Sexoficci¨®n
En una observaci¨®n simplista a vuelo rasante, veo mucho cacareo sexual en prime time, mucha pasi¨®n desenfrenada de novela y mucha gente sola de cuerpo presente.
Cuando era m¨¢s joven ¨Cobs¨¦rvese la acotaci¨®n ¡®m¨¢s¡¯ para no etiquetarme como hembra del pleistoceno y desacreditar autom¨¢ticamente el discurso¨C en los garitos uno se desmelenaba a ritmo disco y a la par diseccionaba al personal circundante hasta que llegaban ¡®las lentas¡¯ y se buscaba el cuerpo a cuerpo. En estas disquisiciones andaba liada un d¨ªa en un local trendy, de esos que uniforman ciudades e inundan de fruta los gin-tonics, cuando escuch¨¦ a mi espalda: ¡°No me gustaba nada, pero para un polvoTinder vale cualquiera. No repito ni de co?a¡±. Al d¨ªa siguiente, ya delante del ordenador que me da de comer, los ojos se clavaron en un titular que anunciaba la apertura de un prost¨ªbulo cuyo ¡®personal de acci¨®n¡¯ lo constituyen mu?ecas realizadas con los m¨¢s avanzados pol¨ªmeros y cauchos. Eso s¨ª, hiperrealistas y con tres orificios (sic).
L¨ªbreme Alfred Kinsey de juzgar las fantas¨ªas de cada cual ni de cuestionar que las barras de bar coleccionan tantos deseos e inseguridades como lo hacen las apps para ligar. Pero en una observaci¨®n simplista a vuelo rasante, veo mucho cacareo sexual en prime time, mucha pasi¨®n desenfrenada de novela y mucha gente sola de cuerpo presente. Si en las distancias cortas hasta los m¨¢s salvajes confiesan que la intimidad mejora el sexo y viceversa, a lo mejor nos sale m¨¢s rentable apostar por las emociones de carne y hueso. No vaya a ser que a fuerza de tanto l¨¢tex y ciberquedadas nos olvidemos de catar un polvo aunque sea Tinder, que por algo hay que empezar.
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