Elogio f¨²nebre de la cabina de tel¨¦fono
Los tel¨¦fonos p¨²blicos se extinguen, pese a que su espacio en nuestra cultura sentimental es enorme
Una leyenda urbana relata que, en los a?os sesenta, exist¨ªa una cabina de tel¨¦fono en Par¨ªs, en los Campos El¨ªseos, desde la que se pod¨ªa llamar a Espa?a por un franco sin l¨ªmite de tiempo. La hab¨ªa tuneado un ingeniero de telecomunicaciones y siempre se concentraba una tremenda cola de espa?oles para llamar a casa. Esta vieja historia de la inmigraci¨®n en Francia refleja hasta qu¨¦ punto las cabinas de tel¨¦fono han formado parte de nuestra vida cultural y sentimental. Ahora, se extinguen poco a poco: aunque su cierre estaba previsto para este mes de diciembre, finalmente el Estado ha decidido ampliar su presencia, pero ninguna empresa ha querido presentarse al concurso.
Como ocurre con las cabinas rojas de Reino Unido, que han sido declaradas monumento nacional y est¨¢n protegidas, su presencia en las calles espa?olas, casi siempre deterioradas y medio abandonadas, nos habla de unos tiempos que se acaban; pero tambi¨¦n de la gigantesca importancia del tel¨¦fono desde su invenci¨®n. Los primeros tel¨¦fonos p¨²blicos llegaron a Espa?a a finales de los a?os veinte del siglo pasado y las cabinas se generalizaron en los sesenta.
La investigadora francesa Fr¨¦d¨¦rique Toudoire-Surlapierre acaba de publicar un ensayo T¨¦l¨¦phonez-moi. La revanche d'Echo (Ll¨¢mame, la revancha de Eco) en el que repasa la historia cultural de esta forma de comunicaci¨®n (que se ha convertido cada vez m¨¢s en una forma de incomunicaci¨®n) y describe su "divinizaci¨®n" a trav¨¦s del cine y la literatura. Es imposible resumir el enorme espacio que han ocupado en el cine, desde la claustrof¨®bica pel¨ªcula de Antonio Mercero hasta alguna de las mejores escenas de Alfred Hitchcock (Tippi Hedren se refugiaba en una del ataque de Los p¨¢jaros). Superman se cambiaba en una cabina, mientras que los periodistas de Primera Plana corr¨ªan como locos en busca de un tel¨¦fono para dar una noticia. Hoy las noticias saltan en los tel¨¦fonos.
No desaparecer¨¢n porque seguramente, como ya ocurri¨® en el pasado, el Gobierno obligar¨¢ a Telef¨®nica a hacerse cargo de su mantenimiento hasta que no cambie la ley que prev¨¦ un tel¨¦fono p¨²blico de pago por cada 3.000 habitantes y en ciudades con m¨¢s de 1.000 habitantes. Pero se han convertido en objetos extra?os, cada vez m¨¢s incomprensibles para una parte de la poblaci¨®n, que hablan de una relaci¨®n diferente con el tel¨¦fono. En 2006, cuando todav¨ªa no exist¨ªan los tel¨¦fonos inteligentes, en Espa?a ya hab¨ªa m¨¢s m¨®viles que habitantes. Las cabinas eran discretas y sus llamadas imposibles de trazar ¡ªsu presencia es esencial en el cine negro y de espionaje¡ª; pero el espacio que ocupaban en las calles presagiaba lo que se nos ven¨ªa encima. Me pregunto si, como el personaje de L¨®pez V¨¢zquez en el filme de Mercero, nos hemos quedado encerrados en una cabina y no estar¨ªa mal guardar monedas y volver a buscar en la calle un lugar para hacer una llamada.
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