Populismos y representaci¨®n
En sociedades grandes y complejas, con intereses heterog¨¦neos, la ¨²nica democracia posible es la representativa; el v¨ªnculo directo entre gobernantes y ¡°pueblo¡± no es democr¨¢tico. Los representantes deben dar siempre cuenta de sus decisiones
Por ¡°populismo¡± me refiero, por un lado, a la representaci¨®n pol¨ªtica que algunos partidos, de izquierda y de derecha, se atribuyen; por otro lado, a las pol¨ªticas que prometen. Declaran representar al ¡°pueblo¡± ¡ªun conjunto heterog¨¦neo pero todo ¨¦l sometido a una ¡°casta¡±. En lo que respecta a las pol¨ªticas que proponen, no atienden nunca a sus consecuencias. Tampoco a los medios para atenderlas: todo depende de una ¡°voluntad pol¨ªtica¡± para la que supuestamente no existen restricciones.
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Sus or¨ªgenes se encuentran en el movimiento de los nar¨®dniki, revolucionarios de clase media y media-alta que pretendieron movilizar al campesinado ruso en las d¨¦cadas de 1860 y 1870. Estrategias parecidas han sido utilizadas con frecuencia. Marx analiz¨® magistralmente un movimiento populista: el golpe de Estado de Luis Bonaparte en Francia: ¡°un personaje mediocre y grotesco¡± convertido en un salvador del pueblo. Los te¨®ricos italianos de fines del siglo 19 y comienzos del 20, precursores del fascismo, utilizaron la divisi¨®n casta/pueblo para irla progresivamente derivando hacia una teor¨ªa del ¡°caudillaje¡± ¡ªun duce que enlazaba directamente con el pueblo, por encima de un sistema y unas ¨¦lites corruptas. El ¡°caudillaje¡± y el populismo han sido frecuentes en la pol¨ªtica latinoamericana, un ejemplo siendo hoy d¨ªa Nicol¨¢s Maduro. Tambi¨¦n en los Estados Unidos, sobre todo entre 1890 y 1930 -ahora Donald Trump constituye un caso extraordinario de populismo por su ataque al ¡°sistema¡±, al establishment, y por unas pol¨ªticas basadas en la xenofobia, el racismo y el proteccionismo.
Hoy d¨ªa los populismos, tanto por lo que dicen representar como por las pol¨ªticas que ofrecen, se han multiplicado. Ha sucedido en la Europa de las democracias tradicionales y ¡°virtuosas¡±: en la Finlandia de los Verdaderos Finlandeses, en la Dinamarca del Partido Popular Dan¨¦s (PPD), en la Holanda del Partido por la Libertad (VVD), en la Francia del Frente Nacional de Marine Le Pen, en la Inglaterra del triunfo del Brexit. Es tambi¨¦n lo que alimenta el discurso dicot¨®mico de ¡°casta¡± y ¡°pueblo¡± en la Italia de Beppe Grillo y el Movimento 5 Estrellas, as¨ª como en la Espa?a de Podemos ¡ªdonde Pablo Iglesias ha declarado, por ejemplo, que ¨¦l es como Donald Trump s¨®lo que de izquierdas, despu¨¦s de haber afirmado que la diferencia entre izquierda y derecha hab¨ªa desaparecido.
La singularidad de las pol¨ªticas socialdem¨®cratas est¨¢ muy desgastada en Europa
El populismo es dif¨ªcilmente compatible con la democracia . Los representantes elegidos son presentados como miembros m¨¢s de ¡°la casta¡±. El v¨ªnculo directo entre gobernantes y ¡°pueblo¡± se ejercita mediante plebiscitos y referendos ¡ªun instrumento pol¨ªtico manipulable donde los haya. Los organismos intermedios interfieren en ese v¨ªnculo ¡ªlos Parlamentos, los congresos de los partidos, los ¨®rganos judiciales y los medios de comunicaci¨®n independientes. En sus dos primeras semanas de mandato, Trump ha subvertido a jueces y medios de informaci¨®n contraponi¨¦ndoles al ¡°pueblo¡± y dirigi¨¦ndose directamente a los ciudadanos. Se ignora lo que sabemos desde hace m¨¢s de dos siglos ¡ªque en sociedades grandes y complejas, con intereses muy heterog¨¦neos, la ¨²nica democracia posible es la democracia representativa, con pesos y contrapesos entre los diferentes poderes, y que la ¡°democracia directa¡± se opone a cualquier contenido deliberativo de la democracia. Que los mandatos imperativos y la revocaci¨®n inmediata de los representantes y de los gobernantes son contrarios a los intereses de los ciudadanos: las condiciones iniciales suelen cambiar y no ajustar las pol¨ªticas puede ser nefasto. Que por todo ello, los representantes deben siempre dar cuenta de sus decisiones, de cualquier cambio en sus promesas, y someterse al veredicto de los ciudadanos en las elecciones. El ataque a la democracia representativa, acompa?ado del populismo, es una amenaza real a las libertades.
El miedo es la base pol¨ªtica de los populismos. La globalizaci¨®n puede generar ese miedo en el seno de los sectores m¨¢s vulnerables a una internacionalizaci¨®n de las econom¨ªas. Por eso los populistas les ofrecen levantar barreras proteccionistas ¡ªtodo lo que Fernando Henrique Cardoso ha calificado como ¡°utop¨ªas regresivas¡±. Volver a levantar los muros que mantuvieron en el subdesarrollo a los pa¨ªses pobres, impidiendo sus exportaciones competitivas. A lo largo de muchos a?os, suprimir esas barreras fue un objetivo de la socialdemocracia. No puede apartarse de ese camino, lo cual no significa aceptar una desregulaci¨®n de los mercados de productos y de capital que se imponga a la pol¨ªtica democr¨¢tica. Mediante los Estado de Bienestar se han protegido a los sectores da?ados por esa globalizaci¨®n creciente. Ha existido una asociaci¨®n muy fuerte, con evidencia abrumadora, entre gasto social e internacionalizaci¨®n de las econom¨ªas.
Pero el dise?o del Estado de Bienestar tiene hoy que ser reformulado: no puede pasar a ser un instrumento para financiar el consumo de los grupos de ingresos altos; se tiene que definir mejor qu¨¦ se entiende por ¡°igualdad¡±, c¨®mo eliminar discriminaciones sociales, c¨®mo erradicar la ¡°necesidad¡±, c¨®mo generar oportunidades que eviten trampas sociales de las que no es posible salirse. Es necesario clarificar prioridades. Y la distribuci¨®n no puede bloquear el crecimiento del bienestar de todos.
El Estado de Bienestar no puede ser un instrumento para financiar a grupos con ingresos altos
Los socialdem¨®cratas tienen muchos deberes por hacer. Se habla mucho de ¡°la crisis de la socialdemocracia¡± ¡ªhoy existen razones para ello. Si atendemos a las 17 democracias m¨¢s asentadas de Europa*, entre las ¨²ltimas elecciones celebradas antes del inicio de la crisis en 2008 y las ¨²ltimas (en 2015 o 2016) el promedio del voto de los partidos socialdem¨®cratas ha ca¨ªdo de un 28,2 % del voto a un 21,9 %, mas de seis puntos, mientras que el de los partidos de la derecha ha pasado de 31,3 % a 27,1 %, es decir m¨¢s de cuatro ¡ªen buena parte afectados por el auge de un populismo xen¨®fobo y reaccionario**. Las diferencias nacionales son relevantes: en la izquierda, frente a la perdida de un 85,6 % de sus votantes por el PASOK en Grecia, una subida de un 17% del PvdA en Holanda; en la derecha, una ca¨ªda del 53,8 % en el caso del Popolo della Libert¨¢ en Italia, frente a un aumento del 90,1 % del voto de H?yre, el partido conservador en Noruega. A veces han ca¨ªdo conjuntamente los principales partidos de izquierda y derecha (en Grecia el voto conjunto baj¨® de 76,6 a 34,4 %; en Italia, de 84,3 a 47 %; en Espa?a, de 83,4 a 55,6 %). Y excepcionalmente subieron ambos, como en Alemania (de 56,8 a 67,2 %).
Europa es el reino de las coaliciones y los socialdem¨®cratas est¨¢n en el gobierno de nueve de esos 17 pa¨ªses ¡ªen seis lo presiden. Otra cosa es lo que hacen en el gobierno: la singularidad de sus pol¨ªticas est¨¢ muy desgastada y les resulta imprescindible replante¨¢rselas como hicieron tras 1945 y en los a?os 60. Guiados por la igualdad, que representa su permanente se?a de identidad, y dando prioridad a su negaci¨®n extrema: la pobreza y la necesidad que viven los sectores m¨¢s castigados por la desigualdad, tal vez el mayor coste social de la crisis. De forma que tambi¨¦n ayude ese replanteamiento a frenar la pol¨ªtica del miedo ¡ªy el voto de muchos trabajadores a partidos proteccionistas y reaccionarios.
?(*) Los pa¨ªses son Alemania, Austria, B¨¦lgica, Dinamarca, Espa?a, Finlandia, Francia, Grecia, Holanda, Irlanda, Islandia, Italia, Luxemburgo, Noruega, Portugal, Reino Un¨ªido y Suecia.
(**) Considero siempre partidos, no familias ideol¨®gicas. Es decir, no escondo la crisis del PASOK en Grecia tras el auge de SYRIZA, ni la ca¨ªda de Venstre en Dinamarca tras la subida del Dansk Folkeparti.
? Jos¨¦ Mar¨ªa Maravall, soci¨®logo y pol¨ªtico, fue ministro de Educaci¨®n y Ciencia (1982-1988) en Gobiernos de Felipe Gonz¨¢lez.
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