De alg¨²n lado tendr¨¢ que venir la pasi¨®n por hacer da?o detr¨¢s del anonimato.
El alboroto y el delirio que brotan de las redes sociales provocan espejismos: a menudo hacen creer que a todo dios le conciernen cosas que, realmente, le importan a cuatro gatos, muy furiosos, eso s¨ª. En el caso de Trueba, la furia ha sido desatada por inquisidores que no toleran que alguien piense por su cuenta y que no tienen ni idea de c¨®mo funciona eso de las subvenciones, un puro pretexto para derramar su hiel. A Jordi ?vole se le ocurri¨® apoyar a Trueba y le llovieron las hostias.
Santiago Segurola lo clav¨® cuando dijo que se alej¨® de Twitter porque no le hacen gracia los bares de borrachos. Quiz¨¢ nuestro problema es que vivimos demasiado pendientes de los borrachos.
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