Pararse a escuchar
El ruido urbano nos ha invadido: coches, trenes, bares, discotecas, conciertos, fiestas populares, la gente que habla, la gente que grita, los aviones, la recogida de la basura, los aspiradores de hojas, esa tienda con m¨²sica a todo volumen para que compres m¨¢s r¨¢pido, la carga y descarga, los aires acondicionados, los ascensores, la lavadora, la nevera, el patio del colegio, el comedor de la oficina, la tele de fondo, las hormigoneras, la gr¨²a, ese martillo neum¨¢tico que te taladra el cerebro... La Organizaci¨®n Mundial de la Salud y la Agencia del Medio Ambiente de la UE alertan de los efectos perjudiciales del ruido en las sociedades contempor¨¢neas. Y aseguran que entre 9 y 12 millones de espa?oles conviven cada d¨ªa con registros sonoros superiores a lo deseable, fundamentalmente por el tr¨¢fico rodado.
Raymond Murray Schafer, te¨®rico ac¨²stico canadiense, y padre del concepto ¡°paisaje sonoro¡±, lleva toda una carrera abriendo orejas. Dice que las sociedades contempor¨¢neas hemos dejado de prestar atenci¨®n al sonido que nos rodea. No siempre fue as¨ª. ¡°Los primeros constructores alzaban sus edificios tanto con el o¨ªdo como con el ojo¡±, se lee en El paisaje sonoro y la afinaci¨®n del mundo, su obra fundamental. El ojo acab¨® ganando. ¡°El arquitecto contempor¨¢neo tiene los o¨ªdos rellenos de beicon¡±, afirma. "El paisaje moderno no tiene perspectiva, sino que, m¨¢s bien, los sonidos masajean al oyente con su continua presencia¡±.
¡°Vivimos rodeados de ruido¡±, coincide Francesc Daumal, catedr¨¢tico de Arquitectura de la Universidad Polit¨¦cnica de Catalu?a especializado en ac¨²stica. ¡°El problema es que ahora no tenemos c¨®digos para entenderlos porque nadie los ense?a¡±. Pone un ejemplo: antes las aldabas o las campanas ten¨ªan un lenguaje, ahora si suena un m¨®vil en el metro no sabes si es un tel¨¦fono, un silbido o un aviso por megafon¨ªa. ¡°Hay una confusi¨®n que lleva al desorden, y eso es el ruido¡±, dice.
Para tratar de entender lo que hasta ahora se ha considerado una contaminaci¨®n ¡°de segunda¡± emprendemos un viaje en el que encontramos a cient¨ªficos, m¨¦dicos, psic¨®logos, ingenieros, vecinos y maestros obsesionados con el tema. El primero, Antonio P¨¦rez-L¨®pez, presidente de la Sociedad Espa?ola de Ac¨²stica, propone un sorprendente punto de partida: ¡°Para acercarse al ruido hay que empezar por el silencio¡±.
La Real Academia de la Lengua lo define como ¡°falta de ruido¡±. ¡°El silencio de los bosques, del claustro, de la noche¡¡±, dice el diccionario. Pero, aunque evocadores y agradables, esos espacios y momentos tienen sus propios sonidos. Encontrar el silencio absoluto no es f¨¢cil. Nos hablan de un lugar de nombre misterioso: la c¨¢mara anecoica. Para los profanos, una habitaci¨®n sin eco, en la que el sonido no reverbera.
El Centro Superior de Investigaciones Cient¨ªficas (CSIC) tiene una en Madrid, que usan para hacer mediciones ac¨²sticas. Es una extra?a sala di¨¢fana de cinco por cinco metros. Paredes, suelo y techo est¨¢n forrados de unas picudas cu?as de lana mineral que absorben en un 99,9% los reflejos de las ondas sonoras. Para no pisar el delicado material, se entra caminando sobre una malla met¨¢lica. Cuando hablas, la sensaci¨®n es rara. El sonido sale de las cuerdas vocales y llega seco al interlocutor. No rebota en ninguna superficie. Si cantas y no lo haces muy bien, el desastre est¨¢ garantizado: se escucha a la perfecci¨®n cada nota desafinada.
El f¨ªsico e investigador Francisco Sim¨®n nos propone hacer la ¡°prueba m¨ªstica¡± (humor de cient¨ªficos del CSIC), que consiste en meter al visitante cinco minutos a oscuras en la c¨¢mara anecoica y ver c¨®mo reacciona. Algunos, dice, se relajan y quieren ponerse a meditar. Otros solo piensan en salir corriendo. Entramos dos redactoras y un fot¨®grafo. No hablamos. Casi desde el principio empezamos a escuchar muy fuerte nuestra propia respiraci¨®n. Luego, los latidos del coraz¨®n, las tripas que se mueven, un zumbido en el o¨ªdo¡ Todo inusualmente alto, porque no hay nada m¨¢s en lo que fijarse. Dos de nosotros estamos deseando salir. La tercera casi se duerme.
El m¨²sico estadounidense John Cage conoci¨® la c¨¢mara anecoica de la Universidad de Harvard en 1951. A ra¨ªz de la experiencia ¡°compuso¡± una de sus obras m¨¢s famosas, 4¡¯33¡¯¡¯, que consiste en un silencio, en minutos y segundos, de esa duraci¨®n. Trataba de demostrar que este no existe; que siempre hay alg¨²n sonido, por leve que sea, que lo rompe.
?Qu¨¦ diferencia el ruido del sonido? P¨¦rez-L¨®pez, el presidente de la Sociedad Espa?ola de Ac¨²stica, es un f¨ªsico septuagenario que ha trabajado para la Universidad, el CSIC y la empresa privada. Habla bajito y en hora y media trata de resumir una vida dedicada a la ac¨²stica: ¡°Ruido es todo sonido no deseado¡±, reflexiona. ¡°Es la definici¨®n m¨¢s subjetiva, pero tambi¨¦n la m¨¢s exacta. No hay que obsesionarse con los decibelios. A 110 o 120 se puede da?ar el o¨ªdo, s¨ª. Pero un murmullo, si te molesta, te molesta. ?Un concierto de rock es ruido? Depende de para qui¨¦n¡±.
P¨¦rez-L¨®pez pone el acento en la percepci¨®n del receptor. Francesc Daumal, catedr¨¢tico de Arquitectura de la Universidad Polit¨¦cnica de Catalu?a especializado en ac¨²stica, se fija tambi¨¦n en el emisor: ¡°Ruido es un sonido que se emite con orgullo¡ Aquel portazo que das donde no fuiste bien recibido, aquel sonido que no admite una sociedad¡±. ¡°En realidad, casi todos estamos en ambos lados¡±, argumenta. ¡°Yo he sido m¨²sico y me ha echado la Guardia Civil, pero tambi¨¦n soy vecino y he ganado un pleito contra la bulla de los apartamentos tur¨ªsticos. He sido agresor y agredido¡±.
El ruido, dice Daumal, es una cuesti¨®n de convivencia y de respeto. Pero tambi¨¦n de conciencia. El primer problema es que, por lo general, ni siquiera nos paramos lo suficiente a pensar en ¨¦l.