La primera ¡®no guerra¡¯ del presidente Trump
Declarar la guerra es una cosa muy seria. Meterse en una por la puerta de atr¨¢s es peor.
Declarar la guerra es algo muy serio. Tanto que, desde que el mundo es mundo, el truco est¨¢ en hacerla sin declararla. Tomando prestada la letra de Loquillo y los Trogloditas, aqu¨ª lo importante no es hablar sino hacer. Cuesti¨®n aparte es que la expresi¨®n ¡°declarar la guerra¡± se utilice para cualquier cosa. Declaramos la guerra lo mismo al cambio clim¨¢tico que a la discriminaci¨®n. Y luego viene la publicidad y nos anima a declarar la guerra a la grasa de la cocina, las manchas en la ropa o los piojos.
En las democracias son los parlamentos los que aprueban las declaraciones de guerra, algo que no saben ¨²nicamente los polit¨®logos sino los millones de jugadores del juego Civilizaciones, de Sid Meier. Son m¨¢s que los polit¨®logos aunque publiquen menos. Uno maneja un pa¨ªs y lo desarrolla. Guerrea todo el tiempo, pero cuando alcanza el estado de democracia que garantiza el m¨¢ximo desarrollo tecnol¨®gico y econ¨®mico se encuentra con que no puede declarar la guerra porque s¨ª. Ni siquiera una justificadamente preventiva. El parlamento se lo prohibe sistem¨¢ticamente. Se acab¨® la diversi¨®n.
Pero la realidad siempre aventaja a la fantas¨ªa. No es necesario dirigirse a la naci¨®n solemnemente en un discurso, ni abrir las puertas del templo de Jano como hac¨ªan los romanos ¡ªque dejaban el edificio sin cerrar hasta que llegaba la paz¡ª para enviar a los soldados de un pa¨ªs a la guerra.
Estados Unidos es un buen ejemplo. Desde su independencia ha librado cinco guerras en las que ha sido necesaria una declaraci¨®n oficial. Alguna, como la II?Guerra Mundial, alberga otras seis declaraciones subordinadas. Pero adem¨¢s, Washington se ha visto envuelto en 19 guerras autorizadas por el Congreso a las que no ha denominado tales. Entre ellas, Corea, Vietnam o las dos del Golfo. A esto hay que sumar los extensos poderes presidenciales que le impiden declarar por su cuenta una guerra pero le permiten hacer cosas muy parecidas. Incluso, algunas disparatadas que pueden provocar una contienda mundial. Por ejemplo, podr¨ªa detonar a diario una bomba at¨®mica frente a las aguas de Corea del Norte. Entre activas y en dep¨®sito EE?UU tiene unas 5.000 cabezas nucleares...
Lo importante es evitar la palabra maldita y, sobre todo, su implicaci¨®n legal. Donald Trump durante toda su campa?a asegur¨® que se opuso a la guerra ¡ªperd¨®n, no guerra¡ª de Irak. Ahora cuando habla de luchar contra el Estado Isl¨¢mico utiliza ¡°patear el culo¡±. Para combatirlo ¡ªcomo en Mosul¡ª incrementa el n¨²mero de soldados de infanter¨ªa y artiller¨ªa en primera l¨ªnea. No luchan. Asesoran a los iraqu¨ªes ampar¨¢ndose en una autorizaci¨®n de 2001, aprobada tras los atentados del 11-S... para combatir a Al Qaeda. Obama ¡ªun maestro del ¡°nada por aqu¨ª, nada por all¨¢¡±¡ª tambi¨¦n utiliz¨® la misma estratagema. Al final estas acciones militares no pasan por el Congreso, al que solo se le pide permiso cuando es necesario gastar m¨¢s dinero. Declarar la guerra da miedo, pero que esta suceda sin que el Congreso de una democracia pueda decir una palabra es peor.
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