M¨¢s mercado y menos supermercado
Las lonjas urbanas no solo determinan nuestra alimentaci¨®n, tambi¨¦n dibujan el urbanismo de las ciudades, la forma de circular por las calles y, por lo tanto, las relaciones sociales
Creo que los bares de los mercados son importantes. Tanto como las pescader¨ªas. Pero pienso que cometemos un error transformando los mercados urbanos de productos frescos en food courts. No tengo nada contra los puestos de comida cosmopolita, pero todo contra la desaparici¨®n de los mercados. Voy a tratar de explicar por qu¨¦.
Hace unos d¨ªas, un amigo que estudia medicina y quiere ser psiquiatra contaba, fascinado, la correlaci¨®n entre est¨®mago y cerebro. ¡°Lo llaman el segundo cerebro¡±, dec¨ªa asegurando que casi todas las patolog¨ªas ps¨ªquicas tienen un eco en la nutrici¨®n. O al rev¨¦s.
Si uno tiene cierta edad, ha vivido ya muchas modas, man¨ªas, descubrimientos o manipulaciones que llevan a consumir y a dejar de consumir ciertos alimentos. No hablo solo de la comida que entra por los ojos, de la fascinaci¨®n ante lo ex¨®tico o de la incoherencia de querer comer cerezas en navidad y naranjas en agosto, me refiero a los progresivos descubrimientos que, como consumidores, vamos haciendo: desde el ubicuo aceite de palma presente en tantas galletas y en casi toda la boller¨ªa industrial a los efectos de la sacarina y el az¨²car, los de los conservantes o la leche de vaca convertida en anatema ¡ªy todo sin apenas rozar el alcohol y el caf¨¦ que para muchos forman parte de la dieta diaria¡ª.
La abundancia de productos frescos en los mercados determina un tipo de ciudad. De la misma manera que la adquisici¨®n generalizada del coche y el auge de los hipermercados van de la mano del urbanismo que sembr¨® la periferia de adosados, la crisis del peque?o comercio de barrio y la compra en el supermercado tambi¨¦n guardan una estrecha relaci¨®n. Hoy sabemos que comer menos productos frescos y caminar menos no nos ha hecho m¨¢s modernos. Tambi¨¦n que hacer la compra una vez a la semana exige convivir con m¨¢s conservantes o tener mayores congeladores.
Aunque esa idea de comodidad tampoco nos ha hecho ni m¨¢s organizados ni m¨¢s sanos, en muchas ocasiones nos ha llevado a comprar una caja de helados cuando s¨®lo quer¨ªamos uno. Y adem¨¢s ha terminado con el paseo hasta la helader¨ªa para contrarrestar, en parte, la ingesta de los helados. ?Nostalgia? Puede ser. Pero de la misma manera que mi amigo estudiante de medicina relaciona est¨®mago y cerebro, uno puede pararse a pensar en la relaci¨®n entre mercado y barrio. En el mercado, donde salvo las salazones todo es, o era, producto fresco, los tenderos suelen ser due?os de sus puestos. Y saben que tratar bien a un cliente fideliza. No lo han aprendido en un curso de formaci¨®n. Lo han respirado. Por eso nunca lo olvidan. Uno llega a los mercados con tiempo para aparcar un momento el carrito y charlar un rato con un amigo. Los tenderos han asistido a los cambios de tu vida de la misma manera que t¨² has visto pasar los suyos.
Las calles que rodean a los mercados suelen ser estrechas, vivas y limpias ¡ªporque los mercados se hacen y deshacen a diario¡ª y por ellas no pueden pasar los coches ni sus humos ni sus prisas. All¨ª se dan cita los mercadillos temporales, los que a todos nos gustan cuando visitamos otras ciudades. La peatonalizaci¨®n de los centros urbanos favorece la recuperaci¨®n de los mercados como focos de vida urbana y como negocio libre de conservantes. Tambi¨¦n como espect¨¢culo: las visitas de los turistas convierten la cotidianidad de vendedores y clientes en espect¨¢culo ¡ª?cu¨¢ntos se llevar¨ªan de una visita al supermercado un recuerdo memorable?¡ª y, sin embargo, aplaudiendo ese espect¨¢culo lo empujan a desaparecer.
Los mercados tradicionales, amenazados en tantas ciudades, pueden tambi¨¦n morir de ¨¦xito si confunden su funci¨®n. En Barcelona, el ayuntamiento ha puesto a trabajar guardias de tr¨¢fico en el interior de La Boquer¨ªa. Las fotograf¨ªas y los selfies de los turistas no permit¨ªan que los clientes llegaran hasta los puestos de pescado y verdura. La soluci¨®n pasa, una vez m¨¢s, por la convivencia. Los vendedores de zumos se podr¨ªan quedar en la periferia o los fruteros desordenar sus pir¨¢mides de fruta para rebajar el inter¨¦s de los turistas. No es f¨¢cil dar con una soluci¨®n cuando el turismo convierte a los ciudadanos en atrezzo urbano. El mercado, como el supermercado, revela nuestras prioridades. Expone la naturaleza de nuestra convivencia y nuestra manera de habitar la ciudad. Por eso, al final, tambi¨¦n termina por dibujar el urbanismo, la cotidianidad y la vida en las calles del lugar donde habitamos.
Babelia
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