Trump, investigado
El nombramiento de un fiscal especial abre el camino legal al ¡®impeachment¡¯
Con el nombramiento de un fiscal especial encargado de investigar si Donald Trump ha obstruido una investigaci¨®n oficial sobre sus relaciones con Rusia, la situaci¨®n del presidente de Estados Unidos experimenta un cambio trascendente. Ya no se trata de una cuesti¨®n de opiniones m¨¢s o menos fundadas en hechos y datos sobre el comportamiento ajustado a ley, o no, del mandatario. Va mucho m¨¢s all¨¢. La designaci¨®n como fiscal especial de Robert Mueller, director del FBI entre 2001 y 2013, coloca el primer pelda?o legal de lo que podr¨ªa terminar con la destituci¨®n por parte del Congreso ¡ªel denominado impeachment¡ª de Trump. Un proceso que podr¨ªa llevar a Trump a tener que elegir entre dimitir o enfrentar un juicio pol¨ªtico en el Congreso, algo sin precedentes en la historia del pa¨ªs.
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Nuevamente el inquilino de la Casa Blanca ha dado muestras de una completa y temeraria falta de conocimiento de las responsabilidades que implica el cargo que ocupa. Su opaca relaci¨®n, y la de un buen n¨²mero de sus colaboradores, con Rusia, la superpotencia rival de EE UU, es un asunto de extremada gravedad. Por mucho que Trump intente reconducir la pol¨¦mica y dar apariencia de normalidad a la estrechez de sus relaciones con Putin, ni los contactos de su campa?a con el Kremlin ni sus filtraciones de inteligencia a Mosc¨² en materia de terrorismo son aceptables. Menos a¨²n lo es su respuesta, matona y estridente, a las acusaciones y las presiones ejercidas sobre el director del FBI, James Comey, para protegerse ¨¦l mismo y proteger a sus subordinados de las investigaciones sobre esta materia.
Si han existido las presiones y amenazas ejercidas el pasado 14 de febrero sobre el responsable del FBI para que abandonara la investigaci¨®n de las conexiones entre el Kremlin y un exconsejero de Seguridad Nacional nombrado por Trump, estamos ante un grave delito. La posterior y fulminante destituci¨®n de Comey no ayuda a despejar las dudas sobre el comportamiento presidencial, y eso es precisamente lo que ahora tiene que investigar Mueller. Una cuesti¨®n que bien puede convertirse en el punto de apoyo sobre el que activar los mecanismos que la Constituci¨®n prev¨¦ para desalojar al presidente de su cargo.
Aunque lo pretenda, Trump no puede permanecer ajeno al clima pol¨ªtico que se va enrareciendo en torno a su persona. En las propias filas republicanas ya se ha pronunciado en p¨²blico la palabra Watergate, el esc¨¢ndalo por el que Richard Nixon tuvo que dimitir el 8 de agosto de 1974 cuando estaba a punto de afrontar una votaci¨®n sobre su destituci¨®n precisamente por obstrucci¨®n a la justicia. Y tambi¨¦n se empieza hablar de su sucesor, el vicepresidente Pence.
Menci¨®n aparte merece la rid¨ªcula afirmaci¨®n que ha hecho el presidente asegurando que es el pol¨ªtico m¨¢s perseguido de la historia. La lista de personas que merecen precederle en ese elenco es interminable. En vez de disparar incongruencias en Twitter, Trump debe prestar toda su colaboraci¨®n con la justicia, ce?irse a lo que dice la ley y ayudar a aclarar unos hechos grav¨ªsimos.
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