El complejo de La Moncloa
El traslado de la presidencia del Gobierno desde el centro de Madrid a un palacio de las afueras, decidido por Adolfo Su¨¢rez, marc¨® el inicio de la construcci¨®n de nuestro Estado de partidos y de una deficiente democracia
El historiador Carl E. Schorske, en su extraordinaria obra intelectual Viena fin de siglo, describe c¨®mo el arte, la literatura y la m¨²sica act¨²an, en ocasiones, como un anticipo de los cambios del esp¨ªritu de una ¨¦poca. Por su parte, los pol¨ªticos utilizan el urbanismo, la arquitectura, la pintura y escultura como un medio para transmitir mensajes que hacen llegar a los ciudadanos.
El traslado de la sede del Gobierno, dispuesto por el presidente Su¨¢rez, desde el palacio del Marqu¨¦s de Villamejor del paseo de la Castellana n¨²mero 3 a La Moncloa, en 1977, se ha justificado por razones de seguridad. Creo que esta excusa, generalmente aceptada, no se sostiene. Justo al lado del palacio de Villamejor, en el n¨²mero 5 de la Castellana, se ubica el segundo posible objetivo de ataque terrorista, el Ministerio del Interior, y este no se traslad¨® ni ha sufrido atentado alguno. Resulta llamativo que otras monarqu¨ªas parlamentarias, como la brit¨¢nica, y rep¨²blicas como la francesa, sometidas a grandes tensiones de seguridad, no han alterado su sede de gobierno, entre otras cosas, porque supone aceptar una derrota frente al terrorismo.
Otro art¨ªculo del autor
En 1940, ni la familia real brit¨¢nica ni Winston Churchill cambiaron su residencia siquiera durante los bombardeos a¨¦reos de Hitler sobre Londres; el terrorismo del IRA, m¨¢s sanguinario a¨²n que el de ETA, no consigui¨® echar a la se?ora Thatcher, a John Major ni a Tony Blair del n¨²mero 10 de Downing Street. ?Cu¨¢l fue entonces la raz¨®n ¨²ltima del traslado a La Moncloa? El tama?o. Adolfo Su¨¢rez y los sucesivos presidentes han precisado, necesitan, un enorme aparato gubernamental. Desde el principio, el Gobierno que estaba dise?ando Su¨¢rez no era el propio de una monarqu¨ªa parlamentaria. Con el traslado al palacio de La Moncloa, Su¨¢rez inici¨®, quiz¨¢s sin saberlo, la construcci¨®n del actual Estado de partidos.
Comparemos el ¡°complejo de La Moncloa¡± con la residencia de un primer ministro de una monarqu¨ªa parlamentaria, la del primer ministro brit¨¢nico. Mientras la se?ora Theresa May cuenta apenas con 70 empleados en el n¨²mero 10 de Downing Street, en La Moncloa hay 2.500 funcionarios, asesores y pol¨ªticos. Downing Street es poco m¨¢s que una casa adosada t¨ªpica inglesa, residencia y despacho del primer ministro desde el siglo XVIII. En Espa?a, en la monarqu¨ªa parlamentaria del siglo XIX e inicios del XX, el presidente del Consejo de Ministros de Su Majestad no tuvo residencia oficial hasta junio de 1914, fecha en que el Gobierno de Eduardo Dato adquiri¨® el palacio de la Castellana para sede de la presidencia del Consejo de Ministros.
Ni la familia real brit¨¢nica ni Churchill cambiaron de residencia durante los bombardeos de Hitler
Thatcher, en sus Memorias, se?alaba que dispon¨ªa de dos asistentes para los asuntos de prensa y comunicaci¨®n; el complejo de La Moncloa cuenta con 150 empleados para las labores de prensa, comunicaci¨®n y control de medios. En toda Europa no hay un primer ministro o presidente del Gobierno que disponga, en un lugar privilegiado de la capital, de una finca de 20 hect¨¢reas (unos 20 campos de f¨²tbol) con palacio, residencia y oficinas de 58.000 metros cuadrados, demostrando una preponderancia, estatus y visualizaci¨®n muy superior incluso a la residencia de La Zarzuela. Observen el poder simb¨®lico del Palacio Real de Madrid o del palacio de Buckingham, residencia permanente de la reina y expresi¨®n de la historia, y representaci¨®n de Reino Unido. En cambio, el n¨²mero 10 de Downing Street es solo una discreta residencia temporal y despacho del primer ministro. En las monarqu¨ªas parlamentarias se entiende que la Corona es representaci¨®n permanente del conjunto de la naci¨®n, mientras que el presidente del Gobierno es solo la cabeza temporal de uno de los tres poderes del Estado.
Thatcher tuvo buen cuidado de aprovechar los muebles de su antecesor e incorporar algunas obras de arte modernas, como una escultura de Moore. Adem¨¢s, decor¨® las salas de reuniones con obras originales prestadas de Turner y Raeburn, junto con retratos de Jorge II, Wellington y otros h¨¦roes de la historia de Reino Unido, pues, seg¨²n se?ala en sus Memorias, ¡°en ellos se hac¨ªa perceptible la continuidad de la historia. Me parec¨ªa muy importante que cuando vinieran visitas extranjeras a Downing Street pudieran contemplar parte del legado cultural de Gran Breta?a¡±.
Cuando autoridades extranjeras visitan La Moncloa, tal parece que, a pesar de nuestro impresionante legado cultural e hist¨®rico, los visitantes no tienen ninguna referencia de la historia y cultura de Espa?a y pueden pensar que han llegado a Finlandia o a Groenlandia: muebles simil skay blancos, litograf¨ªas y cuadros abstractos de Guerrero, Mir¨®, Tapies y Barcel¨®, enormes mesas de cristal¡. El escritor Antonio Mu?oz Molina visit¨® La Moncloa en la ¨¦poca de Zapatero y le llam¨® la atenci¨®n que ¡°todo era moderno, de una manera as¨¦ptica; los salones del palacio estaban pintados de blanco y en las paredes colgaban litograf¨ªas de Joan Mir¨®¡±. Esta obsesi¨®n por el arte abstracto procede de los a?os de Felipe Gonz¨¢lez y los siguientes presidentes han mantenido y ampliado el mismo lenguaje simb¨®lico no figurativo. Un lenguaje muy siglo XX, muy moderno, como queriendo significar nada en concreto, nada que pueda ser susceptible de cr¨ªtica, ning¨²n relato, ninguna referencia de historia. Los presidentes del Gobierno en La Moncloa, con cero ataduras est¨¦ticas del pasado, han inaugurado una nueva ¨¦poca, la del Estado de partidos iniciada en 1977.
Los visitantes de La Moncloa no ven referencias de la historia y cultura de Espa?a
Espa?a es solo formalmente una monarqu¨ªa parlamentaria y por eso la relaci¨®n entre la primera magistratura y los sucesivos presidentes del Gobierno tiene tantos desencuentros en aspectos formales y protocolarios. Manuel Garc¨ªa Pelayo, primer presidente del Tribunal Constitucional, y el escritor Javier Pradera ya advirtieron, desde 1986, que nuestro r¨¦gimen democr¨¢tico estaba evolucionando hacia un Estado de partidos, hacia una partidocracia. El Estado de partidos que padecemos se define como una forma olig¨¢rquica de gobierno en la que unos pocos partidos pol¨ªticos acumulan el poder en detrimento de la libertad, la calidad democr¨¢tica y la representaci¨®n. Se caracteriza por la deficiente separaci¨®n de poderes, escasa representatividad y controles y una m¨¢s que sobrada financiaci¨®n p¨²blica de los partidos. Lamentablemente ning¨²n partido nuevo propone cambios en la partidocracia, sino que pretenden sustituir o complementar y continuar las pr¨¢cticas pol¨ªticas de los dos grandes partidos.
El traslado al complejo de La Moncloa marc¨® el inicio de la construcci¨®n de nuestro Estado de partidos y deficiente democracia. Si alg¨²n l¨ªder pol¨ªtico pretendiera enviar un mensaje de rectificaci¨®n hacia un aut¨¦ntico r¨¦gimen de monarqu¨ªa parlamentaria, podr¨ªa proponer el retorno al palacio de la Castellana y aplicarse medidas de austeridad empezando por su desmedida residencia y elefanti¨¢sico aparato de gobierno.
Vamos, volver al centro¡. de Madrid.
Guillermo Gort¨¢zar es historiador y abogado. Su ¨²ltimo libro es El sal¨®n de los encuentros. Una contribuci¨®n al debate pol¨ªtico del siglo XXI (Uni¨®n Editorial). @guigortazar
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