Las decepciones
Obama no pudo cambiar las pr¨¢cticas de la vieja pol¨ªtica; pero uno s¨®lo est¨¢ obligado con las exigencias que puede satisfacer
El periodista Jonathan Chait reconstruye en uno de los cap¨ªtulos de Audacity, libro que analiza la presidencia de Obama, la decepci¨®n sufrida por una parte de sus votantes y seguidores. Los decepcionados alegan que Obama cay¨® en las pr¨¢cticas que han circundado Washington por d¨¦cadas y que algunos calificar¨ªan como pr¨¢cticas propias de una casta privilegiada. Y es que el Obama candidato parec¨ªa fundar dos expectativas: su administraci¨®n iba a adoptar medidas realmente emancipadoras y adem¨¢s iba a transformar el dominio de la pol¨ªtica en algo ejemplar. Obama no s¨®lo iba a conseguir los fines pol¨ªticos prometidos y largamente olvidados, sino que adem¨¢s lo iba a hacer usando exclusivamente medios intachables, es decir, sin dejarse arrastrar por la tradicional cadena de favores, negociaciones, intercambios y transacciones con el adversario pol¨ªtico u otros miembros de la casta. Como dice Chait: a Obama se le atribuy¨® la capacidad no s¨®lo de cambiar las policies, sino la de cambiar la politics.
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Los decepcionados se dejaron endulzar la oreja con la ret¨®rica vibrante de Obama y supusieron que Obama ten¨ªa poderes para llevar a cabo acciones supererogatorias, a saber, la transformaci¨®n, en unos pocos a?os, no s¨®lo de un sistema pol¨ªtico que en ausencia de mayor¨ªas claras incentiva la colaboraci¨®n entre distintas facciones, sino del conjunto de pr¨¢cticas pertenecientes a lo que los podemitas denominar¨ªan ¡°vieja pol¨ªtica¡±.
Cuando se demostr¨® que Obama carec¨ªa de esas capacidades, vino la decepci¨®n. No hay espacio suficiente aqu¨ª para exponer por qu¨¦, a pesar de los m¨²ltiples errores, omisiones y vulneraciones, el legado de Obama supone, o as¨ª me lo parece a m¨ª, un progreso (sobre todo si se lo compara con la perspectiva que ofrece el actual inquilino de la Casa Blanca).
Culpar a la izquierda espa?ola por no haber realizado una transici¨®n moralmente impoluta a la democracia, a sabiendas de que las pistolas estaban encima de la mesa, es insensato
Me interesa aqu¨ª el mecanismo que dispara la mencionada decepci¨®n. Hay una obviedad: como m¨¢s altas son las expectativas m¨¢s profunda es la decepci¨®n. Pero me parece que en el caso de Obama, y en otros, hay algo m¨¢s, algo que est¨¢ relacionado con los tiempos que vivimos. No s¨¦ si se debe a la omnipresencia de las redes sociales, que dan cuenta en tiempo real de todo lo que ocurre ¨C y tambi¨¦n de buena parte de lo que no ocurre ¨C, o si se debe a una eventual mutaci¨®n de los marcos del universo moral de la ciudadan¨ªa, pero lo cierto es que a d¨ªa de hoy se exige a toda figura expuesta al p¨²blico un nivel abrumador de pureza moral y de coherencia. El escrutinio se ha vuelto tan minucioso que cualquier desviaci¨®n de lo que pensamos que una figura p¨²blica nos debe es sancionada, por lo menos, con nuestra decepci¨®n. Existe un tribunal moral que no s¨®lo no tolera el m¨¢s m¨ªnimo desliz en la conducta, sino que bas¨¢ndose en una elecci¨®n un tanto arbitraria de los hechos y las declaraciones dicta sentencias sumarias de incoherencia.
Los decepcionados con Obama son aquellos para los cuales era impensable que Obama tuviera una sola mancha moral durante su trayectoria como presidente. Pues resulta que las tiene. Careciendo como carece de un expediente inmaculado, se concluye que su presidencia ha resultado una decepci¨®n. Me parece, sin embargo, que esa sobreexigencia moral nubla nuestra capacidad de juzgar globalmente las acciones de los personajes p¨²blicos. No hay nadie que pueda soportar inc¨®lume el nivel de vigilancia moral al que est¨¢n sometidos a d¨ªa de hoy las figuras p¨²blicas.
Si alguien cree que estoy reivindicando el cinismo o la incoherencia de la casta pol¨ªtica, es que me he expresado mal. Estoy reivindicando, en todo caso, dos cosas: la imperfecci¨®n moral que nos aqueja a todos y la idea seg¨²n la cual uno s¨®lo est¨¢ comprometido con aquellas obligaciones morales que de hecho puede satisfacer. Que Obama cambiara la pol¨ªtica, a secas, era algo que iba m¨¢s all¨¢ de las cosas que pod¨ªa hacer. Culpar a la izquierda espa?ola por no haber realizado una transici¨®n moralmente impoluta a la democracia, a sabiendas de que las pistolas estaban encima de la mesa, es insensato. Quedar decepcionados porque en sus disputas Errej¨®n e Iglesias no son capaces de cumplir el alto est¨¢ndar de pulcritud moral que ellos mismos hab¨ªan impuesto a la ¡°nueva pol¨ªtica¡± es ser un poco ingenuo.
En fin, hay algo ciertamente extra?o en caer decepcionados porque los personajes que admiramos no tienen comportamientos morales que, ya sea por imposibilidad pr¨¢ctica o por nuestra imperfecci¨®n moral, en realidad nadie est¨¢ en condiciones de cumplir.
Pau Luque S¨¢nchez es investigador en el Instituto de Investigaciones Filos¨®ficas a la Universidad Nacional Aut¨®noma de M¨¦xico.
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