Yo fui paje negro el d¨ªa de Reyes
Caramelos baratos y paliduchos pint¨¢ndose la cara para hacerse pasar por Baltasar. Las cabalgatas en los pueblos son un espect¨¢culo tan m¨¢gico como rocambolesco
Que los Reyes Magos est¨¢n muy ocupados es lo primero que se les dice a los ni?os de los pueblos para justificar la cabalgata dantesca que est¨¢n presenciando, cuando no consiguen averiguar desde cu¨¢ndo sus compa?eros de colegio sirven a la monarqu¨ªa de Oriente y por qu¨¦ el cacique local de piel originariamente cetrina lleva la cara embadurnada en bet¨²n. Los Reyes Magos existen, s¨ª, pero son los que salen por la tele. Es que nos les daba tiempo a llegar.
Mi pueblo es tan peque?o que de ni?a, ante cualquier desgracia mundial, mi madre me tranquilizaba con un recurrente ¡°nuestra casa no sale en los mapas¡±. Llevaba raz¨®n, y es curioso, porque en Portas naci¨® el realizador del primer mapa de Galicia, Domingo Font¨¢n. La importancia del top¨®grafo se mide en varios bustos, un colegio con su nombre, un museo vac¨ªo en su honor y numerosos descendientes que llevan su apellido. En este sitio de contradicciones, yo fui paje negro. Con la cara pintarrajeada, como Gallard¨®n o Sergio Ramos, pero sin ning¨²n tipo de pretensi¨®n.
En Holanda, la figura de Pedro el negro, un paje que reparte caramelos entre los ni?os, provoc¨® protestas el mes pasado porque muchos lo consideraban un vestigio de la esclavitud. En cambio, ser paje negro en una aldea gallega implica vocaci¨®n y tolerancia. Al menos, mi yo infantil ondeaba esa bandera el d¨ªa que me present¨¦ para el puesto. No puedo decir lo mismo acerca de la biodiversidad. Recuerdo que yo insist¨ªa en pertenecer al s¨¦quito de Baltasar, pero por mi escasa estatura pretend¨ªan que cubriese el puesto de ¨¢ngel anunciador, y eso s¨ª que no.
Los Reyes Magos se mueven a caballo y toda la corte viste ropajes de ¨¦poca. Cuando decimos de ¨¦poca, es literal. All¨ª no se andan con trajes de nuevos dise?adores. A juzgar por el tono desgastado y los rotos, se puede determinar su siglo sin necesidad de ninguna prueba de carbono. El resto del espect¨¢culo se sucede con tranquilidad. Melchor, Gaspar y un Baltasar tan sonriente y oscuro que guarda m¨¢s parecido a la versi¨®n felina de Whoopi Goldberg en Alicia en El Pa¨ªs de las Maravillas que a un Rey oriental; los tres, custodiados por unos inocentes secuaces que lanzan caramelos baratos, a veces, con sa?a y punter¨ªa.
El servicio de paje dura dos d¨ªas. Un ni?o se levanta por la ma?ana el d¨ªa 6 de enero, y ajeno a los regalos que hay bajo el ¨¢rbol, se viste de gala y se monta en un autob¨²s para recorrer las iglesias cercanas. En terreno Santo los mayores intentan hacer cuentas vagamente de cuantos nietos tienen para negociar el n¨²mero de bolsas de chucher¨ªas que necesitan. El lema que repite el alcalde de turno es ¡®que no quede nada¡¯, de modo que el paje vuelve a su casa, con las manos vac¨ªas y la cara pintada. La misma que observa su madre mientras intenta sacar la capa de pintura. No es una mirada de orgullo maternal, al contrario; como los que organizaron una petici¨®n de change.org para lograr que el Baltasar de Pamplona fuera negro de verdad, una madre con un paje negro de pega se pregunta qu¨¦ necesidad hab¨ªa de todo esto.
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