¡°Cedo mi cuerpo libremente para que lo usen los dem¨¢s. Pueden hacer conmigo lo que quieran¡±
'El cuento de la criada', el libro de Margaret Atwood llevado a la pantalla por HBO, pone de relieve la percepci¨®n emocional de aquellas personas que ven pisoteada su dignidad
¡°Cedo mi cuerpo libremente para que lo usen los dem¨¢s. Pueden hacer conmigo lo que quieran. Soy un objeto. Por primera vez siento el poder que ellos tienen¡±
Tras leer el art¨ªculo sobre la gestaci¨®n por sustituci¨®n publicado hace unos d¨ªas por el profesor Manuel Atienza, mucho me temo que no ha le¨ªdo el espl¨¦ndido libro El cuento de la criada de Margaret Atwood ni tampoco ha visto ning¨²n episodio de la adaptaci¨®n televisiva que hace unas semanas ha estrenado HBO. Me atrevo a recomendarle ambas porque en materia de derechos humanos es muy importante tener la percepci¨®n emocional de aquellas situaciones que viven las personas que ven pisoteada su dignidad. Solo desde esa ¡°empat¨ªa imaginada¡±, que tan bien explica la historiadora de los derechos Lynn Hunt, es posible construir argumentaciones jur¨ªdicas que no pierdan de vista el aliento ¨¦tico que debe inspirar las reglas de una convivencia democr¨¢tica. No cabe duda de que la literatura y sobre todo el cine son instrumentos b¨¢sicos para generar esa capacidad de ponernos en la piel de otro (e incluso de otra).
En el tema que nos ocupa, bastar¨ªa analizar un fotograma de la magn¨ªfica serie para entender qu¨¦ estructura de poder es la que sustenta lo que algunos de manera eufem¨ªstica denominan maternidad subrogada. En ¨¦l vemos en un primer plano, ocupando pr¨¢cticamente toda la pantalla, al comandante, al pater familias que desea reproducir su linaje teniendo un hijo con sus genes, al patriarca que detenta el poder y la autoridad tanto en lo p¨²blico como en lo privado, al se?or de la casa cuyo pene parece valer m¨¢s que el ¨²tero de su criada. Al fondo, muy desdibujada, sentada el filo de la cama, vemos a su esposa inf¨¦rtil, a la madre frustrada, a la que coloca en una ceremonia brutal entre sus piernas a la que parir¨¢ para ella. Y apenas intuimos, tras el hombre, tumbada con las piernas abiertas, a Defred, la criada que es penetrada por el patriarca, a la que apenas vemos porque como ¡°buena¡± gestante es invisible: ha dejado de ser sujeto para ser un objeto al servicio de los deseos de otros.
La novela de Atwood, que ahora la serie ha convertido en un relato si cabe todav¨ªa m¨¢s terror¨ªfico que el libro, tiene la gran virtud de plantearnos algunos de los interrogantes que est¨¢n sacudiendo a las mujeres en el siglo XXI, justo cuando la alianza entre patriarcado y capitalismo est¨¢ provocando que, bajo pretexto de la libertad, se justifiquen pr¨¢cticas que no hacen sino prorrogar el estatus subordinado de la mitad femenina del planeta.
Esa alianza bien podr¨ªa llevar, si no logramos ponerle frenos, al r¨¦gimen teocr¨¢tico y dictatorial imaginado en la novela, y en el que vemos c¨®mo las mujeres han perdido todos los derechos que tardaron siglos en conquistar. El angustioso relato, que incluso ahora duele m¨¢s al sentirlo tan cercano a trav¨¦s de la impagable mirada de la enorme Elisabeth Moss, nos aporta las claves no solo ¨¦ticas sino tambi¨¦n jur¨ªdicas desde las que, como m¨ªnimo, deber¨ªamos cuestionar una pr¨¢ctica que en estos meses algunos incuso han llegado a defender como subversiva y que para otros obviamente es simplemente una v¨ªa m¨¢s de enriquecimiento, es decir, una de las expresiones m¨¢s brutales de c¨®mo el dinero se convierte en medida de los deseos y de c¨®mo a su vez el paradigma neoliberal permite convertirlos en derechos.
Por todo ello, me result¨® tan sorprendente hace unos d¨ªas leer como Atienza pon¨ªa en duda que pudiese alegarse la dignidad de las mujeres para cuestionar la legitimidad de unos contratos que las convierten en siervas, incluso cuando se amparan en un pretendido car¨¢cter altruista. Nuestro Tribunal Constitucional ha reiterado, bas¨¢ndose en la c¨¦lebre m¨¢xima kantiana de que el individuo no debe ser considerado como un medio, que la garant¨ªa de la dignidad de la persona implica el valor absoluto de s¨ª misma como sujeto, la negaci¨®n de su instrumentalizaci¨®n y la exigencia de las condiciones necesarias para que el libre desarrollo de su personalidad sea una realidad.
Pero es que, adem¨¢s, un contrato que supone el alquiler no solo del ¨²tero, sino de todo un proceso fisiol¨®gico como es un embarazo, el cual se desarrolla, incide y se proyecta en todo el ser de la mujer, supone contravenir todas las disposiciones normativas que, tanto a nivel estatal como internacional, excluyen al cuerpo humano del comercio de los hombres. A todo ello habr¨ªa que a?adir que evidentemente, como en muchas ocasiones se subraya por quienes defienden los vientres de alquiler como una especie de prestaci¨®n de servicios reproductivos, en todos los trabajos el ser humano despliega sus potencialidades a veces en condiciones indignas, pero ninguno de ellos implica todo un proceso f¨ªsico y emocional como es la gestaci¨®n de un ser humano. Algo sobre lo que, por cierto, y siguiendo los consejos de Rebecca Solnit, los hombres deber¨ªamos callar y dar la voz a las mujeres que son las ¨²nicas que pueden vivirlo.
Datos y gr¨¢fico: Guillermo Villar y Ant¨ªa Garc¨ªa
Incluso cuando se alega la posibilidad de estos contratos siempre que respondan a un car¨¢cter altruista, y por lo tanto apoy¨¢ndose en la generosidad de las mujeres, tendr¨ªamos que cuestionarnos si ello no est¨¢ suponiendo la funcionalizaci¨®n de la maternidad y la consolidaci¨®n del ser de nuestras compa?eras como individuos que viven por y para otros. Es decir, como seres que ponen a disposici¨®n del poder masculino, y del mercado en el que se satisfacen los deseos de quienes mandan, su cuerpo, sus capacidades y, por supuesto, su sexualidad. Ah¨ª est¨¢ la prostituci¨®n como instituci¨®n patriarcal por excelencia que no demuestra esa relaci¨®n jer¨¢rquica. No olvidemos, adem¨¢s, que en este caso no se tratar¨ªa de ser generoso para salvar vidas, como sucede en la siempre gratuita donaci¨®n de ¨®rganos, sino para hacer m¨¢s plena la vida privada o familiar de otros.
Es decir, justo lo que falta en el razonamiento del catedr¨¢tico de Filosof¨ªa del Derecho es la perspectiva de g¨¦nero sin la cual cualquier aproximaci¨®n a un tema jur¨ªdica y ¨¦ticamente tan complejo acaba convertida en una simple justificaci¨®n de la posici¨®n de quienes tienen el poder, el dinero y la autoridad. Alegar la autonom¨ªa de las mujeres para justificar la renuncia a sus derechos fundamentales es desconocer que, como bien ha explicado Laura Nu?o, ¡°el consentimiento requiere de un yo aut¨®nomo no mediado por la supervivencia.¡± O, lo que es lo mismo, implica no tener en cuenta las relaciones de poder que contin¨²an marcando las subjetividades masculina y femenina, as¨ª como la relaci¨®n entre ambas.
Por todo ello, el dilema clave que nos plantea la gestaci¨®n por sustituci¨®n es si dicho tipo de contratos garantizan la capacidad de las mujeres para decidir sobre s¨ª mismas o si, por el contrario, inciden en su sometimiento a condiciones heter¨®nomas. Tendr¨ªamos que preguntarnos si ser¨ªa posible una regulaci¨®n de la misma que potenciara al m¨¢ximo lo primero y evitara lo segundo. Una pregunta que finalmente nos lleva a otra mucho m¨¢s ambiciosa que es la relacionada con el mundo que nos gustar¨ªa construir y bajo qu¨¦ precio. En este sentido, leer, y ver ahora, El cuento de la criada, es un buen ejercicio para ir encontrando respuestas y para, espero, confirmar que el horizonte deber¨ªa ser el reconocimiento del valor de cada ser humano por su valor intr¨ªnseco y nunca por su sometimiento a fines instrumentales que lo convierten en veh¨ªculo para satisfacer los intereses y deseos de otros.
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